Hoy toma posesión de la presidencia de los Estados Unidos el señor Donald Trump. Todos los analistas están de acuerdo en que, para bien o para mal, se iniciará una nueva etapa en muchos aspectos de la vida actual de la humanidad. Podría estar signada por el uso de la fuerza como elemento predominante; por una importancia sin límites del capital y las ganancias, sobre todo de los más ricos; por un desprecio total a los pobres que buscan mejor suerte migrando hacia los países nórdicos; por una abierta confrontación con grandes naciones como Rusia, China y quizás la Unión Europea, al menos en el campo económico. Toda una potencia como los Estados Unidos en manos de un hombre con una gran voluntad de poder y con un pasado lleno de acusaciones de todo orden. El mundo mira expectante.
Mientras tanto, Colombia no puede escapar del círculo infernal de la violencia de los fanáticos del ELN y los grupos residuales de las Farc y los narcotraficantes. Colombia sigue bastante encerrada en sí misma y sigue siendo poco inclinada a hacer parte más activa y sintonizada con lo que sucede más allá de sus propias fronteras. Ni siquiera en Venezuela ha podido tener algún eco importante lo que se piensa aquí sobre aquel país y sus dificultades políticas.
La vida colombiana genera una sensación de eterno retorno a sus mismos problemas de siempre, a sus mismos gobernantes que apenas si logran cambios significativos en la vida de los ciudadanos, a no ser, perturbarlos con reformas que alteran para mal lo que está funcionando relativamente bien. Pero, de resto, no cambian mucho las cosas, en general.
El mundo para muchos colombianos es, sobre todo, un paisaje diferente al cual se sueña con ir a encontrar mejores condiciones de vida. Allá se contemplan mejores oportunidades laborales, una vida en un ambiente de paz y tranquilidad, una recompensa adecuada al estudio y al trabajo, un lugar donde se puede ganar dinero para auxiliar a los miembros de la propia familia que subsisten duramente en Colombia. Es decir, para no pocos compatriotas el mundo es el lugar donde, desafortunadamente, se pueden liberar de Colombia. Y para la gran mayoría de colombianos, y también de los gobernantes, pareciera no importarles demasiado lo que pasa al otro lado de los límites de la nación. Un hecho por lo menos curioso en una época tan interconectada en cuestión de segundos y de infinidad de medios.
Pero al mundo sí hay aspectos que le inquietan grandemente de Colombia. Sin lugar a dudas, sus violencias fratricidas interminables y de alguna manera el trato ahora casi que amable y condescendiente con los criminales que la realizan. Le preocupa la creciente extensión de los cultivos de coca que, si nos descuidamos, van a tapizar todo el Cauca y Nariño. El mundo sigue viendo con extrañeza las grandes desigualdades sociales de Colombia sin que esto se logre remediar efectivamente. Y no menor extrañeza causa que un país tan rico en recursos naturales ahora se censure a sí mismo y no los explote cuidadosamente para generar riqueza, que tanta falta hace. Todos estos aspectos tienen el peligro de ir situando a Colombia como un país un poco perdido en el concierto de las naciones, y con ello condenándolo a un aislamiento sin sentido.
Cabe una palabra sobre la misión de la Iglesia en este país que mantiene débiles vínculos con la marcha del mundo contemporáneo. No debería sentirse cómoda en el estado actual de las cosas del país, sin más. Urge impulsar la creación de una mentalidad más universal, más soñadora con realidades grandes y liberadoras, con retos de mayores dimensiones e importantes, y también más pertinentes. Tendría que ser capaz de formar dirigentes a la altura de los tiempos que corren para abrir nuevas perspectivas a la nación y a las comunidades locales, con base en los valores del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia.
Acaso se necesita también una Iglesia más moderna, en el mejor sentido de la expresión, para un mundo que, según lo dicho al inicio, puede estar entrando en una nueva etapa de la historia en la cual se debe ser significativo para subsistir. Permanecer inmóvil no es opción para nadie que quiera ayudar a construir un mundo nuevo.
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