Nosotros todos, hombres y mujeres, somos proyecto de Dios; somos fruto del amor infinito de Dios; por esa razón nuestro destino final no es la nada, por eso la muerte no es nuestro último destino. Dios es fiel a sí mismo y fiel a su proyecto. Él no es Dios de muertos, sino de vivos.( Lucas 2).
Dios quiere que su obra viva más allá de la muerte biológica. Dos relatos de vida proclamamos y celebramos este domingo; en ambos la fe se muestra como principio y causa del paso de la muerte a la vida; dos relatos evangélicos que nos invitan a confesar y celebrar la humanidad de Jesús.
Prueba irrefutable de ello es la actitud de la mujer enferma que “Oye hablar de Jesús” y quiere tocar su vestido pues cree que el único médico que puede curarla es Jesús; lo que no había podido lograr con los médicos de entonces, y las palabras que Él le dirige: “Hija, tu fe te ha curado, vete en paz”. Y lo es también lo dicho por Jesús al jefe de la sinagoga: No temas, ten fe y basta, y ya en la casa: La niña no está muerta, está dormida. Y después de que la niña se puso en pie y echó a andar, Jesús les dijo que le dieran de comer.
Una mujer impura se atreve a tocar el manto de Jesús, y Él se da cuenta; más aún, quiere que se sepa que alguien lo ha tocado. Y ese alguien es una mujer a quien Jesús llama hija. ¿No hay en ello, además, una lección sobre la dignidad de la mujer, y una invitación a vivir las relaciones que nos unen a hombres y mujeres como creaturas de Dios, y nunca como enemigos unos de otros?
Son dos historias de fe: todo aquel que cree en el Dios de la vida y confía en Jesús, es poseedor de una fuerza que lo puede liberar de todo lo que lo deshumaniza y destruye como persona, como creatura de Dios.
Los colombianos de hoy necesitamos ser curados. La verdad es que estamos enfermos, muy enfermos, en el alma y en el cuerpo; necesitamos tocar el manto de Jesús, necesitamos que venga a nuestras casas para que nos tome de la mano, nos despierte de la indiferencia ante el pecado y Él mismo haga renacer en nosotros la fe y la conciencia de nuestras responsabilidades personales y sociales, en particular, frente a la corrupción, al desprecio por la vida humana, a la violencia contra la mujer, contra los niños, la mala fe en la administración pública.
Pero no lo olvidemos: La fe no es un recurso mágico; es la disposición interior plena de confianza en la persona de Jesús; en su poder, en su amor por nosotros, en su condición de hombre real, nacido de María Virgen. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. (Juan.1, 14).
Jesús se hizo verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo, a nosotros, excepto en el pecado. Leamos el no. 22 de “Gozo y Esperanza” del Concilio Vaticano II .
Oremos: Aumenta nuestra fe en Ti, Dios y hombre verdadero.
Padre Carlos Marín G.
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