Los ojos bien abiertos

Es imposible no ver la cantidad de situaciones problemáticas y crecientes que se están dando actualmente en Colombia. Todos los días se suman nuevos y muy preocupantes problemas. Y merecen toda la atención, porque afectan a los ciudadanos del común y con mucha frecuencia a los más pobres. 

La violencia en el Catatumbo parece sacada de otros tiempos y el Chocó teme ser el nuevo escenario de algo parecido. Los deudores del Icetex están aterrados por el costo de sus deudas ahora que no habrá subsidio para los intereses, porque el Estado está mal de dinero. Los consumidores del gas natural están amenazados por unas alzas en su precio que van a descuadrar cualquier presupuesto familiar. Los niños y jóvenes que no volvieron a las escuelas y colegios se cuentan por centenares de miles y los que están repitiendo años son cantidades incontables. El desmoronamiento del sistema de salud con síntomas como la demora en entrega de medicamentos o la poca atención a ciertas enfermedades es alarmante e indignante. Y el desorden monumental en el gobierno nacional, así como en el consejo de ministros, dejan una sensación de anarquía galopante. Y la lista puede alargarse hasta el infinito.

Es necesario que los colombianos tengan los ojos bien abiertos. ¿Hacia dónde se dirige todo este panorama tan desalentador? ¿Es fruto de la ineptitud o es un plan bien organizado para generar caos y generar opciones de gobierno no democráticas? ¿Dónde está el dinero del Estado teniendo en cuenta la baja ejecución que se ha dado? ¿Cuál es el significado de los llamados a la movilización en las calles que el Presidente de la República hace cada vez que el parlamento manifiesta desacuerdo con sus iniciativas? ¿Por qué los partidos políticos están tan callados ante semejante panorama que afecta a millones de ciudadanos? 

Colombia tiene una tradición civilista y democrática de más de 200 años y que solo se interrumpió brevemente durante la dictadura de Rojas Pinilla. Democracia que no ha sido perfecta, pero que ha funcionado y le ha permitido al país y a los ciudadanos vivir en libertad y progresar gradualmente, aunque siempre se quisiera que todo fuera mejor y más rápido. Este patrimonio político, esta democracia, esta libertad, son bienes que hay que proteger siempre y por los cuales hay que luchar constantemente. De ahí la importancia de que la ciudadanía no pueda permanecer con los ojos cerrados cuando hay tantos signos preocupantes en el horizonte. Los colombianos, todos, deben ayudar a arraigar cada vez más profundamente la noción de que esta es una nación de libertades, de democracia, de leyes y derecho, y que no están interesados en ninguna otra forma de convivencia y gobierno.

La Iglesia puede ayudar para que esta conciencia nacional no se duerma ni caiga en falsas ilusiones. Pocas instituciones y personas como los hombres y mujeres de Iglesia conocen de primera mano las consecuencias del desorden y casi desgobierno en que está viviendo Colombia. Los obispos y el clero en general, las comunidades religiosas, los misioneros y catequistas, los agentes de pastoral, sin incursionar en los campos de la política partidista, pueden ayudar a que la población colombiana vea con mayor claridad los valores democráticos del país y desconfíe de lo que pueda afectar este modo de vida y convivencia. Y, quizás, el modo más expedito de hacer esto sea invitando a las personas a ejercer a fondo su condición ciudadana para que nada de lo bueno que hay en Colombia se pierda y que no se abran puertas a sistemas que cercenan libertad y orden. 

Por lo pronto, darle nombre concreto a los problemas que están afectando más a los colombianos es ya un primer paso. Pedir soluciones y hacerse parte de las mismas puede ser el siguiente. Cerrar los ojos en este momento no es una opción aconsejable, pues hay nubes oscuras en el horizonte.