Cuatro
El obispo auxiliar de Bogotá, monseñor Luis Manuel Alí Herrera, informó en reciente reunión de la Vicaría Episcopal de Cristo Sacerdote, que el Seminario Mayor de Bogotá aprobó para el año entrante el ingreso de solamente 4 nuevos seminaristas.
Es decir, de los jóvenes que se presentaron a lo largo del presente año como aspirantes a ingresar al Seminario, únicamente cuatro lograron la admisión. Es un número que crispa los nervios de todo el estamento sacerdotal de la Arquidiócesis de Bogotá. Y parece que el panorama en las otras diócesis urbanas puede no ser muy diferente. No hay memoria reciente en la Iglesia en Bogotá de una situación vocacional tan precaria y, desde luego, tan preocupante.
No sobra recordar que la arquidiócesis de Bogotá tiene alrededor de 300 parroquias y quizás más de cuatro millones de habitantes, de los cuales cerca del 80% se profesa católico. La búsqueda de nuevas vocaciones es un reto, el principal, que se presenta hoy a los ojos de todo el clero y la comunidad católica de Bogotá.
Lógicamente que esta caída vertical del número de aspirantes a la vida sacerdotal en Bogotá suscita de inmediato varias preguntas: ¿Por qué el sacerdocio ha dejado de ser atractivo para los jóvenes en Bogotá? O más en concreto: ¿Por qué ser sacerdote diocesano ha dejado de ser atractivo? Porque hay comunidades religiosas que tienen mayor número de vocaciones, incluso logradas en medios juveniles en esta misma ciudad. E incluso llama la atención el que movimientos apostólicos dentro de la misma Iglesia y de corte bastante conservador, atraigan buen número de vocaciones. Pero no así la vida de los que podrán ser los párrocos del futuro. ¿Es el ambiente o la cultura en que se mueven hoy los jóvenes el que ha borrado del todo cualquier pensamiento sobre una posible vida sacerdotal en ellos? Y puede ser un poco tonto hacerse la siguiente pregunta, pero hay que hacerla: ¿La Iglesia local está empezando a pagar la factura de los escándalos que se han dado entre el clero a lo largo y ancho del mundo, aunque posiblemente no tanto aquí mismo? Y mil preguntas más caben ante este panorama desolador.
No existe una respuesta unívoca ni fácil de encontrar. Lo que sí queda sobre la mesa es la necesidad de emprender una reflexión muy seria sobre la crisis vocacional que ahora empieza a aflorar con más claridad y contundencia. Y, aunque es incómodo señalarlo, salta a la vista el que quizás la vida de los sacerdotes actuales no genera atracción en los jóvenes y quizás en muchas personas más. Pero, todavía más preocupante. ¿Acaso se puede estar dando una gran crisis en la vida y ministerio de los sacerdotes diocesanos en Bogotá y el tema no ha sido abordado de lleno por temor a ver las cosas en toda su crudeza? Quizás sea necesario señalar que, para un análisis de un tema tan sensible e importante en la Iglesia, y de tanta repercusión en los fieles laicos, se debe contar con el parecer y la voz de estos últimos. Si hay que pasar revista a la vida del clero, esto lo deberían hacer, en alguna medida, los laicos que son quienes reciben toda la acción de los sacerdotes. Y con toda seguridad en sus voces se escucharán afirmaciones dolorosas, reclamos, anhelos, búsquedas, sugerencias, todo lo cual puede trazar un camino quizás inexplorado hasta hoy. Al clero le puede pasar lo de los senadores: ¡que ellos a sí mismos nunca se reforman!
El obispo Alí Herrera, además de pronunciar el número 4, habló de esperanza y confianza en Dios que nunca abandona a su Iglesia. Señaló la necesidad de trabajar de rodillas por la vida sacerdotal y por las vocaciones a este servicio.
Pablo VI, alguna vez afirmó que, acerca del sacerdocio se discutía demasiado, pero se oraba poco. El dueño de la mies es Dios y Él sabrá cómo abre nuevos caminos para que no le falten santos pastores a su pueblo. Pero es también el mismo que pide a los pescadores dejarlo todo para seguirlo del todo a Él y solo a Él. Ciertamente la arquidiócesis de Bogotá ha sabido confiar siempre en su Señor y los signos de su providencia son muy abundantes. Sin embargo, por alguna razón que no vemos clara todavía, Dios parece estar enviando una señal tipo desierto a esta Iglesia, quizás en la espera de que se vuelva a lo esencial, a lo más apostólico, a la mayor entrega, a la más clara identidad y así poder llamar de nuevo a numerosos jóvenes y también adultos a dejarlo todo por el Reino. Todo parece indicar que si nuestra época es esquiva a los compromisos permanentes, Dios sigue llamando o buscando obreros para su mies que le den los frutos a su tiempo y siempre. ¿Con qué horizonte se vive hoy el sacerdocio en Bogotá?
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