¿Hasta cuándo nuestra mala comunicación?
Es inexplicable que a estas alturas del partido se sigan dando manejos de comunicación tan malos como el que se dio recientemente desde la Conferencia Episcopal de…
La posición de la Iglesia ha sido repetida y clara y no se hace necesario prestarse para que un prelado sea literalmente devorado por unos medios que no saben de clemencia ni prudencia alguna y que con frecuencia tampoco oyen razones. Igualmente, así sea con válidas razones jurídicas, la presentación de la defensa de la Arquidiócesis de Cali no ha sido la más afortunada y ahora vendrán semanas de mucho pesar para toda la Iglesia.
Es necesario que los obispos y la misma Conferencia Episcopal comprendan de una vez por todas que la comunicación en crisis es toda una ciencia y que no se puede jugar a heroísmos que salen muy costosos. Dicha comunicación tiene momentos precisos, contenidos exactos, silencios importantes, personas encargadas. Nadie tiene la obligación de someterse sin más a unos interrogatorios que quizás ni la misma Fiscalía hace. Como tampoco es pertinente que los periodistas terminen imponiendo la agenda de la comunicación eclesiástica que, en este caso, opacó cualquier otro mensaje de los obispos colombianos. Cada obispo, más que la misma Conferencia Episcopal, debe saber lo que es pertinente comunicar a los medios y debe saber asesorarse para hacerlo bien, no con el fin de ocultar nada, pero sí con el de poder ofrecer orientaciones serenas y verídicas sobre los hechos que causan crisis. Pero sin asesores idóneos y con ansias de micrófono y cámaras, se prepara un coctel que produce efectos terribles en la Iglesia y en la opinión pública.
Y conviene insistir en que en todo esto debe haber un sentido de Iglesia mucho más hondo y real. Un sentido que permita a todos los miembros de la Iglesia, pero especialmente a su jerarquía episcopal, sacerdotal y diaconal, ser más consciente de los efectos de lo que dicen y hacen y más precisamente en situaciones de crisis. Los escándalos en las iglesias locales han sido convertidos en universales por los medios masivos de comunicación. Y hacen efectos nefastos en todo el tejido eclesial. Entonces se hace necesario tener capacidad de ver las cosas en toda su dimensión y no subestimar hasta dónde puede llegar un hecho negativo. Por eso mismo, también los obispos deberían ser aún más celosos para que entre todos ellos se de un manejo adecuado a las situaciones de crisis e incluso a la prevención de las mismas. Desde la presidencia de la Conferencia Episcopal, desde su mesa directiva, desde la oficina de comunicaciones (¿dónde estaban en esta crisis?) debe haber una actitud mucho más proactiva para evitarle a toda la Iglesia de Colombia estos oscuros momentos que son, fundamentalmente, errores de comunicación.
No parece que la Iglesia universal y entre ella la nuestra logren superar la crisis de los abusos de menores en una forma inteligente. Puede ser que los casos concretos ahora sean mínimos y que ojalá pronto sean cero. Pero la forma como se trata el tema ante los medios, las reacciones sin pensar con que a veces aparece la Iglesia en la tarima pública, echan todo por la borda. Se había logrado dar un paso importante con recientes conferencias de prensa en las cuales intervinieron expertos vaticanos que tratan este delicado tema del abuso de menores. Pero después el desastre. La Conferencia Episcopal y todas las diócesis deben examinar muy a fondo sus comunicaciones y deben tener oficinas en manos de expertos y, sobre todo, deben hacerles caso para evitar esta larga procesión que empieza a desanimar incluso a quienes más aman la Iglesia de Cristo pues no se comprende tanta acción fallida. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar esto?
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