Una sola Iglesia
Quizás para muchas instancias y agentes pastorales lo que les puede estar haciendo falta hoy para revitalizarse y cobrar nuevas fuerzas misioneras, sea, precisamente, el…
Arquidiócesis, diócesis, vicarías, parroquias, conferencias episcopales, el Vaticano, la Santa Sede, vicariatos apostólicos, comunidades religiosas, Celam, Clar, etc. ¿Qué es todo esto? Es la pregunta que un observador desprevenido o no podría hacerse desde su ser de bautizado y miembro de la Iglesia católica. Son las diferentes estructuras que tratan de darle concreción a la Iglesia en territorios precisos, son instituciones que trabajan por la comunión entre los diferentes miembros que la integran y, sobre todo, son medios para adelantar la tarea de la evangelización. Pero es la única Iglesia de Cristo, enviada a predicar el Evangelio a todas las gentes y en todos los lugares y tiempos. Única Iglesia, diversos servicios o ministerios, un solo mensaje, una sola fe y una sola meta que es la instauración del Reino de Dios.
Y si se trata de una sola Iglesia, todos sus miembros e instituciones deben sentir con los demás. Ha comunicado el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, arzobispo Urbina Ortega, que, como un gesto misionero concreto, cada arquidiócesis de Colombia apadrinará a un vicariato apostólico para poyarlo en toda su misión y seguramente con todos los medios necesarios para que realice de manera óptima su tarea. En ciertas ocasiones, la organización de las instituciones puede producir un efecto de desconexión entre sus componentes, pues cada uno atiende un aspecto particular. La idea, en la Iglesia una, no es esa. Siempre se trata de actuar como única asamblea de los hijos de Dios que, bajo la guía de sus pastores, buscan hacer realidad la condición de discípulos misioneros en donde sea necesario y para ello las estructuras no deben ser barreras sino medios de apoyo.
La idea de la colaboración decidida entre diferentes jurisdicciones de la Iglesia en Colombia debe ser una lección para que todas sus estructuras de evangelización y servicio sean más abiertas, más capaces de compartir responsabilidades y, cómo no, mucho menos engorrosas para los fieles y para los mismos pastores. Quizás para muchas instancias y agentes pastorales lo que les puede estar haciendo falta hoy para revitalizarse y cobrar nuevas fuerzas misioneras, sea, precisamente, el conocer otras realidades, el tener a la vista la creatividad y las limitaciones de sus hermanos evangelizadores, y, también, tener la oportunidad de compartir sus experiencias exitosas y sus propios fracasos que son lecciones de vida. Como quiera que sea, en toda la Iglesia está claro hoy en día, que el ser una sola es una ventaja en cuanto a fuerza y abundancia de experiencias y que solo desde la unidad dinámica y compartida se seguirán alcanzando metas importantes en la evangelización.
Al igual que le sucedió a Jesús en su propia tierra, donde él mismo proclamó que nadie era profeta entre los suyos, la Iglesia puede intensificar una nueva experiencia de movilidad interna que haga que profetas de “otras tierras” lleguen a anunciar el Evangelio a lugares y personas que quizás no han tenido un anuncio vigoroso o que ya acusan cansancio y falta la renovación. Todo esto empata muy bien con una de las ideas primordiales del papa Francisco que ha invitado a que la Iglesia viva en salida, que no se encierre en sí misma, que se arriesgue a situarse como la que acompaña a los caminantes de la fe dondequiera que se encuentren. Y, como lo hemos insistido desde este medio, todo debe ir acompañado de una muy notable participación de los fieles laicos, quienes están llamados a ser los actores principales de la misión evangelizadora en la actualidad. Hora de volver a sentir que somos una sola Iglesia y que de su misión todos somos responsables y que la primera tarea de la corresponsabilidad es anunciar el evangelio de Jesucristo. Lo demás se dará por añadidura.
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