Francisco de Sales, Obispo de Ginebra, Doctor de la Iglesia
Un verdadero pastor de almas. Hizo volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el 28 de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, en este día (1622).
Etimológicamente: Francisco = Aquel que porta la bandera, es de origen germánico. Fecha de canonización: 19 de abril de 1665 por el Papa Alejandro VII.
Breve Biografía
El patrono de los periodistas fue un escritor que se distinguió por decir la verdad con elegancia y sin herir a nadie, por escribir y hablar con tanta delicadeza que nadie se sentía molesto; un escritor y orador que no buscaba el morbo sino la transmisión de la simple y llana verdad evangélica. Y supo comunicar la idea de que todo lo auténticamente humano es cristiano. Fue un humanista de pies a cabeza.
Nace el gran Santo:
San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba "el cuarto de San Francisco", porque había en él una imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.
Es conocido como “El santo de la amabilidad”, porque fue precisamente alguien que entre sus fragilidades contaba con un mal carácter. Siendo así, se acogió a la gracia divina y a los cuidados maternales de la Virgen para dominar aquella pasión y trocarla en virtud.
Dios, que lo vio batallar cooperando con su gracia, le concedió la corona de la santidad. Hoy, desde el cielo, San Francisco de Sales intercede por todos aquellos que, como él, combaten contra sus propias debilidades -esas que suelen convertirse en ocasión de pecado-, o por todo aquel que procura con esmero adquirir la virtud.
A los 10 años, Francisco hizo su primera Comunión y recibió la Confirmación. Esa experiencia juvenil de encuentro con la gracia de Dios lo motivó a frecuentar el Santísimo Sacramento, y a pasar horas frente a Él en oración. Más adelante, su padre lo envió al Colegio de Clermont, dirigido por jesuitas, conocido por su ambiente de piedad y amor por la ciencia; una combinación atractiva para el joven Francisco.
No obstante, su mal genio le seguiría jugando malas pasadas. A veces sus desatinos o exabruptos lo convirtieron en objeto de burlas y humillaciones, siendo que su alma tenía que cargar el peso del rencor y el deseo de revancha. Como era un hombre educado, solía controlarse al punto de que muchos no tenían idea de su genio.
Sin embargo, con el tiempo las malas experiencias se iban acumulando en el corazón y Francisco sufría mucho. Llegó un momento en que incluso pensó que se condenaría al infierno para siempre. La mera posibilidad de que algo así sucediese lo atormentó durante mucho tiempo; tiempo en el que perdió el apetito y empezó a tener dificultades para dormir.
Entonces, un día, Francisco le dijo a Dios en oración: “No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre”. Determinado a encontrar una salida a sus entrampamientos, empezó a frecuentar templos y a ponerse en oración. Un día, en la Iglesia de San Esteban en París, arrodillado ante la imagen de la Virgen, pronunció la famosa oración de San Bernardo: “Acuérdate, oh piadosísima Virgen María…”.
Por primera vez en mucho tiempo, Francisco encontró algo de la paz que tanto anhelaba. Y ese hallazgo había sido posible gracias a la Madre de Dios.
Haber pasado por una prueba de esta naturaleza curó mucho del orgullo que, sin saber, le había atormentado tanto tiempo. En ese momento, Francisco también podía entender mejor a las personas que lo rodeaban y darse cuenta de lo imperioso que era tratarlas con bondad.
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