Al comienzo de su predicación Jesús había dicho: “Se ha cumplido el plazo, ha llegado el Reino de Dios, arrepentíos y creed en la Buena Noticia”. Marcos: 1,14.
Pero, ¿Cómo es el Reino de Dios? ¿Cabe alguna comparación para tratar de entenderlo? Son preguntas que Jesús mismo hace y responde con unas parábolas sencillas y aparentemente triviales.
Tres realidades son clave para la comprensión del Reino de Dios: Semilla, crecimiento y cosecha.
El Reino de Dios es como una planta. Él es quien siembra la semilla en nosotros y la hace crecer hasta que se convierte, como la semilla de la mostaza; en un árbol frondoso, pues posee una fecundidad misteriosa: brota y crece por sí misma sin que nadie la trabaje. Es Dios quien la hace crecer calladamente, tal como el agricultor que siembra y espera con paciencia.
Esta parábola es expresión de la experiencia más íntima de Jesús. Anuncia el Reino, hace oración ante el Padre, cura a los enfermos, pero cada día acumula más conflictos, surgen la desconfianza y el recelo.
A pesar de todo esto, continúa su camino convencido de que esa es su misión y que con sus palabras y sus hechos el Reino de Dios ya está presente y que el final será de Dios, gracias a la acción del Espíritu, que es quien lo hace crecer.
Está en cada uno de nosotros si nos abrimos a la acción del Espíritu Santo. Es nuestra propia vida espiritual, nuestro programa de vida según la Ley de Dios y el Espíritu que habita en cada uno de nosotros. Es el misterio de la iglesia, Pueblo de Dios, que peregrina por el mundo, hace historia, sufre desprecio, persecución y violencia.
El tristemente célebre filósofo François Marie Arouet, conocido con el seudónimo de Voltaire, en 1758 anunció la muerte de la Iglesia Católica para dentro de 20 años, y a los 20 más o menos, él se murió, y la iglesia siguió y sigue viva. ¿Saben por qué? Porque la Iglesia siembra la semilla, y el resto es obra de Dios.
Hagamos entonces unas preguntas: ¿Qué debemos hacer para que crezca entre nosotros el Reino de Dios? ¿culparnos unos a otros? ¡No! ¿Seguir creyendo que como vamos, vamos bien, y no hacer nada? ¡No!.
No, hermanos, porque Colombia, hoy, tiene urgente necesidad de sembradores del Reino de Dios, que siembren semillas de sensatez, de racionalidad, de buen juicio, de humanidad, de compasión, de respeto mutuo, de amor y voluntad de servicio a la patria.
Un gesto de fraternidad es una semilla del Reino; lo es un saludo cortés, una oración; lo es desear o hacer el bien, dar buen ejemplo, prestar ayuda a otros, saber escuchar y perdonar. El que es buen vecino, buen ciudadano, el que da testimonio de su fe y de confianza en Dios, es un buen sembrador. Todo esto es crear y tomar conciencia del valor que tienen las cosas o gestos pequeños en nuestra vida de fe en Dios y de sana ciudadanía.
La aspiración mía y la de ustedes como buenos cristianos no es ser mártires, ni doctores de la iglesia; solo buenos sembradores, seguros de que el Padre Dios riega, fecunda y hace germinar la semilla. No nos cansemos, pues, de sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad, de una Colombia libre, justa y humana; no importa que no veamos el fruto. Todo será obra de Dios. Confiemos en Él.
Padre Carlos Marín G.
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