"Debemos salir al encuentro de Dios en la ciudad y ser testigos de la capacidad transformadora de su gracia"

En el tercer y último día de la jornada de estudio que se realizó del 8 al 10 de septiembre sobre actualización permanente del presbiterio, evento organizado por la…
Hemos llegado a la tercera y última jornada de este seminario de actualización teológico pastoral de nuestro presbiterio.
Al inicio nos propusimos dos objetivos estrechamente relacionados: por una parte, conocer mejor y sensibilizarnos más frente al nuevo paradigma de evangelización que como Iglesia arquidiocesana hemos asumido. Por otra, introducirnos en la lectura del documento de los fundamentos teológicos y pastorales del plan de evangelización.
Asimismo, hemos querido realizar juntos un ejercicio de lo que hemos denominado pensamiento complejo o visión periférica, con base en la herramienta del girograma y en la conversación abierta en torno a las diversas relaciones que es posible establecer entre los diversos aspectos contemplados en los diversos componentes de nuestro paradigma.
Estos dos objetivos se situaban, a su vez, dentro de un doble itinerario: la formación permanente del presbiterio y el gran giro como primera etapa de la puesta en marcha de nuestro plan de evangelización.
Quisiera en primer lugar subrayar cómo este Seminario nos ha conducido a una de las dimensiones esenciales de la formación permanente: En la PDV se afirma que la formación permanente está destinada a hacer crecer en el sacerdote la conciencia de su participación en la misión salvífica de la Iglesia y en la fidelidad al ministerio que se le ha confiado. El desarrollo continuo de esta dimensión, según la misma Exhortación, empuja y estimula al sacerdote, a conocer cada vez mejor la situación real de los hombres a los que ha sido enviado; a discernir la voz del Espíritu en la circunstancias en las que se encuentra; a buscar los métodos más adecuados y las formas más útiles para ejercer su ministerio hoy.
La reflexión sobre la situación socio cultural nos ha puesto de nuevo frente a los cambios profundos y acelerados que atraviesa nuestro mundo y dentro de él frente a los cambios de la misma práctica religiosa. Estos cambios no son elementos externos a nosotros, sino que de diversas maneras nos tocan. Además nosotros mismos contribuimos a generarlos. El espíritu en el que esta labor de conocimiento y discernimiento se debe realizar no puede ser otro que el del amor al mundo como participación el amor de Dios por su creación, según nos lo recordaba el Señor Cardenal en sus palabras de apertura. Como no evocar aquí las palabras del Paulo VI en su testamento y en su meditación frente a la muerte: “Cierro los ojos sobre esta tierra doliente, dramática y magnifica, implorando una vez más sobre ella la bondad divina. Sobre el mundo: no se piense que se le ayuda adoptando sus criterios, su estilo y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo”.
Se nos dijo desde el primer día que frente a las crisis profundas que los cambios provocan, la salida no puede ser la restauración, sino la invención. La fidelidad auténtica es siempre una fidelidad creativa y audaz que, ante las nuevas circunstancias y a partir de las riquezas inagotables del misterio de Cristo, refigura y reformula la fe.
Los tiempos actuales nos desafían de manera muy radical y esta situación debe ser vista no como un condicionamiento negativo, sino como una gracia que reclama el compromiso de todas nuestras facultades humanas, así como el fortalecimiento de nuestra fe. Es necesario seguir haciendo camino según la naturaleza misma del cristianismo, en conformidad con la exhortación que nos hacía nuestro Arzobispo.
La metodología escogida para adentrarnos en el conocimiento más profundo y en la acogida cordial del paradigma ha sido simplemente la conversación. Lo vivido durante estos días nos ha hecho experimentar como el conocimiento se va construyendo con el aporte de todos. Ha sido muy interesante y enriquecedor conversar entre nosotros sobre nuestros temas y nuestras preocupaciones comunes y, al mismo tiempo, reconocer los enfoques diversos. El pensamiento complejo no significa pensamiento complicado, sino pensamiento abierto al diálogo, para evitar el riesgo siempre de los esquemas rígidos, de las ideas cerradas, de las posturas fijas o de las prácticas inamovibles. En una palabra de las simplificaciones ideológicas que como lo advirtió Aparecida distorsionan siempre la realidad.
Es justo reconocer, una vez más, como las ponencias han sabido provocar y estimular este diálogo. Pero también lo es, reconocer la participación de todos en este ejercicio de construcción común. Lo vivido durante estos días fortalece y expresa la comunión entre nosotros, nos permite reconocernos mutuamente como evangelizadores y pastores, nos ayuda adquirir un lenguaje común, a asumir de manera más profunda las líneas maestras del plan e irlas enriqueciendo. Ayer un sacerdote decía de manera coloquial que el ejercicio de estos días le habían ayudado a entender que el plan no era un producto prefabricado que los sacerdotes debíamos recibir para poner en práctica, sino que el plan era algo que entre todos estábamos “cocinando” todavía.
Sea la ocasión para destacar y agradecer la presencia y la participación de los laicos en este Seminario de actualización teológico pastoral del presbiterio. Ustedes son corresponsables de nuestra formación presbiteral y con sus gestos y sus aportes nos han edificado mucho durante estos días.
