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Si no se educa en la sobriedad, los hijos serán personas sin criterio a merced de sus sentimientos

22 de diciembre de 2021
Educación de los hijos
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BonusCursos.com
José María Contreras ha recorrido una dilatada trayectoria profesional como formador de directivos de empresa y como asesor personal y familiar

Ha impartido más de dos mil talleres y conferencias y escrito una docena de libros, y actualmente mantiene un blog en ReL  y un podcastLa vida como es, sobre la vida matrimonial y familiar.

Sobre estas cuestiones versa su última obra, 101 preguntas sobre educación de los hijos, donde agrupa cuestiones que le han ido planteando desde distintos ámbito en torno a la influencia del ambiente o de los amigos, el noviazgo y la relación de pareja, la forma de hablar con los hijos, etc.

Si se hubiera planteado esta obra hace cuarenta años, ¿qué grandes diferencias habría en las preguntas? 

Bueno, ésta es una pregunta que tendría muchas contestaciones. Hace cuarenta años los matrimonios eran más estables, no había nuevas tecnologías, muchas más mujeres estaban en su casa, la sociedad era más normativa, había una conciencia más global de lo que estaba mal y lo que estaba bien, quizás se sociabilizaba menos, la seguridad económica de la familia era distinta... Actualmente muchas personas se encuentran rechazadas por sus opiniones o creencias, muchas personas dudan y necesitan ser reforzadas. Con esto no digo que la sociedad fuera ni mejor ni peor, sino distinta, por tanto las preguntas se adaptan a lo que las personas concretas, reales, necesitan o a las dificultades que encuentran.

¿Qué es entonces lo que nunca cambia?

La base de la educación está en el ejemplo que dan los padres a los hijos, qué cosas hacemos los padres y por qué las hacemos. Si los padres no tienen una vida -en cuanto a creencias y amores- que resulte atractiva y valiosa, los hijos llegan a la adolescencia sin las defensas necesarias para tener su propio criterio en cuestiones fundamentales de la vida. Entonces se dejan llevar por sentimientos pasajeros producto de su poca experiencia y de sus hormonas, que les hacen en muchos casos llevar una vida que nos les llena, porque en el fondo está vacía.

¿Por qué los padres de hoy necesitamos tantos consejos, libros, conferencias, etc., sobre la educación de los hijos?

Un padre o una madre que tenga unas creencias sólidas, que procure vivirlas y cuyos hijos vean que las vive y que sepa conjugar la comprensión, el cariño y la autoridad necesitarían menos conferencias y libros. Aunque siempre necesitarán asesoramiento en cuestiones puntuales.

Nuestros padres y abuelos no lo recibieron, sin que por ello fueran peores padres...

Me gustaría decir que nuestros padres y abuelos también dejaron heridas en sus hijos. Las principales siempre tienen relación con no sentirse querido o comprendido y ayudado. Actualmente, con la epidemia de separaciones y divorcios, hay más heridas de este tipo.

¿Cómo pueden evitarse?

Muchas veces las energías se gastan en el hogar en poderme llevar bien con la pareja y los hijos quedan en un segundo plano. Hay que motivar a los padres para que eduquen a sus hijos y para que estos se sientan queridos. No digo para que quieran a sus hijos, sino para que estos lo perciban, que no es lo mismo. Hay mucho hijos que no perciben el cariño de sus padres, que se sienten una molestia para ellos, que piensan que son un estorbo en la casa, que no notan que sus padres estén orgullosos de ellos. Todo ello va dejando heridas profundas en el ser humano. Para evitar todo esto se necesita saber, escuchar, leer. A nuestros abuelos les hubieran venido bien también todos estos conocimientos.

Ahora hay muchas más herramientas y conocimientos para educar a los hijos, lo que hace falta es que los padres queramos, que en muchos casos parece que no es así.

La educación, ¿debe responder a un plan bien pensado? ¿O puede fiarse al día a día?

Se educa en la vida y se educa para vivir, para que la vida de nuestros hijos sea lo más útil y feliz posible. Si uno no sabe los valores que quiere transmitir a los hijos, estos serán educados en la arbitrariedad, es decir, en lo que más conviene al educador en cada momento.

Pocos padres se hacen la pregunta de cómo quiero que sean mis hijos cuando se emancipen. Educan según va el día a día y sin ninguna meta. De esta forma se queda uno en la comida, la salud y los estudios, que sin duda son aspectos muy importantes, pero se descuida a la persona en su totalidad.

¿Por ejemplo?

La afectividad, el carácter, la sensibilidad, la empatía, la cultura, la espiritualidad, así como otros muchos valores y virtudes imprescindibles para alcanzar esas metas, como pueden ser la sobriedad, la moderación, el dominio de uno mismo, y otros que son necesarios para vivir como personas libres.

¿Y qué es la libertad?

Ese buscar el bien y amarlo. No es otra cosa, en el fondo, la libertad. Y eso queda muy lejos del dia a día de muchos educadores, y cuando esto no se hace o por lo menos se intenta, los educandos son personas fácilmente manipulables a través de los sentimientos.

