“Desperdiciamos el acuerdo de paz con las FARC”: habla nuevo Cardenal
Monseñor Luis José Rueda, actual presidente de la Conferencia Episcopal y recientemente designado Cardenal por el Papa Francisco, aseguró que no se debe desfallecer en la búsqueda de la paz, reconoció que sí es papable y le envió un mensaje a Petro: “No trabaje solo, es necesario escuchar”.
La noticia le llegó minutos antes de las 6 de la mañana. Una de las personas que trabaja en comunicaciones de la Conferencia Espiscopal lo llamó muy temprano el domingo pasado y le dijo a monseñor Luis José Rueda que el papa Francisco, máximo jerarca de la iglesia católica, lo designó Cardenal. En otras palabras, lo puso en la cúspide de la carrera eclesial.
Este santandereano es filósofo y especialista en teología, tiene 61 años y un agudo sentido para analizar la realidad colombiano. De hecho, en entrevista con El Espectador, aseguró que “Colombia atraviesa por una noche oscura hace varias décadas” por cuenta de la violencia, el narcotráfico y, entre otros crímenes, por la corrupción.
Monseñor Rueda dijo que el país dejó escapar una oportunidad única con la falta de una implementación correcta del Acuerdo de Paz con las FARC, le dijo al presidente Gustavo Petro que se abra a escuchar otras voces para que conozca otras realidades del país y, sin tapujos, advirtió que se está trabajando para frenar la pederastia en la iglesia católica colombiana.
¿Cómo se enteró de que el Papa Francisco lo designó cardenal?
Faltaban como unos 10 minutos para las 6 de la mañana del domingo, 9 de julio, cuando una comunicadora, una periodista que trabaja con nosotros en la Conferencia Episcopal, me llamó para comunicarme esta situación. Luego, busqué en Vatican News, que es el portal del Vaticano, y realmente así era. Fue una sorpresa muy grande. Lo recibo con fe, con humildad, y me pongo las manos del Señor y le agradezco al Papa Francisco que le ha hecho este reconocimiento a la iglesia colombiana.
Eso es llegar a la cúspide de la carrera eclesial.
¿Qué pensó al confirmar la noticia?
Sí, el servicio de un Cardenal es un servicio al sucesor de Pedro en la misión propia de la iglesia, que es la evangelización. Además, es para acompañar al Papa, en este caso es el Papa Francisco, nuestro querido Papa latinoamericano. Pero también al Papa que sea, de cualquier continente, quien debe ser acompañado. Esto más que una exaltación, es un servicio y una misión dentro de la iglesia universal. Y hay un beneficio en la oración, porque el Papa está orando por Colombia, lo que significa que está muy pendiente, estamos en el corazón del sucesor de Pedro, que en el año 2017 nos visitó y nos dejó un mensaje de reconciliación y de paz. Por eso, más que recibir Colombia algún beneficio, es Colombia la que le ofrece, a través del elegido, un servicio a la iglesia universal y a la humanidad.
¿Se ve o se proyecta como sucesor del Papa Francisco?
No, de ninguna manera. Yo creo que la Iglesia tiene suficientes cardenales muy bien preparados, con grandes trayectorias, con una profundidad espiritual y con una sabiduría más global que la que yo tengo. Eso no está dentro de mi proyecto. Al Señor siempre le pido que elija a la persona realmente adecuada dentro del Colegio Cardenalicio para la sucesión en la Cátedra de Pedro.
Pero al llegar a Cardenal sí entra en esa línea de sucesión…
He sido párroco, obispo en Córdoba, en el Cauca y ahora aquí en Bogotá por designación del Papa Francisco y por misericordia de Dios. Pero mi anhelo es servir a la iglesia en cualquier lugar donde viva, pero sobre todo aquí en mi tierra, en Colombia. Y yo creo que no debo pensar más allá, sino buscar siempre servir, amar, acompañar, tratar de discernir y de ayudar a la realidad social, a la realidad eclesial y poniendo siempre mi confianza plena en Cristo Jesús y amando a Colombia.
Monseñor, Colombia, indiscutiblemente, está en un momento de polarización muy duro, usted es consciente de eso y la Iglesia en los territorios lo palpa. ¿Qué se puede hacer en el país para superar eso?
