A propósito de Ser pilo paga
La Iglesia en Colombia ha trabajado en el campo de la educación desde hace prácticamente cinco siglos. Conoce el campo, lo sabe hacer bien y por mucho tiempo fue la…
Colombia sigue sin entender la importancia de la educación para el desarrollo de las personas y del país. Cada vez que hay que apretarse el cinturón, los gobiernos pasan la tijera por la educación y su presupuesto. En esta ocasión la víctima es el programa Ser pilo paga, aunque se anuncia transformación del mismo y conservarlo para los que ya son beneficiarios. Amanecerá y veremos. La única ganancia de estos anuncios de demolición de lo existente, es que nos pone a pensar una y otra vez, en cómo lograr que cada vez más jóvenes colombianos puedan acceder a la educación superior y producir con esto un cambio cualitativo en la vida de todos ellos. Hasta ahora este tema de la educación superior ha sido víctima de una ideologización del debate, especialmente porque algunos piensan que solo debe existir la educación pública y combaten con dureza la que no lo es. Los perdedores de siempre: los niños y los jóvenes.
La Iglesia en Colombia ha trabajado en el campo de la educación desde hace prácticamente cinco siglos. Conoce el campo, lo sabe hacer bien y por mucho tiempo fue la única en hacer presencia educativa en vastas regiones de la nación. Los tiempos han cambiado y hoy el Estado colombiano ha logrado una cobertura casi universal en primaria y bachillerato, aunque con índices de calidad todavía muy precarios. Pero el cuello de botella está en el acceso a la educación superior y una educación superior de calidad. La Iglesia ha ido dando un giro en el sentido de hacer mayor presencia en el nivel universitario y técnico de la educación. En efecto, ha crecido el número de las instituciones de nivel superior regentadas por la Iglesia y con ello se ha contribuido a ampliar las plazas disponibles para quienes quieren formarse profesional o técnicamente. Es un aporte concreto de la Iglesia a esta tarea, en buena parte pendiente, de la sociedad colombiana.
Pero esta contribución de la Iglesia no debe perder de vista varios criterios. El primero y fundamental: que su sistema educativo forme profesionales de claro talante cristiano, es decir, personas que se preparen a servir al país y a sus familias desde el modelo de Cristo, el hombre perfecto y entregado al servicio de los demás. El segundo criterio es buscar la manera de que la mayoría de instituciones universitarias de la Iglesia estén pensadas para los más desfavorecidos, los pobres, los que tienen pocas oportunidades de llegar a buenas instituciones de educación superior. En tercer lugar, la educación superior de la Iglesia debe estar pensada para entregarle al país excelentes profesionales en las áreas que realmente se necesitan para nuestro desarrollo y progreso. En cuarto lugar, es importante que todo este proceso esté acompañado por índices de calidad muy serios y estrictos que puedan ser acreditados. Y, en quinto lugar, los recursos de la Iglesia, de sus laicos, sus diócesis y comunidades religiosas, deben ser usados en la forma más provechosa posible para que el mayor número de jóvenes se pueda beneficiar de esta oferta educativa.
Finalmente cabe decir que no se puede vivir eternamente discutiendo acerca de lo divino y lo humana. Es necesario emprender o fortalecer acciones concretas para el servicio de las personas. En la educación superior la Iglesia ha hecho una apuesta seria y cuidadosa. Conviene fortalecerla y hasta donde sea posible ampliarla sin sacrificar la calidad, pues hay un clamor de miles de jóvenes para encontrar un camino seguro de realización, de liberación de la marginación y la pobreza, de inserción activa en la sociedad. Y para estos propósitos no hay camino mejor que el de la educación. Así, entonces, mientras el Estado edifica y después derriba, la Iglesia debe estar al lado de los más pobres con las obras que ya tiene y con las que pueda seguir creando. No debe quedar la menor duda de que a la Iglesia le interesa la suerte de los jóvenes y que seguirá haciendo todo lo que esté a su alcance para que vean su futuro con esperanza real.
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