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Mirar y no ver; oír, pero no escuchar; tocar sin sentir

12 de septiembre de 2016
Mirar y no ver; oír, pero no escuchar; tocar sin sentir

En el “agite” del día a día las personas se cruzan, pero no se detienen, no se ven, no comparten aunque estén cerca y hagan lo mismo

A menudo las personas «se cruzan entre sí, pero no se encuentran», pero «si yo no veo (no es suficiente mirar, no: ver), si yo no me detengo, si no no veo, si yo no toco, si yo no hablo, no puedo hacer un encuentro». Durante la homilía de la Misa Matutina en la Capilla de Santa Marta, Francisco subrayó que, al contrario de la «cultura de la indiferencia» (incluso en familia, advirtió: «cuántas veces se come, se ve la tele o se escriben mensajes en el celular»), la «cultura del encuentro», que se puede aprender del Evangelio y que es lo que el mundo necesita, exige involucrarse personalmente y «cada encuentro devuelve a las personas y a las cosas su lugar».

La Palabra de Dios, dijo el Papa, según indicó la Radio Vaticana, hoy nos hace reflexionar sobre un encuentro. A menudo, observó, las personas «se cruzan entre sí, pero no se encuentran», y cada quien «piensa en sí mismo, mira pero no ve, oye pero no escucha. El encuentro es otra cosa, es lo que el Evangelio de hoy nos anuncia: un encuentro, un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo vivo y un hijo muerto, entre una multitud feliz, porque había encontrado a Jesús y lo seguía, y un grupo de gente, llorando, acompañaba a aquella mujer, que salía po las puertas de la ciudad. Encuentro entre aquella puerta de salida y la puerta de entrada. El redil. Un encuentro que nos hace reflexionar sobre la forma de encontrarnos entre nosotros».

En el Evangelio, prosiguió, leemos que el Señor sintió «gran compasión». Esta compasión, recordó, «no es lo mismo que hacemos nosotros cuando vamos por la calle, por ejemplo, y vemos una cosa triste: “¡lástima”». Jesús va más allá, siente compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y después hace el milagro. De ahí, prosiguió el Papa, vemos no solo la ternura sino también «la fecundidad de un encuentro. Cada encuentro —insistió— es fecundo. Cada encuentro devuelve a las personas y a las cosas su lugar. Nosotros estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y debemos trabajar y pedir la gracia de hacer una cultura del encuentro, de este encuentro fecundo, de este encuentro que devuelve a cada persona la propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad de viviente. Nosotros estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: “Pero, lástima, pobre gente, cuánto sufre”, y seguimos adelante. El encuentro. Y si yo no miro (no es suficiente mirar, no: ver), si yo no me detengo, si yo no veo, su yo no toco, si yo no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a crear una cultura del encuentro».

La gente, subrayó el Papa, temía «y glorificaba a Dios, porque había hecho el encuentro entre Dios y su pueblo». A mí, añadió, «me gusta ver también aquí el encuentro de todos los días entre Jesús y su esposa», la Iglesia que espera su regreso. También en familia, dijo el Papa, vivamos el verdadero encuentro; en la mesa, escuchémonos entre nosotros: «Este es el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su pueblo», todos necesitamos «la Palabra de Jesús». «En la mesa, en familia, cuántas veces se come, se ve la tele o se escriben mensajes en el celular. Cada uno indiferente a ese encuentro. Justamente en el núcleo de la sociedad, que es la familia, tampoco hay encuentro. Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, tan simple, como la hizo Jesús. No solo mirar: ver. No solo oír, escuchar. No solo cruzarse: detenerse. No solo decir “Lástima, pobre gente”, sino dejarse asaltar por la compasión. Y después, acercarse, tocar y decir en la lengua que a cada quien le venga en ese momento, la lengua del corazón: “No llores”, y dar por lo menos una gota de vida».

 

 

 

 

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