De hecho, el nuevo paradigma fue el resultado de dos años de conversación de nuestra Iglesia, de camino recorrido juntos, pero este, aún en sus diferentes documentos, no es un conjunto de principios o de recetas pastorales, sino ante todo una nueva manera de ver, llamada a dinamizar nuestra estilo de evangelizador. La sensibilización en la que estamos comprometidos en esta primera etapa de la puesta en marcha del plan, no es pues un adoctrinamiento, sino un proceso de apropiación en el que el nuevo paradigma se va no solo acogiendo, sino también enriqueciendo. Sin el cambio de mentalidad que esta primera etapa se ha propuesto, ninguna programación logrará la meta anhelada de la renovación misionera de nuestra Iglesia.
El pretexto de la conversación ha sido la herramienta del girograma, una herramienta destinada a hacernos ver cómo lo decisivo en esta nueva manera de ver no son sus componentes considerados de manera aislada, sino las múltiples relaciones que existen entre ellos. En este sentido, el pensamiento complejo, una vez más, no es el pensamiento complicado, sino el pensamiento que acoge la relatividad de todo conocimiento y enunciado, no en el sentido del relativismo, sino de la relación de todo conocimiento y enunciado con otros, relación en la que cada cosa adquiere su valor y su luz propia y revela su esencia más profunda.
El ejercicio que hemos realizado ha sido un ejercicio esperanzador. Los retos son muchos, pero la reflexión sobre ellos nos ha permitido redescubrir el potencial de nuestra fe. La primera charla puso en evidencia que el Evangelio puede contribuir de manera muy profunda a la emergencia de los nuevos sujetos en medio de las mutaciones culturales que estamos viviendo. La segunda charla nos ayudó a entrever como dentro de la riqueza del catolicismo están los elementos necesarios para acoger y encauzar las mutaciones y búsquedas de la vivencia de lo religioso en el mundo de hoy.
En muchos de los grupos se abordó a nivel del núcleo del paradigma el componente del encuentro con Cristo como horizonte último de nuestro quehacer evangelizador y, por ende, se puso de nuevo de manifiesto la importancia última del testimonio en orden a ese encuentro.
La experiencia cristiana se fundamenta en el encuentro con una persona o con un acontecimiento, decía Benedicto XVI en la Deus caritas est. Ahora bien, esta experiencia no es el resultado de la fabricación de una emoción de carácter religioso, sino el fruto del encuentro con Jesucristo vivo en su cuerpo que es la Iglesia. La carne de Jesucristo en nuestro mundo somos nosotros, es la Iglesia.
Es cierto, debemos salir al encuentro de Dios en la ciudad, pero al hacerlo debemos también como creyentes ser testigos contundentes de la realidad de Dios y de la capacidad transformadora de su gracia, en cuanto que por nuestra manera cristiana de vivir, podemos ayudar a descubrir el sentido último de las búsquedas humanas. Nos decía hace ya muchos años el Padre Baena, en unos retiros, que el testigo es aquella persona que fascina a otros porque encarna las búsquedas y los anhelos de quienes se encuentran con él. Sin embargo, nuestro testimonio es sacramental, no es simplemente nuestro, es testimonio del Testigo por excelencia que es Cristo. Se trata de translucir la presencia de Cristo. Por otra parte, el testigo no sólo repite, no solamente hace eco de lo que ha presenciado, sino que contribuye al advenimiento de lo testimoniado. Así nos lo comentaba, Monseñor Augusto, citando a Marcel. En último término el desafío formidable es recrear la existencia cristiana en el mundo de hoy en medio de unas condiciones que pueden contribuir a que facetas del misterio cristiano emerjan con mayor fuerza y así este despliegue con mayor vigor su vitalidad.
El documento teológico, como fruto de la consideración de la situación actual, plantea a modo de exegesis de la palabra de Dios que nos ha guiado y acompañado en el camino, unos rasgos de la Iglesia que Dios quiere y nuestra ciudad necesita. Bien vale la pena evocarlos rápidamente: Una Iglesia humilde, una Iglesia que no pretende acaparar, es decir, saberlo todo o abarcarlo todo, superando la tentación del exclusivismo, es decir sin ignorar, la presencia del Espíritu de Dios más allá de las fronteras visibles de la Iglesia; una Iglesia, por lo tanto, en sincera actitud de diálogo como se nos recordaba ayer con otras confesiones cristianas, con otras religiones, con el mundo de la ciencia y de las artes; una Iglesia que sabe mezclarse, que sale y se hace compañera de camino y superar la tentación del elitismo o del sectarismo; una Iglesia que sabe hacer suyos los anhelos y las esperanzas de todos los seres humanos, así como sus tristezas; una Iglesia que no se desvirtúa, que no pierde su naturaleza, que vive serenamente su identidad; una Iglesia que con la fuerza del Evangelio penetra y transforma la cultura y es, por consiguiente, fermento de una nueva sociedad; una Iglesia que no se oculta ni pasa desapercibida; una Iglesia que busca la gloria de Dios, una Iglesia del servicio y del amor que se inclina misericordiosamente ante los marginados y los que sufren, ante los “no sujetos”.
A esta realidad y a su causa en las desigualdades sociales queremos dedicar la última mañana de nuestro seminario. Se trata del tercero de los hechos significativos del contexto sociocultural que nos interpela, esto es, que cuestiona también nuestra forma de adhesión a la persona de Jesucristo y a su proyecto del Reino, así como nuestra fidelidad a la misión que el Señor nos ha confiado.
Que el Señor nos acompañe en esta última jornada de nuestro seminario y nos alcance la gracia de una renovación de nuestras mentes, de nuestros corazones y de nuestros estilos evangelizadores para que nuestra Arquidiócesis pueda cumplir con la tarea que le es propia y nuestro presbiterio crezca cada día más en identidad, en comunión y en mística evangelizadora.
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