Beethoven, nació y murió católico, pero ¿qué pasó en el intermedio?
Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach y Wolfgang Amadeus Mozart forman la gran trinidad de los compositores clásicos de Occidente. De los tres, es de Beethoven de…
De Ludwig van Beethoven (1770-1827) se sabe casi todo, y aquello que se ignora seguirá siendo objeto de especulación durante mucho tiempo. Por ejemplo, sus convicciones religiosas. Fue bautizado y educado como católico, y en la posteridad de su vida recibió los últimos sacramentos y un entierro eclesiástico. Entre ambos momentos de su vida, sobre su pensamiento sobre Dios existe incertidumbre, como explica Michael de Sapio (joven escritor norteamericano de música clásica) en Crisis Magazine:
Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach y Wolfgang Amadeus Mozart forman la gran trinidad de los compositores clásicos de Occidente. De los tres, es de Beethoven de quien las creencias religiosas se han demostrado más inconcretas.
Lo sabemos todo sobre el devoto luteranismo de Bach, quien escribió su música “para gloria de Dios y alivio del alma”; y Mozart fue un católico practicante, como dejan claro sus cartas. Beethoven, por el contrario, era renuente a expresar sus convicciones religiosas. A menudo se le retrata como un hijo de la Ilustración laicista-humanista (un individualista librepensador cuyas creencias eran de naturaleza deísta y poco necesitado de una iglesia o un credo).
Sin embargo, Beethoven fue bautizado y educado como católico, en una familia católica renana que había emigrado desde Flandes dos generaciones antes. ¿Qué vínculos concretos mantuvo este gigante de la música (el compositor de una de las mejores Misas católicas de todos los tiempos) con el catolicismo de su nacimiento?
Las cartas y cuadernos de Beethoven dan testimonio de su fuerte creencia en un Dios personal. Uno de sus libros favoritos era la obra de un pastor luterano [Christof-Christian Sturm (1740-1786)] titulada Betrachtungen über die Werke Gottes im Reiche der Natur und der Vorsehung auf alle Tage des Jahres [Reflexiones sobre la obra de Dios en el reino de la Naturaleza y su Providencia cada día del año], un ejemplo del amor del primer Romanticismo hacia el mundo natural (con frecuencia considerado incorrectamente como “panteísmo”), que influyó en obras de Beethoven como la sinfonía Pastoral.
Otras referencias de Beethoven a Dios (particularmente las que escribió durante el angustioso comienzo de su sordera) insisten en su proximidad y su comprensión del sufrimiento, en un lenguaje que a menudo recuerda a los Salmos. Invoca a Cristo como el prójimo que sufre (si no como Hijo de Dios). Beethoven también solía escribir notas y títulos religiosos en sus composiciones: “Lleno de gratitud al Todopoderoso tras la tormenta”, “Canción santa de agradecimiento de un convaleciente a la Divinidad”.
A la madre de Beethoven se la describe como una persona devota, y el compositor empezó su vida musical a los diez años tocando el órgano en las misas más tempraneras de Bonn. Moralmente, Beethoven era muy honesto, incluso “puritano”, según algunos escritores.
Sin embargo, no está claro que el Beethoven adulto fuese a misa habitualmente o practicase alguna devoción católica (cuando se convirtió en tutor de su sobrino Karl, se aseguró de que recibiese regularmente los sacramentos). En mitad de su vida Beethoven parece haber desarrollado interés por el hinduismo y otras religiones orientales, citando sus textos religiosos en sus cuadernos. Las citas insisten en la trascendencia y la esencia pura de Dios y de hecho no están lejos de las enseñanzas del Antiguo Testamento.
Vale la pena mencionar que uno de los especialistas a quienes acudió Beethoven para tratar su sordera fue un sacerdote católico, un tal pater Weiss, que se había ganado una reputación en Viena como una especie de curandero de la sordera.
A lo largo de su carrera, Beethoven quiso dejar su huella personal en el ámbito de la música sacra. Aunque es cierto que algunas de sus piezas corales (como la Novena Sinfonía) sugieren la religiosidad deísta de la Ilustración, también escribió obras que pertenecen firmemente a la tradición cristiana y católica ortodoxa.
Primero vino el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos (1803), inusual entre las piezas de la Pasión y que se concentra en la Agonía en el Jardín, en vez de en la Crucifixión. En esta obra, Cristo adquiere un tenor heroico y la psicología de su “Agonía” abarca tanto el texto como la música.
En 1807 vino la esplendorosa Misa en Do mayor, una obra de consuelo y esperanza.
Un oratorio que le encargaron, El triunfo de la Cruz, lamentablemente nunca llegó a realizarse, aunque Beethoven mantuvo su promesa durante años. Ni el Cristo en el Monte de los Olivos ni la Misa en Do mayor suelen interpretarse hoy, lo cual es una pena, porque son excelentes obras que demuestran la continua búsqueda por parte de Beethoven de un estilo sagrado propio.
Esta búsqueda se consumó en 1824 con la Missa Solemnis, considerada por Beethoven como “la coronación de mi vida de trabajo”. Fue escrita para celebrar la instalación como arzobispo [de Olomouc, en Moravia, actual Chequia] del mecenas y gran amigo de Beethoven, el archiduque Rodolfo de Austria. Para prepararla, Beethoven se interesó de pronto por la música religiosa antigua y estudió a Palestrina, así como tratados de siglos anteriores sobre los modos de la Iglesia y la música litúrgica. También estudió los textos latinos de la Misa con idea de crear una música que expresase íntimamente la esencia de las palabras.
