Como una primera gran derrota del actual gobierno de Colombia hay que interpretar el rechazo de parte de la guerrilla del ELN a un supuesto y acordado cese al fuego pregonado por el Presidente de la República. Se había hecho el anuncio con bombos y platillos, juntando en un solo saco a varias organizaciones criminales, pero más tardó el anuncio que la desmentida. Una cosa es lo que puede querer mostrar el Gobierno Nacional y otra muy distinta la que están pensando los famosos actores armados, la mayoría de los cuales están movidos por deseos de poder, riqueza, explotación humana y minera y nada tienen que ver con el conflicto social que se aduce generalmente como causa de tanta inhumanidad y crueldad.
Ninguna autoridad del país, bien sea política, militar, civil e incluso religiosa, puede perder de vista lo que realmente son los grupos armados ilegales que hay en Colombia, so pena de cometer graves errores al momento de construir la paz.
Es absolutamente ingenuo pensar que unos grupos que llevan décadas en la guerra, en el narcotráfico, en la trata de personas, en la explotación minera ilegal, es decir, ejerciendo el poder de hecho en amplios territorios y enriqueciéndose a manos llenas, van a renunciar a todo eso porque el Presidente de la República habla de paz total. ¿A cambio de qué?, dirán los violentos. ¿De un salario mínimo? ¿De una parcela en una lejana montaña inhóspita? ¿De someterse a la Ley, aun sin pagar penas? A estas alturas de la historia republicana de Colombia no se puede admitir que los gobernantes cometan este tipo de errores de juicio porque pueden estar abriendo las puertas para que hagan presencia en la sociedad como personas honorables quienes sobre sus hombros y conciencias no llevan sino sangre y dolor ajenos. Mucho cuidado, incluso con lo que se dice y promete, hay que tener al abordar el tema de la paz en Colombia.
Por otra parte, los obispos colombianos como corresponde a su misión, han ofrecido de nuevo mediar en lo que sea posible para construir el camino, largo, muy largo y difícil, para la deseada paz. Pero no se pueden exponer a que los utilicen políticamente y así deshacer la autoridad moral que les es propia. El actual gobierno ha dado muestras de sobra acerca de cómo sus palabras pocas veces corresponden a la realidad y son más retóricas y políticas que otra cosa. Y los prelados deben tomar atenta nota de esto para no dejarse subir en un carrusel que gira en círculo pero que no tiene derrotero marcado. Cada palabra del actual gobierno hay que examinarla con microscopio. A todo lo que anuncia el actual jefe de Estado y sus ministros hay que darle tiempo para saber si se trata de algo real, de una acción meramente política, de palabras para salir rápidamente de problemas planteados o de algo oculto. Infortunadamente así están las cosas.
Cuando los problemas de las personas o de las sociedades son de largos años y de muy difícil solución es posible caer en el pensamiento mágico o en la fantasía. Bastarían, entonces, unas pocas palabras, “paz total” por ejemplo, para que todo cambie inmediatamente. O bastaría la simpatía personal o también un pasado común o, incluso, bastaría rendirse ingenuamente a las promesas del agresor porque todo será nuevo. ¡Qué equivocación tan grande! Todos los colombianos, o mejor dicho, la mayoría desea vivir en paz, tanto los de las zonas de conflicto como los de las zonas urbanas, pero esto requiere un trabajo arduo, largo, incomprendido, de años quizás, sacrificios, de diálogos interminables, de presencia de extranjeros como consejeros y mediadores, etc. Y son muy pocos los que están dispuestos a hacer estas largas procesiones de reconciliación.
Es importante hacer hasta lo imposible pero racional por la paz. Y eso es muy difícil. No hay que ilusionarse con nada diferente y hasta miedo hay que tener a soluciones mágicas o extraordinariamente rápidas. Cuando se tiene afán es mejor ir despacio, dice el refrán.
Fuente Disminuir
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