Adolfo Zon Pereira, el obispo de la Amazonia

El religioso Javeriano, nacido en Seixalbo (Ourense) en 1956, acompaña la vida eclesial de un territorio de 131.000 kilómetros cuadrados, donde gasta su vida y se hace…
La misión es elemento fundamental en la vida del cristiano, independientemente de dónde y cómo sea llevada a cabo. Lo que menos se le pasaba por la cabeza a Monseñor Adolfo Zon Pereira cuando llegó Brasil, en un ya lejano 1993, es que un día sería obispo, servicio que asumió el 8 de noviembre de 2014, como obispo coadjutor de Alto Solimões, para después, en mayo de 2015, ser titular de esta diócesis en la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú, en plena Amazonia brasileña.
El religioso Javeriano, nacido en Seixalbo (Ourense) en 1956, acompaña la vida eclesial de un territorio de 131.000 kilómetros cuadrados, donde gasta su vida y se hace presente en medio de sus gentes a través de ríos caudalosos y llenos de vida, donde tiene como prioridad conocer la realidad del lugar y de sus habitantes, para así poder llevar a cabo un mejor trabajo evangelizador, que llegue a inculturar la Buena Nueva del Reino, aspecto en el que insiste mucho.
En esta entrevista nos habla sobre la Iglesia en la Amazonia y los desafíos que ésta enfrenta, sobre la necesidad de buscar nuevos caminos que permitan evangelizar y así construir el Reino de Dios.
Después de dos años de obispo, ¿cuáles son los cambios que ha experimentado en su vida como misionero tras asumir este nuevo servicio que la Iglesia le ha encomendado?
Creo que no ha habido grandes cambios después de estos dos años, tal vez una mayor capacidad contemplativa. Viniendo de la Amazonia, donde estuve durante veintiun años, para un lugar muy diferente dentro de la Amazonia, eso me lleva a tener una actitud más contemplativa y reflexiva, pues la tentación es repetir todo aquello que funcionó en la caminada pastoral que hice hasta ahora.
Pero uno tiene que prestar atención en ese sentido, pues son pueblos diferentes y uno tiene que conocer muy bien sus ritmos, para que a la hora de planear o intentar llevar a cabo una pastoral, siguiendo las orientaciones de la Iglesia de Brasil, sean las más eficaces. No es fácil, pues es necesario paciencia y, sobre todo, ese conocimiento profundo de la realidad.
Este no ser fácil se acrecienta por el hecho de vivir en una realidad de frontera, entre Brasil, Colombia y Perú. ¿Cómo influye esto en la vida de la gente y de la Iglesia de Alto Solimões?
Influye mucho en la vida de la Iglesia, pues no puedes tener una oferta única. Por ejemplo, nosotros tenemos un trabajo diferenciado en el mundo indígena con los tikuna, que son la mayoría, unos 46.000 en nuestra diócesis. Pero los indígenas del Río Javarí, que son seis pueblos, no tienen un acción específica, a no ser el trabajo del CIMI (Consejo Indigenista Misionero, por sus siglas en portugués) a través de sus proyectos, que inciden en el apoyo a su organización interna como pueblos.
El trabajo de evangelización, de inculturación, todavía no fue iniciado. Es algo que estamos intentando ahora en la parroquia de Atalaya, con el objetivo de acompañar a los indios en la ciudad, realidad que nos desafía a ver cómo estar con ellos, cómo acogerles en la ciudad, cómo crear las condiciones para que ellos tengan las mismas oportunidades, por ejemplo en la escuela, pues ellos vienen a la ciudad para poder estudiar.
Quien viene de las aldeas se encuentra en condiciones inferiores a aquellos que estudiaron en la ciudad. ¿Qué podemos hacer como Iglesia? ¿Cómo ayudar? ¿Cómo crear condiciones para que el indio, sin dejar de ser indio, pueda llegar a ser un doctor? De hecho hay ejemplos, como el de una india maruba, que fue acogida por las hermanas de Benjamín Constant, y tuvo oportunidad de estudiar y acceder a la universidad y hoy es doctora en antropología por la Universidad de Rio de Janeiro. Esto muestra que, con oportunidades, se puede ser doctor sin dejar de ser indio.
En este sentido, ¿el trabajo misionero no debe insistir cada vez más en ese crear oportunidades para que aquellos que la sociedad arrincona puedan sentirse protagonistas?
