El panorama político de Colombia sigue siendo muy inquietante. Hay una profusión de ideas –casi todas venidas de un solo lado–, que dejan la sensación de que el futuro no es esperanzador para la nación. Y no lo sería porque todo apunta a que quienes le han causado un inmenso mal al país con la guerra, el terror, los secuestros, la extorsión, ahora están en plan de establecer esos modos de actuar y las ideas subyacentes –si las hay– como modelos de una nueva nación.
Hay un gran cinismo y una afrenta permanente a las víctimas de la guerra exhibiendo signos de los agresores como si fueran emblemas de la nación. Todo pareciera querer confluir en eso que llaman una constituyente, pero no como lo ordena la Constitución, sino como algo que será impuesto contra viento y marea y con una sutil amenaza permanente de asonada para los que se opongan.
La Iglesia es una de las principales instituciones de Colombia y una de las que ha ayudado a la cohesión de la sociedad. Su misión ha sido posible a lo largo de más de cinco siglos precisamente porque el país ha gozado de libertad, de adhesión a la ley y a las mismas instituciones, de respeto a la democracia que, sin ser un sistema perfecto, es el menos malo de todos los sistemas políticos inventados por la humanidad. La Iglesia ha podido llevar a cabo su labor porque hay libertad religiosa, libertad en la educación, derecho de asociación, libertad de pensamiento y expresión, posibilidad de colaboración amistosa con el Estado y sus instituciones. De todo esto hay que hacer memoria para no cambiar el oro por baratijas.
Es importante, entonces, que la Iglesia haga parte fuerte de la discusión nacional sobre el futuro del país y de la sociedad pensada como ideal. Los obispos, los intelectuales católicos, las universidades eclesiásticas, los movimientos laicales más fuertes, el sistema educativo de la Iglesia y otros de sus componentes, están ante sí con un deber ineludible y es el de alzar la voz con firmeza para enriquecer la discusión y defender a fondo principios políticos y sociales innegociables.
No puede haber lugar para posiciones tibias, o lo peor, ingenuas, que podrían terminar acolitando propuestas que no construyen ni el bien común ni respetan la dignidad y libertad humanas. El temario está claramente contenido en la doctrina social de la Iglesia.
Quizás desde la Conferencia Episcopal, desde las rectorías de las universidades católicas o desde Conaced u otras instancias eclesiales deberían encontrarse para hacerse parte activa y constante de la actual discusión nacional –que se da a través de la política, los medios de comunicación, los foros, etc– e ir abriendo paso a esas ideas que se fundan en la doctrina social. Y al mismo tiempo, para hacer de muro de contención a la perspectiva de una nación sin democracia, libertad ni derechos, un país esclavizado del Estado, una sociedad aniquilada por quienes creen en todas las formas de violencia para someter a los ciudadanos. La presencia de representante de la Iglesia en los diálogos de paz tiene que tener los ojos muy abiertos para no bendecir lo que no hay que bendecir.
Como quiera que sea, la Iglesia tiene que meterse de lleno, con claridad y valentía, a la actual discusión nacional. Mucha gente está esperando una voz más fuerte, clara, sensata y confrontadora en algunos momentos, cuando se requiera. Sigue siendo una voz autorizada y escuchada. No hay que temer a la previsible crítica de que todo esto sería participar en política. Lo es, pero no en sentido partidista, sino en calidad de actores en medio de una sociedad concreta.
Existen amplios sectores de la nación que no se sienten representados en las voces que hasta ahora se han escuchado. La Iglesia puede ser la portadora de ese sentir que en el fondo es pacífico, conciliador, más bien de centro, solidario y con sentido de justicia. Corresponde en buena medida a esa gran franja de colombianos que han logrado progresar con muchos esfuerzos en la vida, pero que ahora no están tranquilos por el ambiente político pues lo podrían perder todo. Y junto a ellos, los desposeídos que siempre han estado dentro de las preocupaciones de la Iglesia.
En conclusión, hay mucho de qué hablar y por quién hablar. Doctores tiene la santa madre Iglesia.
Fuente Disminuir
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