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Hace ochenta y dos años fueron sacrificados siete jóvenes religiosos durante la Guerra Civil Española

14 de agosto de 2018
Hace ochenta y dos años fueron sacrificados siete jóvenes religiosos durante la Guerra Civil Española

El 9 de agosto de 1936, en Barcelona, encontraron la muerte a manos de un grupo de asesinos que en el momento más cruento de la Guerra Civil los fusiló por una razón…

El 9 de agosto se conmemoró el martirio de siete jóvenes religiosos durante la Guerra Civil Española. En Colombia poco se sabe de ellos.

Alfonso Antonio, Luis Modesto, Juan José, Raimundo, Luis Arturo, Rubén de Jesús y Gabriel José tenían muchas cosas en común. Sus edades estaban entre 22 y 29 años, eran de familias muy católicas, de origen humilde, habían renunciado al mundo para ayudar a los enfermos y aceptaron ir a España para cumplir el sueño de estudiar para servir.

La historia de estos hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios había empezado seis años atrás cuando sus superiores dispusieron su viaje a España para fortalecer sus estudios religiosos y profundizar sus conocimientos en enfermería, especialmente, en la atención de pacientes con enfermedades psiquiátricas.

En entrevista con Aleteia, el padre Dayro Norley Meneses, delegado general para América Latina de la Orden, contó que en España ellos debían poner en práctica el principal carisma de su fundador, san Juan de Dios: «la asistencia y acogida a los más desvalidos y enfermos sin mirar sus condiciones».

Los jóvenes arribaron a España entre 1930 y 1935. El primero en llegar fue fray Luis Arturo Ayala Niño, en 1930 y cuatro años después lo hicieron Alfonso Antonio Ramírez Salazar (fray Eugenio), Juan José Velázquez Peláez (fray Juan Bautista) y Gabriel José Maya Gutiérrez (fray Esteban). En 1935 llegaron los demás: Luis Modesto Páez Perdomo (fray Gaspar), Raimundo Ramírez Zuluaga (fray Melquiades) y Rubén de Jesús López Aguilar (fray Rubén).

Eugenio, Luis Arturo y Esteban tenían experiencia en la atención a enfermos mentales puesto que habían atendido este tipo de pacientes en el Hospital de Nuestra Señora de las Mercedes, en Bogotá. Otros habían ingresado muy jóvenes a la comunidad, pero no por ello carecían de conocimientos en actividades igualmente duras. Por ejemplo, Rubén trabajó en minas de oro y sirvió como enfermero durante la guerra entre Colombia y Perú (1932-1933), mientras que Melquíades fue agricultor en la finca de sus padres. El más ducho era Juan Bautista quien al llegar a España trabajó en sanatorios de Granada y Córdoba. El que menos bagaje tenía era Gaspar, uno de los más jóvenes, a quien se le trasladó a Europa tan pronto hizo sus votos.

 

El sacrificio

En julio de 1936 los colombianos estaban dedicados de lleno a su tarea en el Hospital Psiquiátrico San José, de Ciempozuelos, municipio a 35 kilómetros de Madrid. Sin embargo, ante el recrudecimiento de la guerra y la feroz persecución a la Iglesia católica, fueron advertidos por sus superiores de regresar a Colombia, por eso el 7 de agosto un sacerdote les suministró en Madrid los pasajes para ir a Barcelona y luego a su país, mientras que la embajada les suministró pasaportes especiales y brazaletes tricolores para recalcar su condición de extranjeros.

Según una carta oficial suscrita por el cónsul colombiano en Barcelona, Ignacio Ortiz Solano, los frailes debían llegar a esa ciudad el 8 de agosto, pero no aparecieron en la estación del tren y nadie dio noticias sobre su paradero. Después de varias diligencias, por casualidad, un miliciano le informó que estaban detenidos en la cárcel. En la prisión, pese a exhibir los documentos que demostraban su nacionalidad, su condición y la protección por parte de la embajada, le negaron la entrada, aunque le dijeron que al día siguiente podría entrevistarse con ellos.

El 9 de agosto el diplomático regresó a la prisión, pero de allí lo remitieron al Hospital Clínico en donde comprobó que los religiosos habían sido fusilados junto a más de 120 hombres. En su informe a la Cancillería, Ortiz Lozano describió con indignación cómo encontró en una putrefacta morgue los cuerpos de aquellos inocentes: «Los ojos estaban fuera, los rostros sangrantes y todos oprobiosamente mutilados, desfigurados, irreconocibles, horribles. No tuve palabras para expresar la cólera y resolví contemplarlos en silencio».

Algunos testimonios recuerdan que los mártires ―pese a la pena de muerte decretada sin juicio previo― no lloraron ni dieron muestras de cobardía y en cambio se dedicaron a orar, cantar y consolar a sus compañeros de desgracia.

Los cuerpos de estos muchachos ―oriundos de pequeños pueblos de los departamentos de Antioquia, Caldas, Boyacá y Huila― fueron sepultados en el cementerio de Montjuic en una fosa común marcada como ‘Agrupación San Jaime 9-11’. En ese lugar una placa puesta por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios los recuerda con sus nombres y las fechas de su nacimiento y martirio.

La causa de beatificación de los Mártires hospitalarios colombianos se desarrolló entre 1951 y 1956 y su martirio fue aprobado en 1991. Al año siguiente, el 25 de octubre, el papa san Juan Pablo II los declaró beatos y mártires de la Iglesia junto con otros 64 hermanos de san Juan de Dios sacrificados durante la confrontación española.

Desde ese día los frailes Alfonso Antonio, Luis Modesto, Juan José, Raimundo, Luis Arturo, Rubén de Jesús y Gabriel José se convirtieron en los primeros beatos de Colombia. Sus nombres y su terrible muerte por odio a la fe son poco conocidos en el país que tan solo en sus pueblos natales se les rinden homenajes el 9 de agosto y el 25 de octubre.

 

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