La polarización nos hace daño, nos empobrece. Cada vez que nuestras comunidades se dividen, se fraccionan, se retrocede en el desarrollo integral que debería tener una mirada y una meta al frente. Tenemos que hacer un esfuerzo todos los colombianos, hombres y mujeres, con buen uso de razón y con amor a Colombia, en construir un proyecto común de país que nos unifique a todos, que independientemente de las formas como nosotros veamos la realidad y del punto de vista y el desarrollo político, seamos capaces de pensar en el bien común, no en el bien particular, no en el protagonismo de unos y en la exclusión de otros. Debemos poner todas nuestras capacidades en sacar adelante este país de esos atolladeros a los que nos lleva la polarización y donde nos esclaviza; nos pone una noche oscura la polarización, la violencia y la exclusión.
¿Colombia está atravesando por una noche oscura, Monseñor?
Colombia atraviesa por una noche oscura desde hace varias décadas. Es la noche oscura de la violencia, del narcotráfico, del irrespeto a la vida, del abandono de Dios, del odio y del miedo. Es la noche oscura de la avaricia, que está en el fondo y que nos ha llevado a destruirnos, a depredar nuestras riquezas naturales, pero sobre todo a acabar con la vida y el futuro de las generaciones de niños y jóvenes.
Pero pareciera que todo eso que describe se hubiese incrementado en años recientes…
Hay signos que nos muestran que teníamos una ilusión cuando llegó el proceso con las Farc y dijimos ahora sí va a amanecer en Colombia. Y, sin embargo, ese amanecer duró muy poco, porque no se implementó el acuerdo como debería ser, porque no nos centramos en trabajar juntos, en decirles a los grupos armados que entren a una política dialogada, en servicio del país y que vengan esas manos a trabajar con herramientas y no con armas. Desperdiciamos ese momento y ahora estamos sufriendo las consecuencias. Es muy importante que nosotros aprovechemos los momentos de reconciliación y de paz para que amanezca en Colombia.
¿Desperdiciamos el Acuerdo de Paz con las FARC, monseñor?
Sí, desperdiciamos el Acuerdo de Paz con las Farc. Creo que pudiéramos haber trabajado más, que pudiéramos haber corregido lo que fuera necesario. Pero ese era un gran escalón, ese era un gran logro, un logro histórico con un grupo que estaba delinquiendo, un grupo que había optado por la vía armada, creyendo que ese era el camino para la solución de los problemas de nuestro país. Y en un momento de poner las armas hubiéramos podido cerrar filas y salir, así como ellos, todos, a desautorizar moralmente a los que infrinjan esta norma de respetar la vida y a todos aquellos que con armas, con dinero ilegal, con actitudes violentas, están destruyendo nuestra geogra"a y sobre todo nuestra ecología humana.
¿Fue una oportunidad perdida?
Sí, desperdiciamos ese momento. Ahora no desperdiciemos ningún momento, ninguna posibilidad, enfilemos todas nuestras fuerzas y toda nuestra sabiduría, nuestro amor a Colombia y nuestras convicciones responsables buscando que todo fluya hacia la paz, hacia la reconciliación y que nos liberemos por fin del narcotráfico, de la corrupción y de esta narcoeconomía que lleva a que se ponga por debajo de la mesa la vida y por encima los dólares.
Monseñor, eso inevitablemente lleva a ver que el Acuerdo de Paz se firmó durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y se debería haber implementado durante el gobierno del presidente Iván Duque. Si se desperdició el acuerdo de paz con las Farc, eso es casi que una referencia tácita, no explícita, a que en estos últimos cuatro años se desaprovechó el momento. ¿Es así?
Yo creo que sí, pero no le echaría la culpa a una persona o a otra. Yo preferiría que no nos polaricemos diciendo el culpable es uno o aquel, como hace uno en el recreo de la escuela cuando la profesora lo pilla uno haciendo algo indebido y uno culpabiliza al otro y se lava las manos como Pilatos. Es decir, todos los colombianos desperdiciamos este momento. Monseñor, hoy el presidente es Gustavo Petro y hay más líderes.
¿Qué mensaje les envía o qué les dice para que se frene la confrontación política?