Aquí está el punto fundamental de la educación, en el buen sentido de la palabra, que es crear las condiciones para que cada persona consiga su perfeccionamiento, sea indio, blanco, sea lo que sea, pues la verdadera educación es la que crea las condiciones para que las personas puedan ser. Dios puso en cada persona todo lo que puede hacer posible que cada uno llegue a su objetivo, pero la educación es quien tiene que ayudar a aparecer esa riqueza que la persona trae consigo.
Hablando de los pueblos indígenas, que son once en nuestra diócesis, somos llamados a un trabajo más inculturado, que ya se lleva a cabo con los tikuna. Pero después tenemos aquellos que transitan en la frontera, pues uno pasa de Brasil a Colombia varias veces al día sin tener que presentar la documentación o cambiar de moneda. Hay gente que vive en un país y trabaja en el otro, produciéndose una interrelación que entraña sus desafíos.
¿Cuáles son hoy los desafíos pastorales de la Iglesia de la Amazonia?
Los desafíos son muchos, el primero la inculturación con los pueblos indígenas. Otro serían las ciudades, cómo llevar a cabo una evangelización del mundo urbano. Muchas veces la gente viene a la ciudad, pero nuestras comunidades no están atendiendo a toda ese gente que está llegando. Ahí el gran desafío es como acoger a esas personas más calurosamente. Es necesario una mejor formación de los laicos para que la Iglesia se manifieste a través de ellos, porque hasta ahora parece que todo es el sacerdote, la misa.
En cuanto eso, las comunidades periféricas de las ciudades pueden colaborar muy bien en la evangelización. El Documento 100 de la CNBB (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, por sus siglas en portugués) que habla sobre la Parroquia como comunidad de comunidades, creo que en la medida en que lo vamos introduciendo, podemos hacer una evangelización mucho mejor y más inculturada, llegando también a otras periferias.
En ese sentido, la Iglesia de Brasil tiene las comunidades eclesiales de base como uno de los modos de ser Iglesia, y en el próximo Intereclesial tiene como tema la evangelización del mundo urbano. ¿Cómo pueden ayudar las comunidades eclesiales de base en este desafio que usted ve para la Iglesia de la Amazonia?
Las comunidades en la ciudad son la presencia de la Iglesia en cualquier situación y circunstancia, en cualquier periferia, no sólo geográfica, de barrio, sino de situaciones diferentes que se dan en la propia ciudad, pues el mundo del trabajo cambia, el mundo de la familia cambia... Si las comunidades están cada vez más presentes, es una presencia de la Iglesia en aquel lugar.
El Decreto Ad Gentes nos dice que la misión comienza por la presencia. Es a partir de la presencia, de estar cerca de la gente, de la convivencia, que va a ser posible hacer también presente el Evangelio. Pero si dejamos esas periferias, esas personas que vienen y van, sin ningún contacto, ahí difícilmente vamos a poder hacer una evangelización seria.
¿Es difícil cambiar un modo de misión histórico que, sobre todo en la Amazonia, fue más de adoctrinamiento que de presencia, que siempre fue muy pequeña y cuando se daba era para adoctrinar y celebrar sacramentos?
Aquí es el gran desafío pastoral que tenemos, cómo hacernos más presentes en estas distancias tan grandes, para crear las condiciones de las que hablábamos antes. Cómo crear las condiciones para que cada comunidad sea Iglesia en su lugar.
No podemos continuar con una dinámica de que las comunidades son Iglesia sólo cuando el padre las visita o tienen la Eucaristía, sino cómo esas comunidades pueden ser Iglesia, vivir como Iglesia y celebrar como Iglesia. Aunque haya momentos en que el ministro ordenado se hace presente, hay otros ministerios, otras celebraciones que la propia comunidad puede realizar, y yo creo que en la Amazonia esta es nuestra manera, que la necesitamos, pues cuanta mayor presencia tengamos próximos de la gente, la evangelización va a ser mucho más incisiva.
Uno de los desafíos en muchas comunidades de la Amazonia, probablemente también en su diócesis, es la celebración de la Eucaristía, que en muchos lugares se reduce a una o dos veces por año. Dom Erwin Kräutler, hoy obispo emérito de la Prelatura del Xingú, hizo ver en 2014 ese problema al Papa Francisco, a lo que él respondió que hiciesen propuestas valientes. ¿Ha avanzado la Iglesia de la Amazonia en este sentido?
