Monseñor Juan Miguel Huertas
No lejos de cumplir 50 años de vida sacerdotal, pues fue ordenado el 19 de noviembre de 1971, murió monseñor Juan Miguel Huertas Escallón, sacerdote de la arquidiócesis de Bogotá y un bogotano de pura cepa por todo concepto. De su amplia vida sacerdotal muchas cosas se podrían exaltar, pero sin duda su gran legado para la Iglesia fue su titánica tarea para restaurar la Catedral de Bogotá. Gracias a ese esfuerzo y dedicación, la arquidiócesis de Bogotá cuenta hoy con una sede arzobispal digna del primado de la Iglesia en Colombia y con un recinto que es testimonio vivo de lo que ha sido el trasegar de la Iglesia católica en Bogotá. Pero para que esto sea así, mucho hubo de esforzarse monseñor Huertas y la catedral de Bogotá luce hoy como testimonio vivo de lo que puede ser una vida con propósito, pues a ella dedicó este notable prelado buena parte de su vida, sus conocimientos, sus excelentes relaciones públicas y, algo un poco escaso hoy en día, su buen gusto.
Monseñor Huertas asumió la tarea de restaurar la Catedral de Bogotá por encargo del cardenal Mario Revollo Bravo, en el año 1987. Para adelantar esta misión, Monseñor Huertas tuvo que acudir a las más variadas fuentes de financiación y de conocedores del arte y la arquitectura en el país. El patrocinio de la restauración estuvo básicamente a cargo del Gobierno Nacional. Colaboraron ampliamente el presidente Virgilio Barco y la esposa del presidente César Gaviria, Ana Milena Muñoz de Gaviria. También contribuyeron el Banco de la República, el Instituto Nacional de Vías a través de Monumentos Nacionales, la Corporación La Candelaria. Igualmente, la restauración implicó reunir a muchas personas conocedoras de los temas de esta naturaleza: arquitectos, ingenieros, antropólogos, paleógrafos, expertos en archivos, historiadores. Según monseñor Huertas, la pasión con que todos asumieron la tarea fue admirable.
Pero el doliente de la obra fue, sin asomo de duda, monseñor Huertas. La dirigió en todo sentido. Gozó y sufrió cada paso que se daba en este enorme propósito. Era consciente como nadie más del valor de cada una de las piezas que conforman este conjunto arquitectónico, que comprende la catedral, la sacristía, el claustro, la casa capitular, la Capilla del Sagrario. Conocía al dedillo los materiales, las obras de arte, la dotación litúrgica del templo, los nombres de los pintores que adornan con sus obras los recintos – Vásquez, Garay, Acevedo Bernal, el Padre Páramo, Moros Urbina-. Sabía del valioso y único archivo musical de la Catedral de Bogotá, sistematizado en buena parte por el Padre Ignacio Perdomo Escobar, gran historiador de la música colombiana. Monseñor Huertas diseñó las gigantes y hermosas lámparas que hoy en día iluminan la Catedral. En fin, este ilustre prelado hizo de la Catedral de Bogotá la razón principal de su quehacer al servicio de la Arquidiócesis de Bogotá y a ciencia cierta habría que preguntar hoy: Si no lo hacía monseñor Huertas, ¿quién?
Sirva de ejemplo la misión desempeñada por Huertas Escallón para insistir una y otra vez lo importante que puede resultar el que los sacerdotes tengan la oportunidad de dedicar la mayor parte de su vida a una tarea específica. Desde hace unos años se puso en boga la idea de que hay que cambiarlos y moverlos constantemente y así no parece posible realizar misiones ni obras en profundidad. De estas vidas dedicadas largamente a una misión particular son ejemplo, además del prelado Huertas en Bogotá, vocaciones como la del padre Nicoló, el padre García Herreros, el padre Isaías Guerrero, el padre Julio Sánchez, monseñor Sebastián Bonjorn, el padre Siervo de Jesús Cruz, por no hablar de ilustres clérigos de más atrás como Rafael María Carrasquilla, Castro Silva, Murcia Riaño, Manuel María Camargo, etc. pueda ser que la brasa de una vida dedicada de lleno a una tarea muy noble y con frutos inobjetables como la de monseñor Juan Miguel Huertas Escallón, sea semilla para aprovechar mucho mejor la vida de los sacerdotes que, cuando se les permite ahondar en sus talentos, son capaces de levantar verdaderas catedrales para gloria de Dios y alegría de los hombres.
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