'Calvary', una recomendación
Les quiero recomendar algo bello. Digo bello, y más de una risa confiada sabe que no es del todo cierto. Entonces advierto, es una película bella, pero no recomendable para la edad más tierna, porque tiende a lo descarnado y sus diálogos no deben repetirse a la mesa.
Además, estoy consciente de que quien se duerma en la superficie de la propuesta terminará echándome en cara haber propuesto un film desesperanzador: un cura de pueblo que en vez de feligresía tiene jauría; un film en el que vemos a quema ropa el desmoronamiento de la Iglesia, ridiculizada y sofocada bajo las acusaciones de abuso, y por sus pataletas ineficaces de ahogado. Y sí, es así. Es, para el creyente que ama la Iglesia, un largometraje patético que le va sacando el aire. ¿Qué puede llegar a significar un cura en medio del mundo que ya superó la cándida edad de la instrucción? “su tiempo –[el de la Iglesia]- ya ha pasado y no se da cuenta”.
No nos asomamos a una película propiamente cristiana, sin embargo, creo que llega a serlo por su mensaje, pues habla de la persecución, del perdón, de la repulsa endemoniada por la cruz, y de fondo parece que se nos recuerda todo el tiempo: “si el mundo os odia…” Aquí hay algo a lo que tenemos que ir despertando y cuya reacción se nos exige, aunque sea el perdón, porque el mundo que aborrece la luz quiere engullir la antorcha.
Esta película nos da un paseo por la vida de un cura (Lavelle) que recibe una amenaza de muerte y que debe sacar cuentas, que debe hundir sus manos en su propia vida para ver si encuentra el corazón de su vocación, para ver si aún es Cristo lo que palpita. Este curita de pueblo, - rodeado de personajes a veces siniestros, y que para los que saben de cine pueden terminar pareciendo simples estereotipos (pero es que de tan libres, parecemos ocupar más los moldes del maniquí) - no es propiamente un risueño santurrón, que subiendo la cuesta, va silbando el Hosana de Jesus Christ Superstar . El padre tiene ocho días para dejar de ser lo que es, para huir al menos, o morir siendo cura. Una muerte que no parece tan inocente en vista de que, ante tantos abusos perpetrados y jamás inculpados, alguien debe pagar. Un cura que debe medir su vida con el fracaso y constatarlo: humanamente ha fracasado. ¿y Cristo? ¿y el amor? Vivimos tiempos oscuros, - se quejaba Carpentier- y estas son las aguas en las que empezamos a remar.
Digo las dos últimas cositas:
Al final de la peli, en su desenlace, nos presentan un martirio, como el nombre lo sugiere, al modo de Cristo. Pero no es el martirio de un santo, sí de un inocente. Es precisamente aquí, en este desenlace, tras la detonación, en los ojos abiertos del niño, que se nos empieza a hablar de esperanza (ya no solo de perdón). Este pequeño ha visto pagar, con dolor, al que nada debía. Se anuncia con este niño una nueva marea de testigos, no de los abusos de un pueblo pervertido, sino de la marginación y de la persecución gratuita y torturadora, si se quiere, de la cancelación.
Este niño del final me recuerda un poco al niño que, en El Poder y la Gloria, (G. Green) le abre la puerta al misionero, que lo ve derrotado, es más, cuyo pecado es público. Y ahí, lo ve pasar para luego morir en pecado - aunque arrepentido -. Esos niños que ven la historia de los fracasos, esos niños son la versión blanca entre las sombras, esos niños también hemos sido algunos de nosotros.
Les dejo el link, para que la vean:
https://cinefiliamalversa.blogspot.com/search?q=Calvary
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Por: Pbro. Jesús Arroyave Restrepo, párroco en San Mario y administrador parroquial en Santa María Micaela - capellán del colegio Adveniat.
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