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Mensaje del papa Francisco para la JMJ 2021

28 de septiembre de 2021
Mensaje del Papa Francisco para la JMJ 2021
Imagen: pri.org.mx
La XXXVI Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) se celebrará, a nivel diocesano, el próximo 21 de noviembre, Domingo de Cristo Rey.

“¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto”, es el tema del mensaje, en el que el santo padre exhorta a los jóvenes a liberarse de las “máscaras” para ser testigos auténticos del Señor y a vivir la preparación a la JMJ como “verdaderos peregrinos y no como turistas de la fe”.

En esta línea, explicó que “al abrazar la vida nueva que nos fue dada en el Bautismo, recibimos también una misión del Señor: ¡Serás mi testigo! (…) Se trata de una misión a la que dedicarse, que lleva a cambiar la vida”, por lo que la invitación de Cristo a Pablo se dirige a cada una y cada uno de ustedes, jóvenes”.

“Espero que todos nosotros podamos vivir estas etapas como verdaderos peregrinos y no como ‘turistas de la fe’. Abrámonos a las sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro camino. Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros hermanos y hermanas en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a otros a levantarnos juntos, y en este difícil momento histórico seremos profetas de tiempos nuevos, llenos de esperanza”, invitó Francisco.

Mensaje del Papa Francisco para la JMJ 2021

 

A continuación, texto completo difundido por el Vaticano el 27 de septiembre:

¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto” (Hch 26,16).

Queridos jóvenes:

Una vez más quisiera tomarlos de la mano para continuar juntos la peregrinación espiritual que nos conduce hacia la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa en el 2023.

El año pasado, un poco antes de que se propagara la pandemia, firmé el mensaje con el lema “Joven, a ti te digo, ¡levántate!” (cf. Lc 7,14). En su providencia, el Señor ya nos quería preparar para la durísima prueba que estábamos a punto de vivir.

En el mundo entero se tuvo que afrontar el sufrimiento causado por la pérdida de tantas personas queridas y por el aislamiento social. También a ustedes, jóvenes —que por naturaleza se proyectan hacia el exterior—, la emergencia sanitaria les impidió salir para ir a la escuela, a la universidad, al trabajo, para reunirse. Se encontraron en situaciones difíciles, que no estaban acostumbrados a gestionar. Quienes estaban menos preparados y privados de apoyo se sintieron desorientados. En muchos casos surgieron problemas familiares, así como desocupación, depresión, soledad y dependencias. Sin hablar del estrés acumulado, de las tensiones y explosiones de rabia, y del aumento de la violencia.

Pero gracias a Dios este no es el único lado de la medalla. Si la prueba nos mostró nuestras fragilidades, también hizo que aparecieran nuestras virtudes, como la predisposición a la solidaridad. En cada rincón del mundo vimos muchas personas, entre ellas numerosos jóvenes, luchar por la vida, sembrar esperanza, defender la libertad y la justicia, ser artífices de paz y constructores de puentes.

Cuando un joven cae, en cierto sentido cae la humanidad. Pero también es verdad que cuando un joven se levanta, es como si se levantara el mundo entero. Queridos jóvenes, ¡qué gran potencialidad hay en sus manos! ¡Qué fuerza tienen en sus corazones!

Por eso hoy, una vez más, Dios le dice a cada uno de ustedes: “¡Levántate!”. Espero de todo corazón que este mensaje nos ayude a prepararnos para tiempos nuevos, para una nueva página en la historia de la humanidad. Pero, queridos jóvenes, no es posible recomenzar sin ustedes. Para volver a levantarse, el mundo necesita la fuerza, el entusiasmo y la pasión que tienen ustedes. En este sentido, quisiera que meditemos juntos el pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que Jesús le dice a Pablo: “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto” (cf. Hch 26,16).

Pablo testigo ante el rey

El versículo que inspira el lema de la Jornada Mundial de la Juventud 2021 está tomado del testimonio de Pablo ante el rey Agripa, mientras se encontraba detenido en la cárcel. Él, que un tiempo fue enemigo y perseguidor de los cristianos, ahora es juzgado por su fe en Cristo. Habían pasado unos veinticinco años cuando el Apóstol narra su historia y el episodio fundamental de su encuentro con Cristo.

Pablo confiesa que anteriormente había perseguido a los cristianos hasta que un día, cuando iba a Damasco para arrestar a algunos de ellos, una luz “más brillante que el sol” lo envolvió a él y a sus compañeros de viaje (cf. Hch 26,13), pero solamente él oyó “una voz”. Jesús le dirigió la palabra y lo llamó por su nombre.

