La importancia del amor y las buenas relaciones
En estos días que vivimos juntos todos los días y todo el tiempo, es fundamental que cultivemos buenas relaciones de amor. Para ello, como buenos católicos sabemos bien…
Jesús mismo, ha resumido la ley en el doble mandamiento del amor: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo». Por lo tanto, cuando hablamos de relaciones de amistad, debemos pensar en el amor. El amor define la calidad de nuestras relaciones en general.
Sea con Dios, entre esposos, con los hijos, entre los hijos, con los parientes, amigos y en el mismo trabajo. Son, naturalmente, distintas formas de vivir el amor. No obstante, son reflejos del amor cristiano que estamos llamados a vivir entre nosotros. ¡Cuánto tiempo tenemos ahora para crecer en el amor al interior de nuestras familias!
La importancia del amor y las buenas relaciones
Creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a vivir como Él, esa comunión de amor con las demás personas. Dios mismo es una comunión amorosa de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas y un solo Dios.
Cada una de las personas, se define por su relación con las demás. El Padre es padre, sobre todo, por su relación paternal hacia el Hijo. Así mismo sucede con la segunda persona de la Santísima Trinidad, que es Hijo por su relación filial con el Padre. Así como el Espíritu Santo, que es la relación entre ambas personas. Persona, entonces, se define por la relación. Significa en ser para el encuentro.
Nosotros, así como Dios, también somos personas. Por ello, nuestra realización y felicidad se alcanza en la medida que vivimos ese llamado al amor, primeramente con Dios y luego con los demás. Esto empieza con algo tan básico y sencillo como la comunicación entre nosotros.
Por ello es tan importante el respeto, cariño, empatía… para promover una comunicación positiva. Así como Dios, nos hacemos cada vez más personas y descubrimos cada vez más nuestra propia identidad gracias a las relaciones que establecemos con los demás. Por eso, todo lo que se aleja de la comunión, nos lleva a la tristeza: egoísmo, individualismo, etc.
¿Qué nos dice la ciencia sobre esa necesidad vital?
Ya es un denominador común para distintas corrientes de psicología —por ejemplo, la psicología positiva— así como estudios de prestigiosas universidades, los avances cada vez más impresionantes de las neurociencias. Así como importantes estudiosos de la cada vez más conocida «ciencia de la felicidad», que un componente fundamental y probablemente, más importante para nuestra felicidad sean la calidad de nuestras relaciones de amistad.
Eso está comprobado y se ha venido estudiando muchísimo. Existe una investigación interesantísima de la Universidad de Harvard, que ya tiene más de 75 años, que concluye como las personas más felices no son las que tienen más dinero o el éxito profesional sobre los demás, sino los que tienen lazos de amistad más profundos e íntimos. Incluso hablan sobre los beneficios de tener familias bien constituidas.
Todo eso es realmente impresionante y confirma el mandamiento del amor que estamos llamados a vivir como cristianos. Obviamente, todos estos estudios te señalan algunas actitudes y hábitos positivos para generar esos lazos de amistad. Pero no tienen un modelo que señale un camino seguro.
Al final, cada uno se esfuerza lo mejor que puede. Se busca ser buenas personas, que vivan buenas amistades. Por lo tanto, queda claro la gran diferencia con el cristianismo. Nosotros tenemos un paradigma claro: Jesús, nos indica que es Él, el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6).
Aumentemos el amor, ahora que todos estamos en casa
Naturalmente, todo esto es fundamental para este tiempo de cuarentena que se vive al rededor del mundo. Familias y parientes vivimos todos los días bajo el mismo techo, y estamos obligados a acompañarnos todos los días, todas las horas del día.
Lo podemos hacer de modo constructivo o dejándonos llevar por la impaciencia y sin sabores, que están presentes sea como sea. Somos de carne y hueso, y los roces están existirán siempre. Es aceptando y reconociendo que siempre habrá situaciones que mejorar y hábitos que convertir, como nos asemejaremos más a Cristo.
El problema no son las dificultades o incomodidades que surgen, sino la actitud con la cual las asumimos. Y la actitud cristiana es muy clara: perdón, servicio, amor, generosidad, preocupación, humildad, sacrificio… la lista podría seguir. Lógicamente, para ello debemos fortalecer nuestra vida cristiana.
Es cierto que no podemos participar de los Sacramentos como antes, y eso nos puede dejar un gusto amargo. Pero el Señor está presente en nuestras casas de varias maneras. Necesitamos abrir nuestros corazones a la Palabra, meditar el Evangelio del día en familia, así como rezar juntos.
Los que puedan, hacer un pequeño altar en algún rincón de la casa. Bendecir siempre los alimentos, seguir las misas online, celebrar cada día la alegría de ser pequeñas Iglesias domésticas. Finalmente, sabemos —lo ha dicho el mismo Señor— que donde dos o tres están reunidos en su nombre, Él está ahí.
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