Pues un mensaje a todos los colombianos y a quienes están liderando y quieren liderar, por ejemplo, las alcaldías y la gobernación en las elecciones que tendremos en octubre, pues es que qué bueno que encontráramos hombres y mujeres que lideran a Colombia con propuestas que a través de los labios, a través de la palabra, se entienda que hay una persona de paz, una persona que respeta la vida, una persona que respeta al que piensa distinto. Si lográramos el respeto a los colombianos, si lográramos quitar las armas de la boca que destruyen, que calumnian, que critican, que excluyen, empezaríamos con la paz y con el diálogo también y no a excluir.
Háblele directamente al presidente Petro, Monseñor: ¿Qué le dice al Jefe de Estado?
Primero, que no desista en los temas de la paz, que continúe y que trabaje por la paz. Pero que no trabaje solo, es necesario escuchar a todas las regiones, a todos los gremios, abrir el oído y el corazón a las academias, a los medios de comunicación, a los empresarios, a los campesinos, a los indígenas, a la iglesia. Él es el Jefe de Estado de todos los colombianos y, si él nos escucha a todos, si escucha a los que estamos en las regiones, los obispos están en las regiones, los docentes están en las regiones, los alcaldes y los gobernadores, puede tener una visión más profunda, más global, más completa del país y así todos seremos protagonistas del cambio.
¿Usted cree que la paz total tiene futuro, Monseñor, que va por buen camino?
Cada gobernante le va poniendo un apellido a la paz, pero la paz limpia, pura, plena, profunda, sostenible, es una paz que nace del corazón de cada uno de nosotros. Jesucristo el Señor nos dijo, dichosos y felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Pero esa paz empieza en el corazón de cada uno de nosotros, hay que desarmar nuestra conciencia, desarmar nuestros corazones, reconocernos como hermanos a pesar de las diferencias. La Iglesia ha estado comprometida en toda la búsqueda de la solución del conflicto armado de Colombia, que tiene ya unos 70 años. Ese conflicto aflora con armas, con atentados, con secuestros, con confinamientos, con violación del derecho internacional humanitario, de corazones que no están pacificados.
Monseñor, pero en este momento hablamos, me refiero como país, de paz total. A ese modelo, ¿qué futuro le ve?
Yo creo que hay que ir poco a poco, procesualmente, no apresurarnos. En Santander decían que el que mucho abarca, poco aprieta, y yo creo que esos refranes populares nos ayudan. Cuando uno piensa en una paz total, no profunda sino horizontal, con todos a la vez, es necesario que las distintas bandas y que todos los grupos depongan las armas. Pero es necesario que lo hagamos procesualmente, que se vean los procesos, que se avance con una línea de trabajo y luego se asuma la otra. Es muy importante que no haya protagonismos individuales, que haya un protagonismo comunitario donde todos podamos servir. No hay que desistir en el camino de la paz, pero hay que darle una línea de conducción, una orientación que permita evaluar los logros y animarnos en la esperanza con lo que puede venir con otros grupos.
¿Qué está haciendo la iglesia colombiana para enfrentar la pederastia?
Como iglesia en Colombia, y cuando hablo de la iglesia en Colombia es todo el pueblo de Dios, en la que como responsables, como ministros ordenados, nos duele que pase esto, nos duele y pedimos un perdón que es prolongado, no solamente un perdón de palabras en un momento dado, sino que es un perdón que se convierte en trabajo, en trabajo continuo, serio, responsable, humilde. Trabajamos arduamente en ello. En las diferentes regiones donde se encuentran las 78 jurisdicciones eclesiásticas de nuestro país y también en las comunidades religiosas masculinas se están adelantando estas investigaciones, pero si bien estamos en el proceso, aún no tenemos resultados consolidados, toda vez que se sigue analizando la información. Pero quiero decirles, además, que estamos trabajando fuertemente en todo lo que tiene que ver en el bloque preventivo y estamos sin desatender todas las regiones, trabajando para que asumamos la cultura del cuidado, la cultura de la responsabilidad, hacer de la iglesia un entorno seguro. Incluso, pese a esta dolorosa situación de la iglesia, nos podamos convertir en un signo para la sociedad, un signo que reconoce los pecados, que pide perdón y que actúa en la prevención.
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