Hoy es la fiesta universal de Santa Rosa de Lima, primera santa de América
La Iglesia Católica celebra de manera universal a Santa Rosa de Lima (1586-1617), patrona de América y Filipinas. En Perú, su país natal, el día destinado para celebrarla es el 30 de agosto -es decir, una semana después- y su celebración tiene rango de fiesta litúrgica -día de precepto o de guardar-, siendo que es feriado civil y religioso.
Santa Rosa, primera santa de América, nos anima a encontrar a Jesús en el hermano y a buscarlo a tiempo y destiempo, a través de la oración. Ella solía decir: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”. ¡Sirvamos al hermano que está en necesidad!
La rosa más bella del jardín
Isabel Flores de Oliva, Santa Rosa, nació en Lima (Perú) el 20 de abril de 1586 y fue bautizada el 25 de mayo de ese mismo año. Aunque su nombre era Isabel -puesto en honor a su abuela materna-, una india que servía en casa de los Flores de Oliva empezó a llamarla de cariño ‘Rosa’, debido a la belleza con que se coloreaban sus mejillas. Con el paso del tiempo, esa forma cariñosa de llamar a la niña fue adquirida por sus propios padres y el entorno familiar.
Rosa recibió una esmerada educación -con un acento especial en la formación espiritual-, gracias a la cual tuvo noticia de la figura y legado de Santa Catalina de Siena (1347-1380), a quien admiraría toda su vida.
A los once años ‘Rosita’ se mudó con su familia a Quives, un pueblo ubicado en las serranías de Lima, como consecuencia del fracaso de su padre en la explotación de una mina, lo que dejó a la familia en serios problemas económicos. Ciertamente, fueron tiempos difíciles para los Flores de Oliva, pero también de copiosas bendiciones.
Una de estas tuvo lugar en 1597. Santo Toribio de Mogrovejo, entonces arzobispo de Lima, en visita pastoral a Quives, administró a Isabel el sacramento de la Confirmación. El encuentro con el también santo fue muy significativo. Fue Santo Toribio quien ‘oficialmente’ le cambiaría de nombre: de acuerdo a la costumbre, el confirmando podía pedir y recibir un nuevo nombre; Isabel no perdió tiempo y pidió el de ‘Rosa’.
Crucificada con Cristo
Al cumplir los 20 años, Rosa regresó a Lima, capital del virreinato del Perú. La joven empezó a trabajar en el huerto de la casa familiar, donde pasaba buena parte del día y durante la noche cosía ropa para las familias pudientes de la ciudad. Con eso se hacía de un dinero para ayudar al sostenimiento del hogar. No obstante, a pesar de la situación, Rosa era una joven muy feliz y no lo era por casualidad: para ese momento, la santa ya dedicaba horas enteras a la oración y a la práctica de la penitencia. He ahí la fuente de su alegría.
A medida que su amor por el Crucificado se hacía más intenso, se sintió inspirada para una entrega mayor a Dios. En su alma empezó a rondar la idea de hacer un voto de virginidad.
Rosa se descubría llamada a esforzarse por asistir a misa con frecuencia y así recibir la santa comunión. Con cierta naturalidad, su alma iba abriéndose a nuevas dimensiones espirituales como la mística y la contemplación. Casi sin darse cuenta, se estaba convirtiendo en signo de contradicción para una ciudad -Lima- sedada en su identidad cristiana, cuando no simplemente presa de la frivolidad.
Corona de espinas
En una ocasión, la madre de Rosa hizo una corona de flores y se la puso en la cabeza para que la luzca en un evento social. Rosa no se sentía cómoda en lo absoluto y presionó una de las ramas de la corona, clavándose una de las horquillas. Un breve hilo de sangre y el dolor punzante se habían transformado en penitencia.
De pronto, Rosa aprendió que se pueden aprovechar las circunstancias de la vida para unirse a Cristo sufriente. Cuando una mujer halagó la suavidad de sus manos y la finura de sus dedos, la joven las cubrió, tan pronto como pudo, con barro.
Ese tipo de reacciones, difíciles de comprender hoy, respondían a una lógica muy distinta a la que regula el presente: Rosa era muy consciente de cuán difícil es dominar el amor propio y la vanidad, así como preservar el corazón exclusivamente para su ‘esposo’, el Señor Jesús. Por eso realizaba intensos ayunos y pasaba las noches en vela haciendo oración por los pecadores, especialmente por aquellos que se habían cerrado a Dios.
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