“Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz …”, afirma Jesús en el Evangelio de San Juan (10, 16). La realidad es que, en una ciudad como Bogotá y su área de influencia, de alguna manera, viven hoy muchas personas que se han convertido como en ajenas al cuerpo de la Iglesia. Y no nos referimos a aquellos que han optado por otras confesiones e iglesias también cristianas, sino a tanta gente que ya poco y nada sabe de Jesucristo y su obra salvadora. A gente que no tiene ya ningún vínculo cotidiano con la Iglesia, con las parroquias, con las actividades apostólicas católicas. Estas personas, que ya no son pocas, se presentan hoy como el gran reto misionero de la Arquidiócesis de Bogotá.
La ciudad de Bogotá, como las grandes metrópolis del mundo, ha sumergido a los ciudadanos en unos ritmos de vida tan intensos y hasta absurdos, que han terminado por marginar en buena medida dimensiones como la familiar o la espiritual-religiosa. En no pocas parroquias se constata cómo grupos grandes de sus pobladores se hacen inalcanzables para la pastoral tradicional, bien sea por las jornadas tan extensas de trabajo que tienen, por los afanes de lograr ingresos que los ocupan incluso los domingos, por la transformación del significado del domingo, hoy convertido en día de ciclovía, o de descanso total, o de consumo deportivo por la televisión, etc. El reto en este caso, es que la Iglesia se haga también muy atractiva y muy significativa para que su voz sea escuchada, sus asambleas sean visitadas, sus propuestas acogidas.
Por otra parte, en toda la arquidiócesis se escucha que un gran reto está frente a la evangelización de los jóvenes. Hasta hace poco tiempo la Iglesia los encontró en los colegios públicos y privados. Hoy ese medio ha perdido casi toda su fuerza. Aparecen en las parroquias con ocasión de la confirmación y en algunos lugares como miembros de grupos juveniles. Pero en proporción a los millones de jóvenes que hay en Bogotá, hay un reto inmenso para llegar a un mayor número de ellos con el mensaje de Jesús. Algunas convocatorias exitosas recientes indican que, si se sabe plantear la comunicación con los jóvenes y se identifican con claridad sus anhelos y esperanzas y se validan sus tiempos y momentos para las convocatorias, hay un inmenso campo de posibilidades de evangelización. Como siempre sucede, los jóvenes son quienes terminan por imprimirle ritmos y renovación a todas las comunidades humanas. Quizás aquí el reto para la Iglesia sea solamente uno: escuchar con atención a los jóvenes y valorar sus voces y propuestas.
De otro lado, y quizás derivado de lo anterior, está el reto de la pastoral vocacional. Se podría decir que la Arquidiócesis de Bogotá está en el límite razonable de la disponibilidad de sacerdotes para las tareas por hacer. Pero preocupa la dificultad para encontrar jóvenes dispuestos a entregar su vida en la vocación sacerdotal. Aunque últimamente hay algunos pequeños signos alentadores, es imprescindible que toda la comunidad arquidiocesana asuma el reto de sembrar la buena semilla de la vida consagrada, tanto de hombres como mujeres, para poder responder satisfactoriamente a la ciudad de millones de habitantes. Y a la Iglesia le corresponde también saber leer cómo son los jóvenes de hoy para que su identidad de generación no se convierta en un obstáculo vocacional, sino todo lo contrario. Aquí también convendría hacer el ejercicio de preguntarles a los jóvenes cómo perfilan el sacerdote del futuro.
Finalmente, y entre otros muchos retos, cabe resaltar la necesidad de seguir atendiendo la vida sacramental de los fieles con toda la solicitud del caso. Ya en Bogotá se encuentra un número creciente de persona adultas sin bautizar, multitudes enteras de parejas en convivencia sin el sacramento del matrimonio, multitudes que hace tiempo no acuden al sacramento de la confesión y muchísimos que nos han recibido la confirmación. No sería extraño que otros tantos estén muriendo sin el sacramento de los enfermos. La vida sacramental hacer parte del núcleo de la vida en la Iglesia y sin esa vida la obra de la gracia divina se ve seriamente limitada en los creyentes. El reto no es solo llevar los sacramentos a más personas, sino valorar de nuevo la importancia de esta pastoral, tan criticada en ocasiones por calificarla despectivamente como de simple conservación. Cuándo se piense en lo que la Iglesia tiene para ofrecer a la humanidad, nunca se olvide que a través de los sacramentos corre la gracia de Cristo a quienes han de ser salvados.
Las ovejas que no son de este redil son muchas, pero también hay otras tantas que son de este redil, pero que viven como si no lo fueran. A ambos rediles hay que dirigir la mirada pastoral y evangelizadora. Se requiere una inmensa claridad sobre sus situaciones concretas, anhelos, angustias y esperanzas y una mayor claridad en qué es lo que la iglesia tiene para responder a esas realidades. Siempre es posible hallar un punto de encuentro y ese es el gran reto. De otra manera, la Iglesia haría un camino paralelo al pueblo y eso no produce efectos. Como en Emaús, la arquidiócesis de Bogotá tiene el reto de hacerse cada vez más compañera de camino de todos los hombres y mujeres de esta gran metrópolis.
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