¿De quién es la vida?
La razón de ser del Estado y de toda autoridad e institución no es otra que la protección y amparo de las personas. Pero ni uno ni otras son dueños de la vida
Europa ha sido estremecida estos días con la orden del Estado británico para desconectar un niño en un hospital y su posterior muerte. El Estado pasó por encima de la voluntad de los padres del niño, a quienes incluso el papa Francisco había ofrecido recibir su hijo en un hospital de la Iglesia. Cada vez son más frecuentes este tipo de hechos: el Estado, a través de cualquiera de sus poderes, asume la vida y la muerte de las personas. Es como si se hiciera a la propiedad de las mismas. Se están traspasando unas líneas muy peligrosas que pueden llevar a afirmaciones como las que hacía un gobernante latinoamericano hace algunos años, en el sentido de que los hijos son del Estado. Siempre habrá que encender las alarmas cuando la vida humana sea instrumentalizada o cuando se le mire como un simple objeto que debe estar sujeto a la voluntad colectiva y a las decisiones de los gobiernos, aunque contraríen la conciencia del mismo sujeto.
La razón de ser del Estado y de toda autoridad e institución no es otra que la protección y amparo de las personas. Pero ni uno ni otras son dueños de la vida. Ya el siglo pasado dio a la humanidad lecciones muy dolorosas sobre lo que sucede cuando el Estado pierde sus límites naturales y se erige en “propietario” de la vida humana y hasta selecciona cuál es la que debe sobrevivir y cuál debe ser eliminada. El carácter profético de la misión de la Iglesia, por el contrario, ha enseñado constantemente que la vida humana es intocable, cualquiera sea su situación. Más aún: es más intocable cuanta más debilidad y fragilidad la acompañen. En esta condición de necesidad lo lógico es que todo lo que rodea la vida humana se ponga a su servicio, la fortalezca, la acompañe, le de paz y serenidad, aunque la naturaleza esté indicando su pronta terminación. Pero debe ser claramente la naturaleza la que indique cuándo termina la vida y nadie puede creerse con derecho a decretar el fin de una vida humana.
La Iglesia puede parecer un poco o muy recalcitrante en el tema del respeto a la vida, pero no hay otra posibilidad. El Evangelio es Evangelio de vida. La obra toda de Cristo es para salvar la vida humana, la persona en su totalidad. Siempre tendrá que alertar sobre las estructuras gigantes que son prácticamente invencibles, como los estados modernos, como las legislaciones modernas, como las ideologías que llenan el medio ambiente social y que se van apoderando de la vida humana hasta prácticamente suprimir libertad y decisión. La tarea es ingrata para la Iglesia pues no son pocas las personas que piensan que cuando la debilidad y el sufrimiento son grandes, la vida pierde sentido y lo mejor es suprimirla. Sin embargo, la misma ciencia y la medicina han hecho avances muy significativos como el de los cuidados paliativos para que nadie tenga que declararse en posición de suprimir ni su vida y mucho menos la de otras personas.
Las situaciones a las que hacemos mención pueden producir, a la larga, que las personas caigan en una profunda desconfianza sobre las personas e instituciones, incluido el Estado, que les deberían proteger la vida en toda circunstancia. Se preguntarán: ¿Puedo entrar a una sala de cirugía con tranquilidad? ¿Me dejo anestesiar sin temores? ¿Me acojo a las instituciones del Estado sin correr peligro de ser suprimido por razones emocionales o simplemente económicas? ¿Las personas que me atienden están de parte de la vida, incluso la vida enferma y débil, o son militantes de una corriente de selección del más fuerte? La Iglesia reafirma su convicción de que la vida es un don de Dios, que él da y conoce su alcance en el tiempo. Reafirma la Iglesia que, entre más débil la vida, más esmero y cuidado merece de todas las personas e instituciones. También se sostiene la Iglesia en su convicción de que absolutamente nadie puede decretar la muerte de una persona ni provocar sucesos que lleven a ese desenlace. Siempre se podrá hacer esta pregunta: Si el Estado no protege toralmente la vida, ¿qué justifica la existencia del Estado?
Imagen: CNN, homenaje en Liverpool
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