El Papa volando a Luxemburgo, agradece a los periodistas y las cartas de los emigrantes
Francisco saludó personalmente a los cerca de 60 reporteros, corresponsales, cámaras y fotógrafos que le acompañan en su 46º viaje apostólico internacional. El aterrizaje tuvo lugar en el aeropuerto internacional de Luxemburgo-Findel unos minutos antes de las 10.00 horas.
La sonrisa es la misma que hace quince días, cuando estaba a punto de emprender el largo viaje a Indonesia. «Le agradezco mucho esta compañía suya. Gracias por su servicio. Muchas gracias», dijo Francisco a los cerca de 60 periodistas presentes en el vuelo de Ita Airways a Luxemburgo, destino, junto con Bélgica, del 46º viaje apostólico.
El viaje es más corto y menos exigente que el anterior; pero el entusiasmo parece ser el mismo. Dado por «salir» y conocer nuevas realidades, nuevas caras, nuevas historias.
«Estoy a su disposición»
Menos de media hora después de que el AirBus320neo despegara a las 8.29 horas del aeropuerto de Roma-Fiumicino, el Papa quiso saludar personalmente a los que a menudo se ha referido como sus «compañeros de viaje». El apretado horario del vuelo no permitió al Papa hacer la tradicional ronda de saludos, aquella en la que él mismo se movía entre los asientos de reporteros, cámaras y fotógrafos para estrecharles la mano, escuchar algún chiste o frase susurrada al oído. «Lo siento, no me siento con fuerzas para hacer el 'viaje'...», bromeó Francisco en referencia al largo pasillo del avión. «Gracias», volvió a repetir.
Una bolsa de Senegal llena de regalos y mensajes
Muchos eran, como siempre, los regalos que los periodistas habían preparado para el Papa. El director de la Oficina de Prensa vaticana, Matteo Bruni, los recogió uno a uno y se los entregó a Francisco. Uno, en particular, destaca por las dramáticas historias que hay detrás, entrelazadas con uno de los temas preferidos del Pontífice: las migraciones. Es la de la periodista española Eva Fernández, corresponsal de Radio Cope, que entregó a Francisco una bolsa de tela senegalesa. La han confeccionado los niños de la Fundación Buen Samaritano, una iniciativa de la parroquia de Santa María de Añaza, en esas Islas Canarias que se han convertido en una 'nueva Lampedusa' por el continuo flujo de desembarcos de migrantes y refugiados y las miles de dificultades para acogerlos a todos. Las mismas Islas Canarias que Francisco ha dicho más de una vez -incluso durante la rueda de prensa a su regreso de Singapur- que quiere visitar tarde o temprano.
Odisea en el mar
El eco del deseo del Pontífice llegó a los propios migrantes, que, a través de Eva Fernández, enviaron cartas al Papa contándole la odisea que vivieron, o quizá mejor dicho, sufrieron, para llegar a las puertas de Europa. Todas las misivas están metidas en la bolsa senegalesa, donde también hay un cuadro del Gobierno canario creado por un artista local, junto con una carta del presidente Fernando Clavijo agradeciendo al Papa su preocupación por la situación en el archipiélago. En la bolsa también hay una misbaha, el pequeño rosario islámico de bolas de colores. Es el regalo que un inmigrante hizo a un sacerdote que le ayudó en el desembarco.
Ahora está en manos del Papa, al igual que las cartas manuscritas de Michel, Ousseynou, Bright, Ousmane, Abibo. Todos emigrantes que huyeron de la pobreza y de las tragedias de África. Todas historias de abandono -de su hogar, de su familia, de su tierra-, pero también, de alguna manera, de reinicio y renacimiento.
Las historias de Michel, Ousseynou, Bright, Ousmane, Abibo
La carta de Michel, un menor que salió de Senegal, cuenta la historia de un niño, el menor de tres hermanos, que viajó durante siete días sin ropa para cambiarse. Los traficantes le habían dejado la mochila en el suelo. Viajó con una camiseta y unos pantalones mojados y llegó a la isla sin apenas poder andar. La Fundación Buen Samaritano lo acogió con un amigo y empezó a trabajar. Así puede ayudar a su familia en Senegal, escribe.
Del mismo país llega Ousseynou Fall: es mayor que Michel pero está igualmente traumatizado por el viaje, durante el cual vio morir de sed a varias personas. En su carta, asegura al Papa que su posible visita a Canarias sería de gran consuelo para los que sufren y sueñan en la isla. Si alguna vez se produce, Ousseynou se ha ofrecido a ser su escolta personal hasta el puerto de Arguineguín, adonde llega tanta gente en barco de vapor.
También de Senegal es Ousmane: es poeta y reconstruye su viaje en las barcazas con unos versos en los que el horror se atenúa enseguida con metáforas y símiles: «El frío me retorcía los dedos y el hambre en el estómago se sentía como un hilo, mientras la humedad y la sal del mar me desgarraban la piel y mis pestañas se convertían en cristales de sal».
Entre las cartas hay una de Bright Obanor, nigeriano con esposa y tres hijos. Huyó de la persecución política en 2008 y llegó a Libia a los dos meses. Trabajó durante meses antes de reunir el dinero para marcharse a Sicilia. Allí permaneció siete meses y luego se trasladó a Padua. Durante tres meses vivió en la calle y fue en las calles de Padua donde consiguió reencontrarse con su mujer. Decidieron irse a Francia para dar un futuro a sus hijos. El final feliz, sin embargo, tardó en llegar. Bright no conseguía papeles, así que se apoyó en un conocido que le prometió un viaje a Irlanda para poner sus papeles en regla. Todo ello por 3.700 euros. Era una estafa. El joven fue detenido en Tenerife, donde hacía escala el avión que debía llevarle a Dublín. Gracias a la ayuda de muchos, ahora se están tramitando sus papeles. Mientras tanto, ha retomado sus estudios.
La última carta es de Abibo Danfá, de Guinea Bissau, uno de los pocos cristianos llegados a Canarias. En su país, Abibo estudiaba y trabajaba para pagarse sus estudios y los de sus hermanos, pero la falta de dinero le impidió continuar. Llegó en barcaza hasta El Hierro, también un viaje tortuoso. Le cuenta al Papa Francisco la imposibilidad de vivir en África por el hambre y las guerras: por eso muchos deciden intentar rehacer su vida en Europa, escribe.
Muchos tienen como destino Bélgica, el corazón de ese Viejo Continente al que Francisco llega por la tarde.
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