“¡Saulo, Saulo!”

Profundicemos juntos este hecho. Llamando a Saulo por su nombre, el Señor le hizo comprender que lo conocía personalmente. Es como si le dijera: “Sé quién eres, sé lo que estás tramando, pero a pesar de todo me dirijo justo a ti”. Lo llamó dos veces, como signo de una vocación especial y muy importante, como había hecho con Moisés (cf. Ex 3,4) y con Samuel (cf. 1 S 3,10). Cayendo al suelo, Saulo comprendió que era testigo de una manifestación divina, de una revelación poderosa, que lo sacudió, pero no lo aplastó, al contrario, lo interpeló personalmente.

En efecto, sólo un encuentro personal —no anónimo— con Cristo cambia la vida. Jesús muestra que conoce bien a Saulo, que “conoce su interior”. Aun cuando Saulo es un perseguidor, aun cuando en su corazón siente odio hacia los cristianos, Jesús sabe que esto se debe a la ignorancia y quiere demostrar su misericordia en él. Será justamente esta gracia, este amor inmerecido e incondicional, la luz que transformará radicalmente la vida de Saulo.

“¿Quién eres, Señor?”

Ante esa presencia misteriosa que lo llama por su nombre, Saulo pregunta: «¿Quién eres, Señor?» (Hch 26,15). Esta pregunta es sumamente importante, y todos en la vida, antes o después, nos la tenemos que hacer. No basta haber escuchado hablar de Cristo a otros, es necesario hablar con Él personalmente. Esto, básicamente, es rezar. Es hablar a Jesús directamente, aunque tengamos el corazón todavía desordenado, la mente llena de dudas o incluso de desprecio hacia Cristo y los cristianos. Me gustaría que cada joven, desde lo profundo de su corazón, llegara a hacerse esta pregunta: “¿Quién eres, Señor?”.

No podemos dar por descontado que todos conocen a Jesús, aun en la era de internet. La pregunta que muchas personas dirigen a Jesús y a la Iglesia es justamente esta: “¿Quién eres?”. En todo el relato de la vocación de san Pablo esta es la única vez en la que él habla. Y a su pregunta, el Señor responde sin demora: «Yo soy Jesús, al que tú persigues» (ibíd.).

“Yo soy Jesús, al que tú persigues”

Por medio de esta respuesta, el Señor Jesús revela a Saulo un gran misterio: que Él se identifica con la Iglesia, con los cristianos. Hasta ahora, Saulo no había visto de Cristo más que a los fieles que había encerrado en la cárcel (cf. Hch 26,10), cuya condena a muerte él mismo había aprobado (ibíd.). Y había visto cómo los cristianos respondían al mal con el bien, al odio con el amor, aceptando las injusticias, la violencia, las calumnias y las persecuciones sufridas por el nombre de Cristo. Por eso, si se mira bien, Saulo de algún modo —sin saberlo— había encontrado a Cristo, ¡lo había encontrado en los cristianos!

Cuántas veces hemos oído decir: “Jesús sí, la Iglesia no”, como si uno pudiera ser una alternativa a la otra. No se puede conocer a Jesús si no se conoce a la Iglesia. No se puede conocer a Jesús si no por medio de los hermanos y las hermanas de su comunidad. No nos podemos llamar plenamente cristianos si no vivimos la dimensión eclesial de la fe.

“Te lastimas dando golpes contra el aguijón”

Estas son las palabras que el Señor dirigió a Saulo después de que cayera al suelo. Parece como si le estuviese hablando de modo misterioso desde largo tiempo, tratando de atraerlo hacía sí, y Saulo se estuviera resistiendo. Este mismo dulce “reproche”, nuestro Señor lo dirige a cada joven que se aleja: “¿Hasta cuándo huirás de mí? ¿Por qué no escuchas que te estoy llamando? Estoy esperando tu regreso”. Como el profeta Jeremías, nosotros a veces decimos: «No volveré a recordarlo» (Jr 20,9). Pero en el corazón de cada uno hay como un fuego ardiente, aunque nos esforcemos por contenerlo no lo conseguimos, porque es más fuerte que nosotros mismos.

El Señor eligió a alguien que incluso lo había perseguido, que había sido completamente hostil a Él y a los suyos. Pero no existe una persona que para Dios sea irrecuperable. Por medio del encuentro personal con Él siempre es posible volver a empezar. Ningún joven está fuera del alcance de la gracia y de la misericordia de Dios. De ninguno se puede decir: está demasiado lejos, es demasiado tarde. ¡Cuántos jóvenes tienen la pasión de oponerse e ir contracorriente, pero llevan escondida en el corazón la necesidad de comprometerse, de amar con todas sus fuerzas, de identificarse con una misión! Jesús, en el joven Saulo, ve exactamente esto.