Obviar en la educación el triángulo amor, libertad y verdad hace que cuando se vayan de casa sean personas sin criterio a merced de sus sentimientos -que no saben manejar- y de los sentimientos de otros, ante quienes carecen de argumentos para enfrentarse.

Muchas veces esto ocurre porque los padres, o sea, los educadores, no han sido educados.

Quiere decir que nadie puede dar lo que no tiene...

No es difícil que a la pregunta acerca de los valores que queremos que tengan nuestros hijos no se sepa contestar. Y que, incluso, ante una pregunta relacionada con los valores que tiene una persona, ésta no sepa cuáles son. La educación es la transmisión de valores, para ello los educadores tienen qué estar convencidos que merece la pena vivir de esa manera, aunque cueste.

Muchas preguntas del libro se refieren a las relaciones de los padres con terceros. ¿Tanto influye sobre los hijos cómo nos ven comportarnos fuera del hogar?

Para educar hay que ser coherentes, que significa que lo que yo digo o exijo yo lo hago, lo vivo. Algunas veces no será posible, porque el hombre es un ser que se equivoca. Eso tienen que saberlo los hijos: que nos equivocamos y pedimos perdón. Sin perdón no se puede educar.

La coherencia nos tiene que llevar, decía, a que los hijos nos vean esforzarnos por vivir aquello que decimos. Que intentamos vivirlo. Desde este punto de vista se puede decir que la educación tiene mucho que ver en que vean la lucha que tenemos con nosotros mismos por vivir los valores que queremos vivir.

Ser modelos para ellos...

Los hijos siempre se comportan como hijos y nos miran como hijos nuestros. Es un gran error que intentemos comportarnos como amigos -como amigotes, quiero decir- más que como padres. De esta manera se pierde el ascendiente que tenemos sobre ellos y con frecuencia les daremos vergüenza ajena con nuestro comportamiento. Lo he visto con frecuencia.

Ser padre no es un traje que uno pueda quitarse y ponerse...

El ex padre no existe. Por tanto, comportémonos como lo que somos. Padres de ellos.

Fuera de casa, que nos vean también defender los valores que tenemos, aunque algunas veces nos resulte difícil. De esa forma ellos también lo harán. Cuando uno defiende algo lo interioriza mucho más. Si cuando nos vemos apretados cedemos, también lo harán ellos. Se trata de no ceder ante lo que no se debe hacer. De una manera amable, sin discusiones, con empatía y sentido del humor. Sin rigideces. Sonriendo. Se consigue más con una cucharada de miel que con una de hiel. Eso dice la sabiduría popular y parece que es verdad.

¿Por qué insiste tanto en que se enseñe a los hijos una forma de vida sobria, discreta y no ociosa?

La voluntad, que es órgano de la libertad (un bebé o una persona con Alzheimer no son libres porque no tienen voluntad), se alimenta de los sentimientos y de la inteligencia, entendiendo esta última también como formación y conocimiento.

La falta de sobriedad tiene que ver con el consumismo, y este con la exaltación de los sentidos. Cuando esto se produce, la capacidad de dominarse va descendiendo; y a menos dominio de los sentidos, menos capacidad de hacer lo que conviene cuando los sentidos, las emociones, son negativas. Esto lleva consigo una gran incapacidad para ir contracorriente de los sentimientos, lo cual se manifiesta en una incapacidad para querer, porque todo amor, antes o después, va a pasar temporadas contra corriente.

Por tanto, la sobriedad es fundamental para querer, porque educar es enseñar a una persona a querer lo que se debe querer. Para ello tiene que tener un cierto dominio de sí mismo, o sea, ser libre. Toda libertad implica actuar un poco al margen de los sentimientos. Para ello hay que ser educado en la sobriedad. Por tanto, sin una acertada educación en la sobriedad no hay educación posible. Desde este punto de vista se podría decir que la sobriedad es previa a la educación.

En otro orden de cosas: ¿en qué momento de las dificultades matrimoniales hay que pedir ayuda?

Muchos matrimonios necesitan ayudan para tener una buena relación. La vida no es muy larga, pero es muy ancha y ocurren muchas cosas.

Hay en la sociedad una tendencia a prevenir en muchos aspectos de la vida: los chequeos médicos han aumentado como medida de prevención y los asesores se han multiplicado. En cambio, hay mucha reticencia en pedir ayuda en temas de pareja. Ha de pedirse al menor síntoma, antes de que el problema se agrande. Muchas parejas piden ayuda cuando la situación es muy grave y la solución difícil.

Este retraso muchas veces viene provocado por vergüenza, por la creencia de que el tiempo arregla las cosas, cuando es al contrario: lo que hace el tiempo, al menos en estas situaciones, es pudrirlas. También ocurre un cierto reparo a decir a la pareja que se necesita ayuda.

Cuanto antes, mejor.

En su experiencia como consejero familiar, ¿sabría decirnos un consejo que le haya funcionado siempre, que siempre haya sido positivo y adaptable para todas las familias?

Hay algo que no falla y es que el querer a las personas ablanda su corazón. Cuando una persona se siente querida, antes o después empezará a escuchar. Uno escucha a aquellos que sabemos que nos quieren, aunque parezca que no es verdad en ciertos 

Fuente:
Religión en Libertad
Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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