Pasar al contenido principal
#2e81ff

“Caminamos hacia la más tenebrosa ceguera moral” Juan Pablo II

6 de noviembre de 2015
“Caminamos hacia la más tenebrosa ceguera moral” Juan Pablo II

¡Es hora de reaccionar!
Ahora y aquí es hora de reaccionar, de hacer un alto, de reflexionar para dónde vamos, qué queremos, incluso de replantear nuestro concepto de …

Continuamos con la segunda parte del informe especial escrito por la periodista Marcela Zuluaga, para ver la primera parte visite nuestro link:

http://elcatolicismo.com.co/es/noticias/5256--caminamos-hacia-la-mas-tenebrosa-ceguera-moral-san-juan-pablo-ii.html

En la amplia gama de partidos políticos nos estamos confundiendo y de nuestra confusión otros, muy astutos, se están aprovechando. Ya no somos los mismos liberales, conservadores y comunistas de hace 50 años, ya el mundo ha cambiado; ya es una guerra entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte; una guerra espiritual que se mimetiza, se disfraza entre lo ocasional para convulsionar desde la estructura, lo esencial y fundamental de la vida del hombre. Es también hacerle frente a lo que en su tiempo Juan Pablo II denunció como la Cultura de la Muerte y también a lo que hoy nos alerta el Papa Francisco frente a la Cultura del Descarte y lo que se esconde a favor de la industria armamentista.

La guerra hoy, además de las armas, se respalda en una ideología que destruye al ser y enemista, genera odios, hace ambientes de traición, deslealtad, confusión, y se esconde bajo intereses, que aparentemente, pueden interesar a toda la población. Actúa con una excelente estrategia del maligno, es un vaho que adormece los sentidos y los sentimientos, siendo la mayor tragedia y enfermedad del hombre actual, entonces pudiendo ver no se ve, pudiendo oír no se escucha, pudiendo sentir no se siente, pudiendo oler no se percibe, pudiendo gustar no se disfruta, pudiendo discernir no se discierne, pudiendo comprender no se comprende y pudiendo ser no se es. Pretende, en primer plano, mantener indeterminadas las fronteras entre el bien y el mal; entre la luz y las sombras; entre el frío y el calor. Cuando eso ocurre la promiscuidad impropia entre el bien y el mal, se vuelve tolerancia, con un nombre sutil: convivencia pacífica. El maridaje entre la luz y las tinieblas se hace penumbras, que son las medias tintas incapaces de definición; y la mezcla entre el calor y el frío, se convierte en tibieza o acomodamiento insensible a las condiciones del ambiente. Como consecuencia: compartir el bien y el mal, por tolerancia, crea la relajación de las costumbres y la muerte moral de los espíritus que es, en resumen, la ausencia de Dios y el imperio del malo, enemigo de Dios, el rey de las tinieblas.  Hay una sola forma para no extraviar el rumbo y para no tropezar y caer, cuando se va caminando: hacerlo en la Luz. [1]

Es evidente que han pasado décadas donde no se ha asumido con responsabilidad, más aún con una gran indolencia, una evangelización preocupada por asistir tanto, espiritual, psicológica y económicamente a la población más vulnerable y desfavorecida, especialmente a las mujeres que se ven usadas como artículos de belleza y para satisfacción sexual, y a quienes se les exige la responsabilidad económica, en muchas ocasiones, de la familia. Un abandono y despreocupación por la población mayor.

Hay injusticia contra menores de edad que han sido abusados o llevados a la guerra por grupos al margen de la ley. Una sociedad que ha ignorado a los discapacitados. Un País donde la ilegalidad ha ido ganando muchos espacios y se puede decir que hoy casi todas las familias han sido permeadas por este flagelo que obnubila la conciencia, haciendo perder la claridad entre el amor de Dios y el amor del hombre, confundiéndose la delgada línea entre la creatura y el Creador y en muchos casos, haciendo justicia cada uno por sus manos. Decía el Papa Juan Pablo II

que quizás una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. Todo está en un errado concepto de libertad que exalta al individuo sin disponerlo a la solidaridad, a la acogida y al servicio al otro, proliferando el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. La cultura de la muerte manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los « más fuertes » contra los débiles destinados a sucumbir. La persona asume como referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien y el mal, sino su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho.

Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto.