A nivel teórico y de diálogo estamos hablando cada vez que nos juntamos como obispos, pero a la hora de concretar todavía no se ha avanzado mucho. En la diócesis de Santarem ha comenzado la escuela de pastores de comunidades, pero no se sabe todavía lo que hacer en referencia a la Eucaristía, pues por ahora todavía está unida al sacerdote.
En los ministerios de coordinación, de liturgia, de catequesis, se está avanzando mucho, pero en referencia a la Eucaristía todavía estamos muy parados. El Santo Padre nos pide que seamos osados, pero la osadía en los obispos no es su gran característica, pues nosotros somos prudentes, ya que esas cosas tampoco se pueden tomar a la ligera, tienen que ser reflexionadas desde un pensamiento teológico y jurídico.
¿Es justo que en comunidades, donde la gente participa mucho, tengan misa sólo una vez por año? ¿No es necesario una solución para eso, sobre todo viendo como en muchas comunidades las Iglesias pentecostales se están adueñando de ellas?
En la Iglesia Católica la Eucaristía está todavía muy unida al presbítero celibatario. Entonces, no sé si el camino de reflexión, como ya tienen en la tradición de la Iglesia Oriental, donde tienen el sacerdote casado, va a ser por ahí. Tal vez alguna cosa nueva va a tener que ser pensada, porque lo que sí es verdad, como tú has dicho muy bien, es que es una injusticia que nosotros estemos diciendo que la fuente, el culmen y el centro de la vida cristiana es la Eucaristía, y después se la neguemos a la mayoría del Pueblo de Dios en esta Amazonia.
Alguna solución vamos a tener que encontrar, porque la Eucaristía tiene que ser la cosa más normal que debe suceder en una comunidad. Y ahí estamos hablando de la Eucaristía como sacramento, pues la Eucaristía como vivencia ya se vive en muchas comunidades.
Estamos hablando, en su caso, de una diócesis de 131.000 kilómetros cuadrados, con distancias enormes.
La sede de nuestra diócesis está más o menos en la mitad, si bien la región del Río Javarí está mucho menos poblada. Pero no es el número lo que nos tiene que preocupar, sino el hecho de que hay personas que tienen derecho a conocer a Jesús y celebrar la vida. Entonces, en ese sentido, nosotros deberíamos estar mucho más preocupados, que de hecho lo estamos, pero las soluciones, muchas veces, no están en nuestras manos.
En ese territorio tan extenso, ¿cuántos ministros ordenados tiene?
Actualmente estamos contando con veinte ministros ordenados, entre religiosos y diocesanos. El clero diocesano incardinado en la diócesis son siete, junto con otros dos fidei donum de otras diócesis y los frailes capuchinos que son quienes iniciaron la estructura eclesial en la región y que hasta hoy están presentes.
La Iglesia de Brasil y del mundo, ¿no debería preocuparse más con esa presencia ministerial en la Amazonia?
Creo que así como hubo, en la década de 1950, una llamada del Papa para evangelizar Brasil y todas las congregaciones y muchos sacerdotes fidei donum vinieron para acá, como en España sucedió con la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal para Hispanoamérica) que dió una respuesta para ayudar en toda Latinoamérica, ayudando también económicamente, debería haber ahora una solidaridad de ministros ordenados.
En la Presbiterorum Ordinis se dice que el sacerdote se ordena para la Iglesia, incardinado en una Iglesia local, pero abierto a las necesidades del mundo. Es necesario que haya solidaridad y deseo de compartir, aquel ardor misionero que existía en nuestros seminarios y que hoy se ha perdido.
En Brasil se ha creado la Comisión Misionera de los Seminaristas, que pretende dar desde la formación este ardor misionero y hacer saber que cuando el sacerdote se ordena lo hace para la Iglesia, que debería distribuir los recursos humanos según las necesidades, y creo que hay lugares que necesitan más que otros.
Somos llamados a dar desde nuestra pobreza. En Brasil existe el programa Iglesias hermanas y si hubiese un mayor reparto creo que no tendríamos tanto problema de Eucaristía aquí, pues creo que donde hay demasiados sacerdotes, si éstos llegasen hasta nuestras diócesis, podríamos abarcar un espacio mucho mayor.
(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil / religión digital)
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