Reconocer la propia ceguera

Podemos imaginar que, antes del encuentro con Cristo, Saulo estaba en cierto sentido “lleno de sí”, se consideraba “grande” por su integridad moral, por su celo, por sus orígenes y por su cultura. Ciertamente estaba convencido de que hacía lo correcto. Pero, cuando el Señor se le reveló, “aterrizó” y se encontró ciego. De repente descubrió que era incapaz de ver, no sólo físicamente sino también espiritualmente. Sus certezas vacilaron. En su interior advirtió que aquello que lo había animado con tanta pasión —el celo por eliminar a los cristianos— había sido una completa equivocación. Se dio cuenta de que no era el poseedor absoluto de la verdad, más aún, que estaba lejos de serlo. Y, junto a sus certezas, cayó también su “grandeza”. De repente se supo perdido, frágil, “pequeño”.

Esta humildad —conciencia del propio límite— es fundamental. A quien piensa que lo sabe todo de sí, de los otros e incluso de las verdades religiosas, le costará encontrar a Cristo. Saulo, volviéndose ciego, perdió sus puntos de referencia. Al quedarse solo en la oscuridad las únicas cosas claras para él fueron la luz que vio y la voz que sintió. Qué paradoja: justo cuando uno reconoce que está ciego es cuando comienza a ver.

Después de la revelación en el camino de Damasco, Saulo preferirá ser llamado Pablo, que significa “pequeño”. No se trata de un “nombre de usuario” o de un “nombre artístico” —tan en boga hoy incluso entre la gente común—, fue el encuentro con Cristo el que lo hizo sentirse realmente así, derribando el muro que le impedía conocerse de verdad. Él mismo afirmó de sí: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, incluso indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15,9).

A santa Teresa de Lisieux, como a otros santos, le gustaba repetir que la humildad es la verdad. Hoy en día muchas “historias” sazonan nuestras jornadas, especialmente en las redes sociales, a menudo construidas artísticamente con mucha producción, con videocámaras y escenarios diferentes. Se buscan cada vez más los focos del primer plano, sabiamente orientados, para poder mostrar a los “amigos” y “seguidores” una imagen de sí que a veces no refleja la propia verdad. Cristo, luz meridiana, viene a iluminarnos y a restituirnos nuestra autenticidad, liberándonos de cualquier máscara. Nos muestra con nitidez lo que somos, porque nos ama tal como somos.

Cambiar de perspectiva

La conversión de Pablo no fue un volver para atrás, sino abrirse a una perspectiva totalmente nueva. En efecto, él continuó el camino hacia Damasco, pero ya no era el mismo de antes, era una persona distinta (cf. Hch 22,10). En la vida ordinaria es posible convertirse y renovarse haciendo las cosas que solemos hacer, pero con el corazón transformado y con motivaciones diferentes. En este caso, Jesús le pidió a Pablo expresamente que siguiera hasta Damasco, hacia donde se dirigía. Pablo obedeció, pero ahora la finalidad y la perspectiva de su viaje habían cambiado radicalmente. De ahora en adelante verá la realidad con ojos nuevos. Antes eran los ojos del perseguidor justiciero, desde ahora serán los del discípulo testigo. En Damasco, Ananías lo bautizó y lo introdujo en la comunidad cristiana. En el silencio y en la oración, Pablo profundizará la propia experiencia y la nueva identidad que le dio el Señor Jesús.

No dispersar la fuerza y la pasión de los jóvenes

La actitud de Pablo antes del encuentro con Jesús resucitado no nos resulta extraña. ¡Cuánta fuerza y cuánta pasión habitan también en los corazones de ustedes, queridos jóvenes! Pero si la oscuridad que los rodea y la que está dentro de ustedes les impide ver correctamente, corren el riesgo de perderse en batallas sin sentido, hasta volverse violentos. Y lamentablemente las primeras víctimas serán ustedes mismos y aquellos que están más cerca de ustedes. Existe también el peligro de luchar por causas que en el origen defienden valores justos pero que, llevadas al extremo, se vuelven ideologías destructivas.

