Amenazar un obispo
Aunque se está hablando en estos días de las amenazas que se han hecho contra un obispo, la verdad es que es contra varios y desde tiempo atrás. Nada tienen que esconder los señores obispos en Colombia: únicamente han hecho lo que su misión les pide y es anunciar a Jesucristo, defender a los pobres y llamar a la conversión. Y en esto último han tenido la tarea de denunciar a quienes han llenado de violencia y muerte, así como de corrupción, enteras regiones de Colombia. Las amenazas no son más que otra muestra más de lo que los antisociales entienden como modo de dominar, explotar, destruir, arrasar. Pero se han encontrado con pastores valientes que, en nombre de sus comunidades y en especial de las más pobres, han levantado la voz, han movilizado las gentes y se resisten a vivir bajo el imperio del miedo y de la injusticia. Y los criminales no están acostumbrados a que alguien se les oponga y menos si se trata de quienes no tienen más armas que la Palabra y la fe.
No deja de ser una paradoja que los violentos amenacen a unos hombres que ni un cortaúñas llevan en sus bolsillos. Pero quiere esto decir que los criminales se han visto claramente identificados por las denuncias de los pastores legítimos del pueblo de Dios, quienes conocen en realidad y perfectamente los efectos que producen en la gente sencilla los paraísos ofrecidos del narcotráfico, la guerrilla, la corrupción, la conformación de bandas criminales. El único efecto es muerte y más y más pobreza. El país entero se ha escandalizado recientemente con las imágenes que llegan de cómo se vive en la costa pacífica colombiana y también en la Guajira, cuyo obispo también ha sido objeto de amenazas contra su vida. Si a la proverbial ausencia del Estado colombiano, se le suma la corrupción local, la imposibilidad de establecer una economía formal, el contrabando, la migración ilegal, los cultivos ilícitos, la minería ilegal, la pobreza endémica, el panorama es desalentador en casi todos los aspectos. Y alguien debe levantar la voz y en esta ocasión han sido los obispos de la Iglesia católica.
Da tristeza pensar que a veces el profetismo pueda resultar un poco árido si la sociedad entera y las personas no reaccionan para crear nuevas condiciones de vida que no dejen cabida a los violentos en todas sus versiones. Las regiones más pobres y desordenadas de Colombia están urgidas de unos planes de choque muy consistentes que logren transformar la miseria en esperanza. Y en esos planes las primeras involucradas deben ser las mismas comunidades locales, apoyadas por el Gobierno Nacional y todos los actores sociales que tengan posibilidades de contribuir a cambiar este panorama tan desolador de amplias regiones del país. Y quizás las grandes capitales, como Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Barranquilla y otras que han logrado esquemas de administración pública más o menos eficiente y quizás sin tanta corrupción, podrían apadrinar de algún modo ciudades, pueblos, municipios para ayudarles en la tarea de liberarse de la extrema pobreza, del desgobierno efectivo, de la corrupción sin fin, del fracaso de cada día en tantas áreas sociales, familiares y personales.
La Iglesia en Colombia, encabezada por el arzobispo Primado Rueda Aparicio, ha rodeado a los obispos amenazados y ha hecho eco a los llamados de ellos a buscar caminos de paz con justicia, reconciliación, abandono de armas y actividades ilegales. Y, como es su deber, invitan a todos a mirar al Dios de la misericordia, a Jesucristo, el príncipe de la paz, al Espíritu que pacifica los corazones, para generar una sociedad más fraterna, equitativa y justa. Y como siempre, se insiste en que no basta con transformar estructuras, sino que se hace necesario convertir corazones al bien y a la ley de Dios. Si no se da esto primero, el cambio social será casi que imposible y con el tiempo solo cambiarán los actores de toda violencia e injusticia. El papa Francisco dijo al iniciar su pontificado: “¿Por dónde comenzamos?”. Por cada uno.
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