La tumba de una gigante: Sigrid Undset
Hace unos días un columnista de El Tiempo, Esteban Constaín, recomendaba un libro que no se había terminado de leer. A partir de ese momento no me pareció tan descarado. Porque sí. Porque quizá le demos demasiada importancia a lo concluido, a lo acabado, cuando en realidad, si queremos recomendar las cosas buenas también debemos hablar del camino, del paisaje que recorremos antes de la meta. A Constaín, por su calidad, se puede permitir esa audacia. No sé si a mí, pero a su sombra...
Pues bien. El otro día me pasó algo muy curioso. Me sucede a veces que si me pongo a leer y el autor menciona a un fulano y no lo conozco (cosa de casi siempre) escribo su nombre en un papel aparte, y, acabada la lectura, lo busco en Google. Eso ha resultado bueno. Es como despejar niebla, como hacerle justicia a muchos olvidados. El caso es que Charles Moeller, sacerdote, teólogo, escritor y crítico literario belga, mencionó a Sigrid Undset en una nota muy elogiosa. Esto fue la venia de un gigante; y si un gigante se inclina ante un nombre, quiere decir que hay un gran entuerto por enderezar.
Así descubrí a esta mujer prodigio; de puro rebote; como por un saludo descuidado hecho en la calle. Pero antes de contar un poco sobre la vida de esta escritora, les planteó una cuestión prematura: ¿No es un misterio que se olvide a estos personajes superdotados y en cambio gocen de fama algunos de talla infinitamente menor?
Sigrid Undset era noruega, aunque había nacido en Dinamarca. Alegró a sus padres un 20 de mayo de 1882. Podemos imaginar, solo por seguirle la corriente a suposiciones, que creció entre cantos del folklore danés y las narraciones de su padre, profesor de arqueología, al calor de las chimeneas. Así, entre inviernos en el campo, las tertulias sobre el medioevo que su padre celebraba en casa, y la curiosidad de una niña prodigio, se fue formando en su mente el mundo que después se concretaría en la literatura que escribió y que nos regaló. Su mente veía el medioevo con tanta capacidad que figuras de tal importancia como Humberto Eco en nada le demeritaban.
De los ingredientes de su fabulosa narrativa quizá podamos rastrear un par más: a su vida infantil rodeada de comodidades se sucede una serie de, podríamos decir, desgracias: la orfandad prematura, dificultades económicas, un matrimonio desgraciado. Son elementos importantes, pero misteriosamente en Singrid Undset, la suma de ellos nunca dio como único resultado la miseria. Se repone, triunfa, se deja enternecer, y escribe sobrepasando toda carga de adversidad.
Años más tarde, liberada de la tortura que significó para ella el matrimonio con el pintor Starsvad, se convierte oficialmente al catolicismo en 1923. Este evento, no exento de polémica y de una trascendencia espiritual y literaria innegable, la marcará profundamente: En ella el cristianismo se convierte en un entorno afable, como en un ámbito benéfico en el que todo sucede rodeado de la compañía de Dios; donde el hombre, aun el más pecador, invoca la ternura del Padre porque ha escuchado hablar de su misericordia.
No veo en Sigrid la ingenuidad, ni la rabia del neoconverso, sino el descanso del alma perdida que por fin ve la casa con lumbre, que descubre la iglesia.
Esta escritora demuestra conocer al hombre, su misteriosa propensión al mal, sus movimientos interiores; hace gala de una capacidad psicológica mayor (a mi modo de ver) que la de Dostoievski. Está embargada, también, de un pesimismo, y, no obstante, mira al cielo: siempre se siente la esperanza, y en eso se parece al Tolkien.
Hasta aquí he intentado no mentir, no exagerar, pero es difícil. Si una figura mítica nórdica, de sus olvidados bosques, se te aparece y te canta, van a decir que se es propenso a la hipérbole. Pero Sigrid es un ser de entrañas de éter y se le puede leer.
A esta mujer, que ganó el nobel en 1928, no la reclama ningún partido. A esta mujer no la reclama ningún feminismo de avanzada, por más de que es ejemplo de trabajo, triunfo y entrega.
No la reclama ningún feminismo quizá porque ella misma vaticinó su fracaso, y porque decidió ser madre, cosa que, parece, hoy perdonarse.
Ahí la dejan en una fosa común, compartiendo entierro con los que nunca gozaron de la gracia doble del genio y la fe. Sigrid Undset canta, no lejos de aquí. Todavía.
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*Por: Pbro. Jesús Arroyave Restrepo, párroco en San Mario - capellán del colegio Adveniat.
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