Transmitir la fe a los hijos

En la propia familia se forja el carácter, la personalidad, las costumbres y también se aprende a tratar a Dios, una tarea que cada día resulta más necesaria..la fe es…
Dios, por lo demás, nunca encarga una misión sin dar los medios imprescindibles para llevarla a cabo; y así, ninguna comunidad humana está tan bien dotada como la familia para facilitar que la fe arraigue en los corazones.
El testimonio personal
La educación de la fe no es una enseñanza, sino la transmisión de un mensaje de vida. Aunque la palabra de Dios es eficaz en sí misma, para difundirla el Señor ha querido servirse del testimonio y de la mediación de los hombres: el Evangelio resulta convincente cuando se ve encarnado.
Esto vale de manera particular cuando nos referimos a los niños, que distinguen con dificultad entre lo que se dice y quién lo dice; y adquiere aún más fuerza cuando pensamos en los propios hijos, pues no diferencian claramente entre la madre o el padre que reza y la oración misma: más aún, la oración tiene valor especial, es amable y significativa, porque quien reza es su madre o su padre.
Esto hace que los padres tengan todo a su favor para comunicar la fe a sus hijos: lo que Dios espera de ellos, más que palabras, es que sean piadosos, coherentes. Su testimonio personal debe estar presente ante los hijos en todo momento, con naturalidad, sin pretender dar lecciones constantemente.
A veces, basta con que los hijos vean la alegría de sus padres al confesarse, para que la fe se haga fuerte en sus corazones. No cabe minusvalorar la perspicacia de los niños, aunque parezcan ingenuos: en realidad, conocen a sus padres, en lo bueno y en lo menos bueno, y todo lo que estos hacen u omiten, es para ellos un mensaje que ayuda a formarlos o los deforma.
Sin duda, hay que pensar en cuál es el modo más pedagógico de transmitir la fe, y formarse para ser buenos educadores; pero lo decisivo es el empeño de los padres por querer ser santos. Es la santidad personal la que permitirá acertar con la mejor pedagogía.
En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir ,más que enseñar, esa piedad a los hijos.
Ambiente de confianza y amistad
La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal.
Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar . No hay que esperar a la adolescencia para poner en práctica estos consejos: se puede propiciar desde edades muy tempranas.
Hablar con los hijos es de las cosas más gratas que existen, y la puerta más directa para entablar una profunda amistad con ellos. Cuando una persona adquiere confianza con otra, se establece un puente de mutua satisfacción, y pocas veces desaprovechará la oportunidad de conversar sobre sus inquietudes y sus sentimientos; que es, por otra parte, una manera de conocerse mejor a uno mismo.
Aunque hay edades más difíciles que otras para lograr esa cercanía, los padres no deben cejar en su ilusión por llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable .
En ese ambiente de amistad, los hijos oyen hablar de Dios de un modo grato y atrayente. Todo esto requiere que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos, y un tiempo que sea “de calidad”: el hijo debe percibir que sus cosas nos interesan más que el resto de nuestras ocupaciones.
El misterio de la libertad
Lo más sensato es pensar cómo educar cada vez mejor, y cómo ayudar a otros a hacer lo mismo; no hay, en este ámbito, fórmulas mágicas. Cada uno tiene un modo propio de ser, que le lleva a explicar y plantear las cosas de un modo diverso; y lo mismo puede decirse de los educandos que, aunque vivan en un ambiente semejante, poseen intereses y sensibilidades diversas.
Por eso, si bien el camino de la fe de es el más personal que existe pues hace referencia a lo más íntimo de la persona, su relación con Dios, podemos ayudar a recorrerlo: eso es la educación. Si consideramos despacio en nuestra oración personal el modo de ser de cada persona, Dios nos dará luces para acertar.
Transmitir la fe no es tanto una cuestión de estrategia o de programación, como de facilitar que cada uno descubra el designio de Dios para su vida. Ayudarle a que vea por sí mismo que debe mejorar, y en qué, porque nosotros propiamente no cambiamos a nadie: cambian ellos porque quieren.
Diversos ámbitos de atención
Podrían señalarse diversos aspectos que tienen gran importancia para transmitir la fe:
Uno es la vida de piedad en la familia, la cercanía a Dios en la oración y los sacramentos. Cuando los padres no la esconden a veces involuntariamente, ese trato con Dios se manifiesta en acciones que lo hacen presente en la familia, de un modo natural y que respeta la autonomía de los hijos. Bendecir la mesa, o rezar con los hijos pequeños las oraciones de la mañana o la noche, o enseñarles a recurrir a los Ángeles Custodios o a tener detalles de cariño con la Virgen, son modos concretos de favorecer la virtud de la piedad en los niños, tantas veces dándoles recursos que les acompañarán toda la vida.
Otro medio es la doctrina: una piedad sin doctrina es muy vulnerable ante el acoso intelectual que sufren o sufrirán los hijos a lo largo de su vida; necesitan una formación apologética profunda y, al mismo tiempo, práctica.
Con los pequeños, la formación catequética que pueden recibir en la parroquia o en la escuela es una ocasión ideal. Repasar con ellos las lecciones que han recibido o enseñarles de un modo sugerente aspectos del catecismo que tal vez se han omitido, hacen que los niños entiendan la importancia del estudio de la doctrina de Jesús, gracias al cariño que muestran los padres por ella.
Educar en esos bienes impulsa al hombre por encima de las apetencias materiales; le hace más lúcido, más apto para entender las realidades del espíritu. Quienes educan a sus hijos con poca exigencia,nunca les dicen que “no” a nada y buscan satisfacer todos sus deseos, ciegan con eso las puertas del espíritu.
Es una condescendencia que puede nacer del cariño, pero también del querer ahorrarse el esfuerzo que supone educar mejor, poner límites a los apetitos, enseñar a obedecer o a esperar. Y como la dinámica del consumismo es de por sí insaciable, caer en ese error lleva a las personas a estilos de vida caprichosos y antojadizos, y les introducen en una espiral de búsqueda de comodidad que supone siempre un déficit de virtudes humanas y de interés por los asuntos de los demás.
Otro aspecto que conviene considerar es el ambiente, pues tiene una gran fuerza de persuasión. Todos conocemos chicos educados en la piedad que se han visto arrastrados por un ambiente que no estaban preparados para superar. Por eso, es preciso estar pendientes de dónde se educan los hijos, y crear o buscar entornos que faciliten el crecimiento de la fe y de la virtud.
Fuente Disminuir
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