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El nuevo cristianismo

11 de septiembre de 2017

Este nuevo cristianismo no lo es en sus dogmas y verdades teológicas y morales, sino en su realización concreta
 

Es indudable que el papa Francisco, desde su elección en 2013, y habiéndolo escuchado estos días en tierras colombianas, está proyectando en realidad un nuevo cristianismo. Sus acentos son inconfundibles y sus énfasis nadie los puede disimular. Este nuevo cristianismo no lo es en sus dogmas y verdades teológicas y morales, sino en su realización concreta. Mucho cuidado ha tenido Francisco en no perderse en discusiones teológicas un poco bizantinas que en poco o nada benefician al pueblo de Dios, al cristiano de a pie. Los dos papas anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ilustraron suficiente y ampliamente a la Iglesia sobre temas teológicos y con ellos el mundo también conoció de sobra el pensamiento de la Iglesia. Allí no es necesario, de momento, insistir demasiado. Y Francisco ha enfocado sus baterías a otros campos.

El nuevo cristianismo, en primer lugar, ha recuperado la imagen del Dios misericordioso, tantas y tantas veces expuesto en la Sagrada Escritura. El año pasado, designado de la misericordia, se dio un amplio espacio para entrar en esta identidad un poco velada del Dios de la revelación. Al presentar esta faceta fascinante de Dios, el papa Francisco ha logrado que quede sobre la mesa la realidad de los millones de personas que están esperando la misericordia y la solidaridad, no solo de Dios, sino de sus hermanos y de toda la humanidad. Gran esfuerzo es el que tienen que hacer, no solo el cristianismo, sino todas las religiones, para dejarle ver al mundo este Dios que siempre se compadece y se pone de parte del hombre. Es un Dios que ama la alianza con la humanidad, esa que se anuncia y se da tanto en el antiguo como en el nuevo testamento.

Y desde el Dios misericordioso, en el nuevo cristianismo propuesto por Francisco, se modela el ser del creyente. No cabe más pensar un cristiano plegado sobre sí mismo, sino uno que, a ejemplo de Cristo, sale al encuentro del otro, lo atiende, lo escucha, lo toca con amor y le acompaña en el camino de la vida. Y este cristiano en salida ha de encontrar al pobre, al desvalido, al marginado, al que ha sido juzgado sin la presencia de la justicia. Su ámbito vital es el de las periferias existenciales, donde deambulan infinidad de personas, carentes de esperanza y oportunidad. En el nuevo cristianismo tiene que darse una actitud constante de alerta ante el mundo para que el cristiano no sea absorbido por un modo de vida que no ve al otro, que solo busca confort, que abandona por completo el sentido de trascendencia.

Y, así, se convierte en un cristianismo marcado por la alegría. Para el papa Francisco no es tan claro que la gente viva feliz, sino que, por el contrario, le parece ver demasiada desolación entre las personas. Y ahí el cristianismo tiene un reto enorme y hasta complejo: el de irradiar alegría sobre la humanidad. A los jóvenes los alerta con fuerza: “no se dejen robar la alegría, no se dejen engañar”. El mundo moderno se ha convertido en un gran inventor de falsas alegrías que apenas sí duran un momento. En parte, la posibilidad de generar la verdadera alegría, reside en que el cristianismo logre que los seres humanos se encuentren entre sí y también con Dios, tarea nada fácil en ambientes que siembran más y más el espíritu individualista.

Un nuevo cristianismo, el que propone el papa Francisco, estaría marcado por la misericordia, por la salida en busca del hermano, por el espíritu de la alegría. ¿Acaso algo diferente hizo y propuso Jesús? Así, entonces, Francisco está empeñado con toda razón, en que recuperemos una persona divina, su propuesta, su ejemplo, pues eso fue lo que atrajo desde siempre a hombres y mujeres sedientos de sentido de vida y de esperanza, no solo ahora, sino también en la eternidad. En realidad, la visita del papa Francisco fue una gran bocanda de aire fresco que dejó al descubierto que la propuesta de Cristo está ahora tan vigente, si no es que más, como cuando todo comenzó en Galilea.

 

imagen: archivo particular

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