El Estado deja de ser la « casa común » donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos.[2]  Prima ahora el criterio de la eficiencia, la funcionalidad y la utilidad. Se aprecia al otro no por lo que «es», sino por lo que «tiene, hace o produce». Bajo este panorama se pone a prueba a la misma comunidad cristiana.

Dice también, que quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida[3]. Como consecuencia pierde el sentido de prójimo.

Se desvanece por completo el sentido del sufrimiento, en la aceptación de él por amor, de un amor que trasciende a las necesidades particulares y se olvida de sí para donarse al otro, y ese otro es Dios mismo o el hermano. La vida y el dolor cobran todo el sentido en el amor, pero no en la pobreza y egoísmo del amor humano sino en el amor excelso, el divino, manifestado en el respeto, la gratuidad y el servicio. Es por este mismo olvido y sin sentido de la vida que cuando el sufrimiento no es posible evitarlo, como por lógica lo será, se incrementan los suicidios, el abuso de drogas y cualquier exceso que suprime la conciencia y elimina en el hombre la esperanza y la capacidad de pensar y actuar en favor de su propia vida. La sexualidad, entre estas formas de supresión de la conciencia, pierde su valor unitivo y procreativo,

innatos a la naturaleza misma del acto conyugal, son separados artificialmente. De este modo, se traiciona la unión, y la fecundidad se somete al arbitrio del hombre y de la mujer. La procreación se convierte entonces en el «enemigo» a evitar en la práctica de la sexualidad. Cuando se acepta, es solo porque manifiesta el propio deseo, o incluso la propia voluntad, de tener un hijo «a toda costa», y no, en cambio, por expresar la total acogida del otro y, por tanto, la apertura a la riqueza de vida de la que el hijo es portador. Las relaciones interpersonales experimentan un grave empobrecimiento. Los primeros que sufren sus consecuencias negativas son la mujer, el niño, el enfermo o el que sufre, y el anciano.

Somos igualmente testigos de cómo los medios de comunicación también influyen en la toma de decisiones de las personas y muchas veces, por intereses particulares, vulneran su integridad, muchas veces justificados en su derecho a la información, aprovechándose de la posibilidad de influenciar la conciencia moral de quienes los escuchan y ven.

La conciencia es el luminoso ojo del alma

Nos recuerda s. Juan Pablo II sobre nuestro compromiso frente a Dios: La conciencia de cada persona es de algún modo responsable, no solo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la «cultura de la muerte».

   Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama « al mal bien y al bien mal » (Is 5, 20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral.

Sin embargo, todos los condicionamientos y esfuerzos por imponer el silencio no logran sofocar la voz del Señor que resuena en la conciencia de cada hombre. De este íntimo santuario de la conciencia puede empezar un nuevo camino de amor, de acogida y de servicio a la vida humana. « Os habéis acercado a la sangre de la aspersión » (cf. Hb 12, 22.24): signos de esperanza y llamada al compromiso. [4]

Cuando no tenéis el amor de Dios en vosotros, sois muy pobres. Sois como un árbol sin flores y sin frutos. (Santo Cura de Ars).

¿Qué podemos hacer?

