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Acoger en nuestro interior el Espíritu del Señor resucitado

28 de mayo de 2023
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Los discípulos de Jesús estaban reunidos, con las puertas cerradas, temerosos, sin saber qué hacer; la muerte de Jesús en la Cruz fue para ellos un duro golpe. El enfrentamiento con los jefes del pueblo y las autoridades romanas los llenaba de miedo.

Ellos son, sin embargo, los escogidos para llevar adelante el proyecto de Dios por su Hijo Jesucristo: Construir una nueva humanidad por la predicación del Evangelio.

El Señor Jesús cumple la promesa que les había hecho: “No os dejaré huérfanos…volveré a vosotros…os enviaré el Espíritu Santo… y tendréis paz”. Y “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros”.

Así, pues, reunidos en el Cenáculo en compañía de la Virgen María, recibieron el Espíritu Santo. Su tristeza se convirtió en alegría, aprendieron a perdonar y a dar vida, la vida en Dios. Se llenaron de paz y de valor y se fueron por todo el mundo a anunciar el Reino de Dios llenos de una sabiduría que nadie era capaz de resistir, y con su predicación hicieron saltar en pedazos el poderoso imperio romano poniendo vida donde no la había. Salieron de sí mismos y empezaron a vivir para los demás. A vivir como resucitados, en una palabra.

Este último párrafo es suficiente para que empecemos a entender cuáles fueron los frutos de la presencia y la acción del Espíritu Santo en los Apóstoles, y desde luego, cómo actúa El en cada uno de nosotros con sus siete dones.

Hablo de la presencia y la acción callada de Dios en lo más hondo de nuestro corazón. Hablo de aprender a escucharlo en el silencio del corazón; hablo de pensar en Dios no lo solo con la mente, sino de prepararnos para a percibirlo en lo más íntimo de nosotros.

Es la experiencia interior del misterio de Dios. Es vivir en comunión con Dios. Es acoger en nuestro interior el Espíritu del Señor resucitado y vivir como persona resucitada. Es hacer que nuestro corazón no esté ausente mientras con los labios rezamos el Padre Nuestro o el Ave María. Es la experiencia interior de Dios. Es cuidar, enriquecer y fortalecer nuestra vida interior.

Y esta vida interior se vuelve fuego que quema para purificarnos, y que arde fuerte para darnos vida y nos pone en movimiento para dar vida donde y cuando otros la matan, y nos llena de coraje para proclamar el Evangelio.

Un Obispo ortodoxo, Monseñor Hazim, hizo en Suecia esta honda declaración de fe en el Espíritu Santo:

“Sin Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo pertenece al pecado, el Evangelio es letra muerta, la iglesia una mera organización, la autoridad un dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación, y el obrar cristiano una moral de esclavos.

Pero con el Espíritu, el corazón es exaltado y gime hasta que dé a luz el Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia comunión trinitaria, la autoridad servicio liberador, la misión un nuevo Pentecostés, el culto memorial y anticipación, y el obrar humano queda deificado”.

¡Ven Espíritu Santo, inflama nuestros corazones en el amor a Dios y a los hermanos! Amén.

Padre Carlos Marin.

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