Con la debida solemnidad y espíritu de recogimiento cristiano se celebraron, en la catedral de Bogotá, las exequias del cardenal Pedro Rubiano Sáenz, quien fuera obispo de Cúcuta, arzobispo de Cali y también de Bogotá. Reposan sus restos mortales en la capilla de la Virgen Dolorosa de la misma catedral.
Monseñor Pedro Rubiano fue un hombre de mucha energía y gran espíritu ejecutivo. Hizo de su vida un ejercicio, sin interrupción, de servicio a Dios en la Iglesia y para todas las personas que encontró a lo largo de su ministerio sacerdotal y episcopal. Su servicio fue de decisiones concretas y operativas.
No se perdía en discusiones bizantinas –tan abundantes entre el clero-, sino que tenía una gran intuición para encontrar caminos y respuestas adecuadas a los diferentes retos de la vida eclesial y pastoral. Contrario a lo que algunos puedan pensar, la misión del obispo se enfrenta todos los días a retos grandes y de cuya respuesta oportuna, sabia y determinada, depende en buena medida la marcha de cada iglesia particular y, por tanto, de muchas comunidades y personas concretas.
Al cardenal Rubiano Sáenz, como a todos los obispos de la segunda mitad del siglo pasado y comienzos del presente, le correspondió ver y vivir lo que un historiador ha considerado el mayor cambio de Colombia en ese tiempo: una frenética secularización que todavía no cesa. Ese fenómeno obligó a que la Iglesia aprendiera a caminar de otra forma en la sociedad, abandonando paulatinamente privilegios, posiciones de poder y la misma sensación de ser voz incontestable e irrefutable. Una Iglesia a la que progresivamente, tanto desde afuera como desde adentro, se le pidió rendir cuentas de lo que hizo en el pasado, lo que hace en el presente y lo que piensa de su futura misión.
También, este cambio cultural, la secularización, obligó en buena hora, a que la Iglesia se metiera aún más de lleno en la realidad colombiana con sus interminables conflictos, guerras, violencias, etc. Y nada de esto superó al prelado.
De sus muchas iniciativas de respuesta se puede destacar, por ejemplo, a nivel pastoral, la promoción de la creación de las diócesis urbanas en Bogotá –Engativá, Fontibón y Soacha- para hacer más efectiva la evangelización y la pastoral en esta inmensa ciudad. A nivel social, la creación del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Bogotá y con esta obra, como lo pide el Evangelio, dio de comer al hambriento y seguramente elevó si dignidad y esperanza. A nivel nacional, la creación de la Comisión de Reconciliación para darle una oportunidad a la paz desde el ámbito de la Iglesia, y desde allí se han abierto espacios muy valiosos de encuentro y reflexión para todo tipo de personas y organizaciones en aras de contribuir a liberar a Colombia de la injusticia y la violencia. A nivel eclesial enfrentó con decisión y profundo amor a la Iglesia el complejo tema de la Caja Vocacional y dotó a la Conferencia Episcopal de una sede muy útil para su misión. En fin, monseñor Rubiano fue un verdadero ejecutivo de Dios o, si se quiere, de Iglesia.
Finalmente, el cardenal Rubiano se distinguió siempre por una vida muy austera y sencilla. También fue muy apreciado por toda su familia debido a su generosidad y alegría. Los últimos años de vida no fueron fáciles debido a las limitaciones prácticamente totales que le impuso la enfermedad que sufrió. Seguramente la ofreció también por toda la Iglesia desde su lecho de enfermo.
Al dar gracias a Dios por este pastor insigne que regaló a la Iglesia en Colombia, queda también la lección de la importancia de que los pastores vivan solo para Dios y su Iglesia, y que se gasten en su ministerio, como el cirio pascual, iluminando hasta consumirse totalmente. La recompensa en el cielo será grande.
Fuente Disminuir
Fuente