Tiempo de prueba para la Iglesia
A lo largo y ancho del planeta la Iglesia católica está pasando por una serie de pruebas difíciles que tienden a aumentar. Aunque los grandes medios de comunicación del mundo omiten con demasiada frecuencia y con premeditada intención lo que le está sucediendo a los católicos en el mundo, cada vez se hace menos posible acallar la realidad. En Francia tres católicos fueron asesinados en una iglesia, un sacerdote fue abaleado en ese país, grupos radicales en Polonia y México se han tomado catedrales para oponerse a lo que piensa y defiende la Iglesia, en los Estados Unidos y en algunas partes de América Latina ha crecido la destrucción de imágenes sagradas, no pocos templos han sido incendiados en Chile y vandalizados en varias partes del mundo, etc. Está claro que la Iglesia católica enfrenta hoy una dura prueba y nada de extraño tiene que la tensión crezca en lugar de disminuir.
En temas doctrinales y de moral, la Iglesia cuenta hoy con unos oponentes feroces y en ocasiones violentos. En no pocos parlamentos se quiere desterrar del todo el pensamiento cristiano para dar lugar, sin obstáculo alguno, a leyes contra la vida, contra los enfermos, contra los incurables, contra los niños por nacer, contra la misma dignidad humana. En algunos países de larga tradición cristiana católica y de una gran presencia educativa de la Iglesia hay empeños muy fuertes para desterrar la religión de sus aulas escolares y universitarias. Desde hace ya largo tiempo un laicismo ciego quiere prohibir toda manifestación religiosa en la esfera pública y muy especialmente la de carácter católico. Así, pues, la lucha no es solo a nivel físico, sino también intelectual y espiritual. En ciertos sectores de la cultura actual la indiferencia religiosa o la antipatía ante el fenómeno religioso está tomando connotaciones de verdadera cruzada contra la Iglesia católica.
Todo tiempo de prueba para la Iglesia es momento de mayor conversión y de mayor fidelidad a Dios, a su hijo Jesucristo, a la guía del Espíritu Santo. En realidad, pocas son las instituciones y comunidades tan abiertas hoy en día a escuchar a la humanidad con sinceridad como la Iglesia. Ella, más que nadie, sabe que su misión es la salvación de la humanidad y por eso se sitúa en medio como compañera de camino. Pero la Iglesia también se sabe portadora del buena nueva de Dios, manifestada en la Palabra y en el Cristo hecho carne. La Iglesia sabe que tiene una palabra para cada hombre y mujer de este tiempo y también para las comunidades de todo el planeta. La Iglesia es profética y lo debe ser con más ahínco cuando la oscuridad se cierne sobre el mundo. Y esta es una época por muchos conceptos carente de claridad, de orientación y, notablemente, de liderazgo en todo sentido. Hoy la labor encomendada por Jesús a su Iglesia se hace inaplazable.
Los vientos actuales parecen soplar con fuerza en sentido contrario para la Iglesia católica. Ello, sin embargo, no es nuevo para ella ni para los bautizados. Lo importante es mantener claro el rumbo, nítida la misión recibida y fuerte el espíritu para no perder los ánimos en la ardua tarea. La Iglesia no debe olvidar nunca que lleva el sentir de millones de personas que aman a Dios y que con frecuencia no son escuchados en el mundo y les debe una fidelidad a toda prueba. Son millones los que no quisieran ver una Iglesia silenciosa, o complaciente con las ideas de moda en el mundo, o plegada a los poderosos de la tierra. Y en el orden doctrinal y moral la responsabilidad no es menor pues de la fuerza y claridad en estos campos depende la salvación de todos los que un día recibieron las aguas bautismales. Una y otra vez, en tiempos de prueba, como sucedió en el Concilio Vaticano II, la Iglesia no tiene más opción que mirar de nuevo a su Divino fundador para renovarle la fe, la fidelidad y para suplicarle fortaleza en la prueba. Y esta es la mejor manera de serle fiel también al hombre y a la mujer de todos los tiempos, llevándoles los bienes que Dios, en Cristo, depositó para siempre en ella.
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