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El misterio de la Encarnación

23 de diciembre de 2014
El misterio de la Encarnación

En la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II se insiste en que la forma adecuada de la celebración en la Iglesia debe propiciar la participación activa,…

En la fiesta de la Navidad traemos ante nosotros el recuerdo del nacimiento de Jesús, para ello nos sirve de ayuda los relatos de los evangelios de San Mateo y de San Lucas como también el pesebre y los villancicos. Este recuerdo del nacimiento de Jesús nos debe servir a los cristianos para contemplar el misterio de la Encarnación, el misterio del Hijo de Dios hecho hombre y manifestado como el Salvador de todos los hombres. San Agustín, un santo muy importante en la historia de la Iglesia, por el año 400 describió el misterio la Encarnación como «el admirable intercambio que nos salva» dado que el Hijo de Dios se hace ‘Hijo del hombre’ a fin de que nosotros, los hijos de hombre, lleguemos a ser hijos de Dios.

En la mentalidad renovadora del Vaticano II, se nos impulsa para que al celebrar la Navidad, lleguemos a participar del misterio de la Encarnación. Y ¿qué significa para nosotros participar el misterio de la Encarnación? Cuando Dios se hace hombre en la persona de Jesucristo, de alguna manera Dios se está uniendo a todo ser humano (Vaticano II, Gaudium spes, 22), de modo que a Dios lo podemos reconocer y acoger en todo hermano nuestro; a Dios lo podemos reconocer en todo lo auténticamente humano que constituye la existencia de cada uno de nosotros.

Participar del misterio de la Encarnación quiere decir acoger la presencia salvadora de Dios en nuestra misma humanidad y por lo tanto responder a su llamada precisamente desde nuestra propia historia personal, porque a partir del misterio de la Encarnación Dios está viniendo y dejándose encontrar en lo humano que hay en cada uno de nosotros.

Participar del misterio de la Encarnación nos permite entender nuestra vida, y la vida de todo ser humano, como acontecimiento de salvación; y con ello comprender la salvación como el designio de Dios que se está cumpliendo en cada uno de nosotros.

El apóstol San Pablo proponía a los filipenses a acoger el misterio de la Encarnación y por ello los invitaba a «adoptar la misma actitud de Cristo, quien siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Hombre igual a todos y con las apariencias de un hombre cualquiera se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todos y le concedió el nombre que sobrepasa todo nombre» (Filipenses 2, 5-9).

Al expresar que Cristo murió y murió en cruz, el Apóstol señala la pena de muerte que el imperio aplicaba a quienes consideraba enemigos de la sociedad. Pues hasta esa situación desciende el Hijo de Dios, hasta las situaciones que los hombres consideran las más alejadas o profundas a donde puede caer un ser humano; hasta allá desciende Cristo, hasta las situaciones humanas más oscuras, de mayor sinsentido, y desde allí emprende, por obra del Padre del cielo, el ascenso a la gloria, a la plenitud de vida.

A partir del misterio de la Encarnación no hay situación humana, por deshumanizante que sea, que no quede tocada por el amor de Dios para que se convierta en punto de partida para el ascenso a la plenitud de vida que Dios quiere para todo ser humano.

Descargue a continuación la novena de Navidad completa 

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