Beethoven estaba intentando establecer una conexión con el pasado: “En las formas antiguas de la Iglesia la devoción es divina… y [quiera] Dios que algún día me permita expresarlo”.
La Misa resultante estaba henchida de tradición católica, enriquecida con un simbolismo musical religioso y referencias al espíritu mismo del rito. Por citar sólo algunos ejemplos: las flautas que semejan el batir de alas de los pájaros representan el Espíritu Santo, el fondo de violines sugiere la presencia de Cristo en el altar de la Eucaristía y las imitaciones de órgano son el preludio del rito eucarístico.
La Missa es un ejemplo del “estilo tardío” de Beethoven. Sus colosales dimensiones –en términos de duración, dificultad y dimensiones de la orquesta– impiden su utilización litúrgica real; como la Misa en Do mayor, está pensada para un concierto en un auditorio más que para el templo. Totalmente sordo ahora, Beethoven sólo escuchó su música en la cabeza, y lo que él escuchaba era a menudo místico, cósmico, más allá de los límites: una música que suena antigua y moderna al mismo tiempo. La Missa Solemnis es una de las mejores Misas católicas y una de las más poderosas composiciones religiosas de todos los tiempos, junto con la Misa en Si menor de Bach y lo mejor de Haydn y Mozart.
Beethoven planeaba escribir otra Misa tras la Missa Solemnis, pero no llegó a hacerlo. En marzo de 1827, destrozado por diversas enfermedades, se puso a morir. Por sugerencia de su médico, Beethoven aceptó que un sacerdote le administrase la extremaunción; tras ello, el compositor exclamó: “¡Gracias, señor espiritual! ¡Me ha aliviado!” Que el sacerdote permitise un entierro católico y una misa solemne de réquiem por Beethoven parece indicar que pensó que Beethoven moría como un creyente.
Pero ¿fue así? ¿Murió Beethoven en unión con la Iglesia? No lo podemos saber con certeza, pero hay rasgos de que Beethoven, aunque firmemente comprometido con los valores “ilustrados”, pudo comprender sus limitaciones e intentó ir más allá de ellas. Su violenta retractación en 1804 de haber dedicado la Tercera Sinfonía a Napoleón Bonaparte apunta a una decepción con el mesianismo laicista. Y su música sagrada, en particular la Missa Solemnis, en muchos sentidos le devolvía a su pasado católico.
A pesar de ellos, algunos autores han intentado “des-catolizar” la Missa Solemnis, como si tal vez Beethoven no hubiese creído en las palabras que escribía. Se argumenta que escribió la obra en honor al Archiduque Rudolph; que deseaba ponerse a prueba a sí mismo con las formas sagradas de la Misa, como muchos otros grandes compositores habían hecho antes que él; y que utilizaba la Misa católica como una pinza de la que colgar sus creencias personales, ampliándola hasta un universalismo deísta.
Jan Swafford cae en esta forma de pensar en su reciente Beethoven: Anguish and Triumph [Beethoven: angustia y triunfo], a pesar de su brillante análisis de la Missa. Nos informa de que “en última instancia, la Missa Solemnis es la fe personal de Beethoven en cuanto forma individual de llegar a Dios, no una afirmación de los credos y los dogmas de la Santa Iglesia Romana y Apostólica… él creó una misa que incorporaba la doctrina y el rito físico de la Iglesia… pero él los convierte en algo a la vez personal y universal… persona a persona, sin sacerdotes”. La posibilidad de que la Misa de Beethoven sea exactamente lo que proclama ser –una afirmación de fe en Cristo y en la Iglesia- o de que al escribirla Beethoven puede haber querido volver al universalismo original del catolicismo... ¡ni se plantea!
Con una visión más amplia, la Enciclopedia Católica considera la Missa “una poderosa profesión de fe en un Dios personal por parte de uno de los mayores genios de todos los tiempos, que la compuso en medio de una duda creciente y de una potente desintegración moral y espiritual de su vida”.
La palabra “desintegración” está bien escogida. A pesar de todos sus puntos positivos, la Ilustración señalaba el comienzo de la fragmentación, como de un huevo roto, del pensamiento occidental: Dios sin Cristo, Cristo sin la Cruz. La Missa Solemnis ofrece una visión de unidad en la vieja fe. Muriese o no como católico –y al menos un autor cree que “permaneció [como católico] toda su vida”- Beethoven dejó al catolicismo uno de sus testamentos musicales más potentes.
En la sordera absoluta de sus últimos años, Beethoven dependía de los cuadernos (los famosos “libros de conversaciones”) para comunicarse con los demás. En muchos casos sólo ha sobrevivido un lado de la conversación. En una ocasión, parece que Beethoven estaba discutiendo sobre la Resurrección con su amigo Karl Peters. No sabemos qué preguntó Beethoven, pero la respuesta de Peters resume la crisis contemporánea de fe y la esperanza de superarla: “Te levantarás de entre los muertos junto a mí, porque debes hacerlo. La religión permanece inalterable, sólo el hombre cambia”.
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