Esta capilla, tan antigua como Bogotá, pide una restauración urgente

Suena la campana. Son las 7 de la mañana y las puertas de la parroquia de Santa Bárbara, en la antigua Bogotá, se reabren luego de unos cinco años de permanecer cerradas, por lo menos a esa hora del día. La misa era a las 5:30 de la tarde, pero ya no. Ahora, con párroco nuevo, las cosas cambiaron: 7:30 y 12:30 del día. Primer toque.
Los estudiantes ya están en clase y los feligreses, a esa hora de la mañana, escasean. Un patrullero de apellido Pinzón, adscrito a la estación La Candelaria, ubicada a pocos pasos del templo, sube las 12 escalinatas que llevan al atrio. Vigila. La mañana es lluviosa.
Segundo toque. El joven párroco Eugenio Fernández Herrera le pide a su ayudante, un administrador de empresas con especialización en gestión de proyectos, John Manuel Montoya, que toque la campana. El hombre se arrodilla, se persigna y dice a renglón seguido que está ahí por la mano de Dios, que lo llevó a doblar la campana y a colaborar con los menesteres en esta joya patrimonial que necesita más de dos manos para restaurarla –aclara–.
Y es que esta parroquia esconde, entre otras sorpresas, en su parte trasera, el camarín de Santa Bárbara, una capilla pequeña tan antigua como la ciudad y cuya cúpula apenas está apuntalada por improvisados palos de madera que hacen todo el esfuerzo del mundo por no astillarse.
No son muy conocidos esos tesoros históricos que guarda esta edificación, pero sí son, como se dice, todo un ‘boccato di cardenale’ para los arquitectos, restauradores e historiadores de este monumento, que si no se restaura puede pasar a ruinas, también, en un santiamén.
Santa Bárbara es una de las primeras joyas arquitectónicas que requieren, además de oraciones, bendiciones y limosnas, una intervención de expertos en restauración.
Al tercer toque, el ciudadano-ayudante ve cómo por el costado de las columnas del campanario baja el rastro del último aguacero que se filtró por las grietas. Son las huellas del deterioro de esta edificación religiosa inaugurada el domingo 23 de febrero de 1586, sobre una capilla de techo de paja que en su génesis se levantó 21 años antes, en 1565, en honor de la patrona, luego de que un rayo, cuenta la historia, incendió la casa de campo y mató, primero, a la cocinera Cornelia y, luego, a un canónigo. Ahí nació el templo.
Suena la campana. Son las 7 de la mañana y las puertas de la parroquia de Santa Bárbara, en la antigua Bogotá, se reabren luego de unos cinco años de permanecer cerradas, por lo menos a esa hora del día. La misa era a las 5:30 de la tarde, pero ya no. Ahora, con párroco nuevo, las cosas cambiaron: 7:30 y 12:30 del día. Primer toque.
Funcionarios de los Impuestos Nacionales, del Ministerio de Hacienda, del Archivo Nacional; vecinos de Las Cruces, Buenos Aires, Egipto, Lourdes, Santa Bárbara central, y también los que van pegados a las ventanas en las rutas de servicio público o en particular, ven las puertas abiertas de par en par: se santiguan, se besan el pulgar y pasan en un santiamén despachados por la 7.ª con calle 5.ª rumbo al norte, a lo suyo, a sus trabajos.
Los estudiantes ya están en clase y los feligreses, a esa hora de la mañana, escasean. Un patrullero de apellido Pinzón, adscrito a la estación La Candelaria, ubicada a pocos pasos del templo, sube las 12 escalinatas que llevan al atrio. Vigila. La mañana es lluviosa.
Segundo toque. El joven párroco Eugenio Fernández Herrera le pide a su ayudante, un administrador de empresas con especialización en gestión de proyectos, John Manuel Montoya, que toque la campana. El hombre se arrodilla, se persigna y dice a renglón seguido que está ahí por la mano de Dios, que lo llevó a doblar la campana y a colaborar con los menesteres en esta joya patrimonial que necesita más de dos manos para restaurarla –aclara–.
Y es que esta parroquia esconde, entre otras sorpresas, en su parte trasera, el camarín de Santa Bárbara, una capilla pequeña tan antigua como la ciudad y cuya cúpula apenas está apuntalada por improvisados palos de madera que hacen todo el esfuerzo del mundo por no astillarse.
No son muy conocidos esos tesoros históricos que guarda esta edificación, pero sí son, como se dice, todo un ‘boccato di cardenale’ para los arquitectos, restauradores e historiadores de este monumento, que si no se restaura puede pasar a ruinas, también, en un santiamén.
Santa Bárbara es una de las primeras joyas arquitectónicas que requieren, además de oraciones, bendiciones y limosnas, una intervención de expertos en restauración.
Al tercer toque, el ciudadano-ayudante ve cómo por el costado de las columnas del campanario baja el rastro del último aguacero que se filtró por las grietas. Son las huellas del deterioro de esta edificación religiosa inaugurada el domingo 23 de febrero de 1586, sobre una capilla de techo de paja que en su génesis se levantó 21 años antes, en 1565, en honor de la patrona, luego de que un rayo, cuenta la historia, incendió la casa de campo y mató, primero, a la cocinera Cornelia y, luego, a un canónigo. Ahí nació el templo.
Fuente Disminuir
Fuente