El cardenal se encuentra con su presbiterio
En la curia arzobispal, con el presbiterio de la arquidiócesis de Bogotá, en la fiesta de Santa Isabel de Hungría, patrona de esta Iglesia particular.
Un abrazo fraterno, un saludo, palabras de felicitación y manifestaciones de unidad y alegría, se vivieron luego de la celebración de la Sagrada Eucaristía en la Catedral Primada de Colombia, donde se congregaron para celebrar todos juntos la fiesta patronal, los jubileos sacerdotales y un homenaje con ocasión de la creación como cardenal del señor arzobispo Luis José Rueda Aparicio.
En la curia arzobispal fue recibido por el clero Bogotano, alrededor de unos 300 presbíteros estuvieron presentes, obispos auxiliares, hermanos de comunidades religiosas y algunos laicos, entre otros. Monseñor Daniel Delgado, vicario episcopal territorial de San Pedro, dirigió algunas palabras de acogida y agradecimiento a Dios por el cardenalato de monseñor Rueda.
Y, en la Catedral Primada de Colombia, el padre Nelson Ortiz Rozo, sacerdote de la arquidiócesis de Bogotá y quien está celebrando 25 años de haber sido ordenado también dirigió unas palabras de gratitud a Dios, al señor cardenal Luis José Rueda y por supuesto a todo sus hermanos sacerdotes. A continuación texto completo:
Queridos hermanos en el sacerdocio y amigos en la fe,
“¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? ¡Levantaré la copa de la salvación e invocaré su nombre!” Salmo 116,12
Este salmo 116 es una oración de acción de gracias unida a una promesa, en el que toda la composición está marcada por el verbo amar, con el que inicia, y así se enmarca en el ámbito del amor de Dios. La fe, el seguimiento a Jesús, la vivencia del ministerio sacerdotal son una respuesta permanente al amor redentor de Dios que tiene su plenitud en la entrega de Cristo por nosotros, que celebramos en cada Eucaristía.
Hoy nos reunimos para celebrar un acontecimiento significativo en nuestra vida y en el servicio a Dios y su Iglesia: el cardenalato de S. E. Mons. Luis José Rueda Aparicio y los jubileos de 60, 50 y 25 años de entrega, servicio y amor como sacerdotes. Es un día de profunda gratitud y reflexión, para todos nosotros que vamos, en distintos momentos, caminando juntos, en esta peregrinación del ministerio sacerdotal.
Deseo con estas palabras recoger el sentir de todos mis hermanos sacerdotes que hoy sentimos la alegría de este aniversario. Cada uno ha vivido el ministerio, dedicando su vida al servicio de Dios y de la Iglesia en diferentes contextos, pero reconociéndonos en la comunión de la fe y la vocación, y en esta hermandad encontramos fortaleza y propósito.
En este camino de vida ministerial, hemos sido testigos de la gracia de Dios y de su misericordia en nuestras vidas. Hemos compartido alegrías y desafíos, hemos acompañado a aquellos que buscan consuelo en los momentos difíciles, hemos celebrado la alegría de nuevos comienzos y hemos sostenido la esperanza en medio de la adversidad. Hemos sido bendecidos con la oportunidad de ser instrumentos de paz, reconciliación y fe en las vidas de aquellos a quienes servimos.
Hoy, al mirar hacia atrás en este camino, nuestro corazón se llena de gratitud. Agradezco a Dios por su inmensa misericordia, su guía constante y su amor inagotable. En esta memoria agradecida, quiero recordar a quienes fueron nuestros rectores en el Seminario, Mons. Óscar Urbina, Mons. Héctor Cubillos y Mons. Jesús María Rincón (q.e.p.d.), y a los formadores que, en comunión con ellos, nos ofrecieron la formación inicial para el ministerio.
Nuestra gratitud con nuestros arzobispos, quienes como pastores nos han guiado, acompañado y pastoreado en estos años, S. E., Mons. Pedro Rubiano, S. E., Mons. Rubén Salazar y S. E., Mons. Luis José Rueda. ¡Gracias por su apoyo paterno y cercano!
También quiero expresar nuestro profundo agradecimiento a todos ustedes, hermanos sacerdotes, por ser nuestros compañeros y amigos en este viaje. Juntos hemos compartido las alegrías y las tareas de este ministerio.
Además, hoy agradecemos a los laicos, matrimonios y familias, diáconos y religiosas quienes, con su apoyo constante y su compromiso valiente, han sido compañeros de camino, sinodalmente, en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal. Ustedes, con su fe, su dedicación y su participación activa en la vida de la Iglesia, llevan adelante solidariamente esta misión.
Nuestro agradecimiento a nuestras familias por su acompañamiento discreto, silencioso y paciente, que unido a la oración constante por nosotros, nos sostiene en el camino de la misión.
Hoy es un día de oración. Al celebrar estos 25 años, pongo en las manos de Dios lo que queda por delante en nuestra misión evangelizadora. Pido al Señor que nos siga dando la fortaleza y la sabiduría necesarias para continuar esparciendo las semillas del Reino de Dios en el corazón de las familias para que ellas sigan contribuyendo, como Iglesia, en su misión formadora de las personas, columna vertebral de la comunidad cristiana y célula de la sociedad para, así, ser faros de luz en un mundo, a menudo oscuro.
Encomendamos a Dios nuestro compromiso de ser testimonios vivos de los valores humanos, de la fe y del amor incondicional. Oramos para que Dios nos guíe en la construcción de un mundo con esperanza, más compasivo y justo.
Hoy es también tiempo de esperanza. Es cierto que la realidad y los múltiples problemas por los que atraviesa la humanidad y, en particular, nuestro país nos puede llevar al desánimo y al desaliento. Pero hoy, como con los discípulos de Emaús, el Señor sale a nuestro encuentro, camina con nosotros, nos toca el corazón y renueva nuestras fuerzas.
Precisamente, el papa Francisco en la carta que nos dirigió a los sacerdotes en el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, nos decía: “Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, de generosidad, de solidaridad y de confianza, así como el perdón, la paciencia, la indulgencia y la compasión con que hemos sido tratados, permitiremos que el Espíritu nos dé ese aire fresco capaz de renovar, y no de remendar, nuestra vida y nuestra misión, manteniendo encendida «la llama de la esperanza»”.
Qué Dios nos bendiga a todos en este ministerio, y que, a medida que avanzamos en este viaje, sigamos siendo testigos de su amor y gracia en cada paso que damos.
Y qué María, Madre de nuestro sacerdocio, siga siendo, la estrella que guía nuestro ministerio y el modelo de nuestra respuesta al Señor.
¡Duc in altum!
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