¡Cuántos jóvenes hoy, tal vez empujados por las propias convicciones políticas o religiosas, terminan por convertirse en instrumentos de violencia y destrucción en la vida de muchos! Algunos, nativos digitales, encuentran en el ámbito virtual y en las redes sociales el nuevo campo de batalla, utilizando sin escrúpulos el arma de las noticias falsas para esparcir veneno y destruir a sus adversarios.

Cuando el Señor irrumpió en la vida de Pablo, no anuló su personalidad, no borró su celo y su pasión, sino que hizo fructificar sus talentos para hacer de él el gran evangelizador hasta los confines de la tierra.

Apóstol de las gentes

Posteriormente, Pablo será conocido como “el apóstol de las gentes”. ¡Él, que había sido un escrupuloso fariseo observante de la Ley! He aquí otra paradoja: el Señor depositó su confianza justamente en aquel que lo perseguía. Como Pablo, cada uno de nosotros puede sentir en lo profundo de su corazón esta voz que le dice: “Me fío de ti. Conozco tu historia y la tomo en mis manos, junto contigo. Aunque a menudo hayas estado en mi contra, te elijo y te hago mi testigo”. La lógica divina puede hacer del peor perseguidor un gran testigo.

El discípulo de Cristo está llamado a ser «luz del mundo» (Mt 5,14). Pablo debe dar testimonio de lo que ha visto, pero ahora está ciego. ¡Estamos de nuevo ante una paradoja! Pero es justamente a través de esta experiencia personal que Pablo podrá identificarse con aquellos a los que el Señor lo envía. En efecto, es constituido testigo «para abrirles los ojos y que se conviertan de las tinieblas a la luz» (Hch 26,18).

“¡Levántate y da testimonio!”

Al abrazar la vida nueva que nos fue dada en el bautismo, recibimos también una misión del Señor: “¡Serás mi testigo!”. Es una misión a la que dedicarse, que lleva a cambiar la vida.

Hoy la invitación de Cristo a Pablo se dirige a cada una y cada uno de vosotros, jóvenes: ¡Levántate! No puedes quedarte tirado en el suelo sintiendo pena de ti mismo, ¡hay una misión que te espera! También tú puedes ser testigo de las obras que Jesús ha comenzado a realizar en ti. Por eso, en nombre de Cristo, te digo:

- Levántate y testimonia tu experiencia de ciego que ha encontrado la luz, que ha visto el bien y la belleza de Dios en sí mismo, en los otros y en la comunión de la Iglesia que vence toda soledad.
- Levántate y testimonia el amor y el respeto que es posible instaurar en las relaciones humanas, en la vida familiar, en el diálogo entre padres e hijos, entre jóvenes y ancianos.
- Levántate y defiende la justicia social, la verdad, la honradez y los derechos humanos; a los perseguidos, a los pobres y los vulnerables, a los que no tienen voz en la sociedad y a los inmigrantes.
- Levántate y testimonia la nueva mirada que te hace ver la creación con ojos maravillados, que te hace reconocer la tierra como nuestra casa común y que te da el valor de defender la ecología integral.
- Levántate y testimonia que las existencias fracasadas pueden ser reconstruidas, que las personas que ya han muerto en el espíritu pueden resurgir, que las personas esclavas pueden volverse libres, que los corazones oprimidos por la tristeza pueden volver a encontrar la esperanza.
- ¡Levántate y testimonia con alegría que Cristo vive! Difunde su mensaje de amor y salvación entre tus coetáneos, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en el mundo digital, en todas partes.

El Señor, la Iglesia, el Papa confían en ustedes y los constituyen testigos para tantos otros jóvenes que encuentran en los “caminos de Damasco” de nuestro tiempo. No se olviden: «Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120).

¡Levántense y celebren la JMJ en las Iglesias particulares!

Renuevo a todos ustedes, jóvenes del mundo, la invitación a formar parte de esta peregrinación espiritual que nos llevará a celebrar la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa en 2023. El próximo encuentro, no obstante, será en vuestras Iglesias particulares, en las diversas diócesis y heparquías del mundo donde, en la solemnidad de Cristo Rey, se celebrará la Jornada Mundial de la Juventud 2021 a nivel local.

Espero que todos nosotros podamos vivir estas etapas como verdaderos peregrinos y no como “turistas de la fe”. Abrámonos a las sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro camino. Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros hermanos y hermanas en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a otros a levantarnos juntos, y en este difícil momento histórico seremos profetas de tiempos nuevos, llenos de esperanza. Que la Bienaventurada Virgen María interceda por nosotros.

Roma, San Juan de Letrán, 14 de septiembre de 2021, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Fuente: ACI Prensa
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