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De delincuente y drogadicto a evangelizador

24 de octubre de 2016
De delincuente y drogadicto a evangelizador

Antonio Baccassino, tiene 50 años, encontró el abrazo de Dios  a partir de los 40 años, y asegura que "El don de la paz es lo primero que le pido a Dios cada mañana”

Nacido en Italia, Antonio Baccassino, estuvo en prisión por primera vez a los 14 años, "La primera vez que terminé tras las rejas, a los 14 años, pude saber lo que era un régimen especial de detención y ser considerado alguien peligroso para la sociedad. La cárcel te destruye", aseguró.

Luego en la cárcel de Spoleto, decidió estudiar pedagogía y lo hizo con constancia y entrega. Se graduó con una tesis titulada "La genealogía del poder de Foucault". "El estudio me ha dado la oportunidad de salir de una subcultura, y de ver la vida con otros ojos", afirmó.

Después de salir de prisión estaba lleno de odio, "disgustado de la vida". Como un "gran estúpido", reconoce que buscó la droga. Pero  de forma inesperada, esta recaída lo terminó acercando a Dios y  llevando a la Comunidad Papa Juan XXIII.

A los 40 años ocurrió su conversión "Hasta entonces nombraba a Dios solo para jurar blasfemando". Pero luego de recibir el llamado de Dios, tuvo un un momento de cambio espiritual y religioso, cuando viajó a Roma, en una peregrinación con esta comunidad. "Cuando me llevaron a Roma para un encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro, frente a ese río de gente, pensé:  ¿Soy yo el loco, o ellos lo están?".  Fue una de las primeras ocasiones de su vida en las que   Antonio comenzó a mirar en su interior: "La Comunidad me propuso ser parte de un programa terapéutico no para ‘drogadictos’, sino para cambiar mi vida: tomar conciencia de que toda vida humana, y por lo tanto también la tuya, tiene un valor y no se puede tirar a la basura". 

"Un pequeño y anciano sacerdote, don Eugenio, sabía dónde estaba el nudo del problema. Me repetía que yo no me juzgara".

- Si no me juzgo, me olvido... -decía Antonio.

- ¿Quién eres tú para juzgarte? ¡No te corresponde eso a ti!- le gritaba el sacerdote, firme, añadiendo algunas groserías. 

Pero fue aquel padre quien lo guió y acercó a Jesús, “Perdonarme a mí mismo no era fácil y en la misión descubrí que si no podía amarme a mí mismo no podría amar a los demás. Si Dios no me ha juzgado, ¿quién soy yo para juzgar? Esto no significa que me olvido de mi pasado, pero cuando se acepta esto, se quita una carga de la espalda, porque mirar hacia atrás y mantenerse en paz, no siempre es fácil”, aseguró Antonio.

En la actualidad Antonio, se encuentra viviendo en Bagdad (Iraq), ayudando a los misioneros argentinos del Verbo Encarnado y las religiosas calcutas. En las mañanas ayuda a las Misioneras de la Caridad, congregación de Santa Teresa de Calcuta, repartiendo alimentos a más de 30 personas con discapacidad y por la tarde visitan a refugiados cristianos, yazidíes y musulmanes sunitas y chiítas.

Antonio, llegó a la capital iraquí luego de estar en una misión de Haití atendiendo  víctimas y heridos del terremoto. Allí profundizó en el arte de "compartir sin límites el tiempo, donde desde la fe aprendes no tanto a pensar racionalmente sino a estar unido con el prójimo, yo soy el evangelizado; si a través de mi conversión puedo ser un puente de atracción hacia el Evangelio para otra persona, bienvenido sea".

Aunque aún sufre cuando mira hacía su pasado: "El don de la paz es lo primero que le pido a Dios cada mañana. Viví pasando límites sin ser nunca tanto en lo físico como lo mental libre de la cárcel y las drogas. Hoy, sin embargo, la única libertad verdadera la tengo en Dios, eligiendo confiarme a Él".

Imagen: http://www.portaluz.org 

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