La vocación transforma nuestra vida y la complica de una manera maravillosa: cardenal Luis José Rueda A.
Este 30 de noviembre, fiesta de san Andrés Apóstol, hermano de san Pedro, y primero de los apóstoles en ser llamado a la misión; y en vísperas de un nuevo Año Litúrgico, la Arquidiócesis de Bogotá recibió con júbilo y esperanza la ordenación de seis sacerdotes y un diácono para el servicio en esta Iglesia particular.
Formados en el Seminario Misionero Arquidiocesano Redemptoris Mater de Bogotá: Daniel Felipe Otero Espinel, Gustavo Adolfo Cabezas Reyes y Juan Sebastián Ardila Calderón; en el Seminario Mayor de Bogotá: César Hernando Pulido Barón y Víctor Alfonso Mosquera Suárez; y en la Congregación Misioneros de la Anunciación: José Ulises Orjuela Gómez, por imposición de manos y Oración Consecratoria del cardenal Luis José Rueda Aparicio, fueron ordenados sacerdotes.
También, Miguel Ángel Gutiérrez Noriega, formado en el Seminario Misionero Arquidiocesano Redemptoris Mater, fue ordenado diácono.
Durante la solemne eucaristía, en la Basílica Metropolitana de Bogotá – Catedral Primada de Colombia, el cardenal Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá, invitó a meditar sobre el misterio de la vocación, que es un don otorgado a todo el pueblo de Dios.
Haciendo eco de las palabras del papa Francisco, explicó que “la palabra vocación puede entenderse en un sentido amplio, como llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él, el llamado a la santidad, etc”. (Christus vivit # 248)”.
De esta manera, agregó, “todas las personas, las mujeres y los hombres recibimos el don de nuestra vocación, así como llamó Dios a Abraham para que se pusiera en camino; como llamó a Moisés para liberar al pueblo de la esclavitud; como llamó al joven Jeremías que no sabía hablar bien; como se fijó en María, la humilde sierva del Señor, para convertirla en Madre del Redentor de la humanidad. La vocación transforma nuestra vida y nos complica la vida de una manera maravillosa… Es un don, una iniciativa de Dios que quiere darle sentido a nuestra vida”, aseguró.
Retomando la figura de san Andrés apóstol, quien, al ser llamado por Jesús, experimentó una amistad profunda y un seguimiento que comenzó con un acto de acogida en la casa de Jesús, el purpurado aseguró que la amistad con Jesús es fuente de alegría y gratitud, pero también implica tomar la cruz y vivir el sacrificio por Él, como lo hizo Andrés.
En este sentido, continuó, la vocación nos llama a una amistad misionera, a compartir la fe con otros. De esta manera, “comprendemos que la Iglesia es un Pueblo de caminantes que responden a la llamada de Dios. Nuestra fe católica es ante todo la respuesta a una llamada de Dios”.
Seguidamente, destacó la importancia de la evangelización personal y de vivir una amistad misionera que se expresa en relaciones interpersonales, en las cuales el amor de Jesús se transmite con sencillez y espontaneidad.
Instó a los nuevos ordenados a cultivar su amistad con Jesús, a vivir la amistad misionera y a seguir el ejemplo de la Virgen María, la primera discípula y misionera, en su entrega al servicio de Dios. También, les animó a vivir con alegría, gratitud y en sinodalidad.
Evangelización persona a persona nos dice el papa Francisco, recordó el cardenal:
“Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno encuentra, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino”. (EG #127).
Tres invitaciones especiales para estos servidores del Evangelio y de la Iglesia
Cultivar todos los días la amistad con Jesús, en la oración, en el encuentro con la Palabra de Dios y en el silencio.
Vivir la amistad misionera y compartirla con todos los miembros del presbiterio arquidiocesano, con los fieles laicos de sus comunidades parroquiales, con todas las personas que encuentren en el camino de sus vidas. "Háganlo con serenidad, con alegría, con corazón agradecido", les dijo.
Venerar y amar, con amor de hijos a la Virgen María, Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio sacerdotal.
Finalmente, recordó que todo somos y estamos llamados a ser promotores vocacionales. Agradeció de manera especial a los formadores, a los consagrados - sacerdotes, religiosos y religiosas- a las familias y a las comunidades parroquiales en las que se gestó y desarrollaron estas vocaciones. También, pidió acompañarles siempre con la oración.
La santa misa fue presidida por el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y concelebrada por el cardenal Rubén Salazar; por monseñor Edwin Vanegas Cuervo, obispo auxiliar y por el consejo presbiteral. Acompañó el presbiterio arquidiocesano, las comunidades parroquiales de origen y cultivo de la vocación de estos sacerdotes y diácono, comunidades religiosas, diáconos permanentes, seminaristas, familiares y amigos.
Finalizada la celebración eucarística se dio lectura al decreto en el que se establecen los servicios pastorales de los neopresbíteros y del diácono, además de otros servicios pastorales.
A continuación, ceremonia de ordenación sacerdotal y diaconal:
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