  • Coherencia frente a la moral y los valores fundamentales. La hipocresía es la garante del mal. Menos discurso más testimonio y vida auténtica. Y una frase del político italiano Luca Volontè: La coherencia es un fruto de la presencia de Dios.
  • Mucha desorientación entre los cristianos. Católicos que avalan propuestas que desdibujan intereses fundamentales con intereses particulares. A través de la experiencia del costarricense Luis Fernando Calvo se evidencia: “La gente que va a Misa no tiene claridad”, deja una inquietud frente al tema del desconocimiento. Importantísimo, comprensión y coherencia frente a la Tradición, Doctrina y Magisterio de la Iglesia. “Aprendan a leer los signos de los tiempos”.
  • Apuntar a vivir en virginidad (limpieza y libertad moral y espiritual de cuanto no es de Dios), identidad y fidelidad. Sin el ambiente adecuado, no es posible ser, crecer y permanecer.[5]
  • La virginidad es la propuesta que hace la Virgen María, inocentemente, a la humanidad, quien con su ejemplo, en libertad y entregando su voluntad, se abrió por completo a la acción de Dios en ella. El consentimiento de María no fue de palabras, sino de hechos. Ella aceptó plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino.[6] Es precisamente, la virginidad, la invitación que hoy se nos hace en medio de tanta convulsión, entendiéndola, como integridad y posesión armoniosa de sí, es pureza del corazón.[7] A través de ella, se encuentra la cercanía a Dios que no se alcanza tanto, por la capacidad intelectual del hombre, como por la conversión del corazón; por una obediencia nueva y por la acción moral.[8] Ser vírgenes por tanto, es estar en sintonía con Dios. [9]
  • Fortalecer jornadas de oración, vida de los Sacramentos y adoración frente al Santísimo.
  • Volver los ojos a proteger la familia, célula fundamental de la sociedad, iglesia doméstica y donde se gestan los valores esenciales del individuo. Dios ama tanto la familia que se hizo Hijo en el vientre virgen de María, Madre, maestra y modelo, porque quiso mostrarnos que en ella nace el Salvador. No tenemos derecho y si lo hacemos estamos equivocados, a tener psicología de huérfanos. Tenemos Madre.[10] En la familia se vive el amor y se transmite la fe, la esperanza y la caridad. Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Gilbert Keith Chesterton.
  • Cualidades: respeto, paciencia, verdad, lealtad, confianza, coherencia, audacia, creatividad, solidaridad, autenticidad y perseverancia. La ecuatoriana Sonia María Crespo nos recuerda “Tenemos a Dios y a nosotros” y aconseja construir relaciones de amistad sinceras, formarse y trabajar en equipo.
  • Ser humildes. Vivir 10 verbos para aprender a trabajar en equipo. 1. Doblar rodillas, 2. Inclinar cabeza, 3. Desocupar mente y corazón, 4. Dejar hacer a Dios, haciendo, 5. Creer, 6. Confiar, 7. Esperar, 8. Insistir, 9. Resistir y 10. Persistir. [11]
  • Fiarse en la providencia de Dios y luchar por buscar recursos sin esclavizarse, Dios responde.
  • Dirección, apoyo y coherencia; invitar a nuestros pastores a que se comprometan con apoyar tanto espiritualmente como con hechos reales el trabajo de quienes se acerquen con el deseo de ayudar. Generación de conciencia.
  • Alianza. Elaborar estrategias con creatividad, hacer redes de apoyo. Fortalecer la comunicación. Unidos en la diversidad. Trabajar en comunión, cada uno desde sus propias capacidades, cumpliendo la misión a la que fue llamado.
  • La política debe ser el ejercicio libre de la democracia, debe recoger los intereses de la mayoría en pro del bienestar de todos. Hacer alianzas con políticos que se comprometan con la defensa de la vida y la familia. “Asumimos la política o la seguimos dejando en manos de bribones”. Carlos Polo
  • Evaluación periódica del trabajo que se ha realizado. Encontrarse y conocerse.
  • Tener presencia en instancias religiosas, educativas, mediáticas, políticas, artísticas y tecnológicas.
  • En resumen, oración, humildad, prudencia, solidaridad y formación, con un único interés: tener a Cristo por Cabeza. Dios no falla. Dios es fiel.[12]


[1] De los contenidos de la Espiritualidad Trinitaria de los Hijos de la Madre de Dios. (A. 1409, 1137, 1045)

[2] Evangelium Vitae, Juan Pablo II, No 19 – 24

[3] Ibid, No 21

[4] Ibid, No 23, 24

[5] De los contenidos de la Espiritualidad Trinitaria de los Hijos de la Madre de Dios.

[6] Redemptoris Mater, Juan Pablo II, No. 14

[7] Cf. G. Mozzanti, «Nato da Maria Vergine per opera dello Spirito Santo», en Concepito di Spirito Santo Nato dalla Vergine Maria, a cura di C. Dotolo - C. Militello, Bologna, 2006, p. 131-155.

[8] Cf. Comisión Teológica Internacional., Documentos (1969-1996, Madrid, 1998, p. 254).

[9] Cf. Carta. enc. Deus caritas est (25 diciembre2005), 41.

[10] Papa Francisco

[11] De los contenidos de la Espiritualidad Trinitaria de los Hijos de la Madre de Dios.

[12] Cf. 2 Ti 2,13; 1 Pe 4,19

Aumentar
Fuente
Disminuir
Fuente

Noticias relacionadas