Aunque el nuevo gobierno no ha entrado con proposiciones aparentemente muy radicales, si ha empezado a delinear unos derroteros que comienzan a inquietar a buena parte de la población colombiana.
Ha planteado, por ejemplo, una paz total que implicaría tratar de tu a tu a toda clase de delincuentes y personas que han violado leyes de todo tipo. Una vez más, los delincuentes se enteran de que habrá una amnistía que borraría todas sus fechorías, sin importar cuántos muertos, cuántos robos, cuánta destrucción hayan provocado a lo largo y ancho del país.
No sucede como en los Estados Unidos donde, como afirmaba un exembajador de aquel país en Colombia, la justicia es implacable. En Colombia termina doblegada por la fuerza de los malhechores. Desconcertante y estimulante para los que delinquen.
Tampoco son muy claras las “razones estratégicas” mencionadas por el canciller Leyva para ausentarse de la condena de toda la OEA al gobierno despótico de Nicaragua, cuya población, y en particular la Iglesia y la oposición política, sufren toda clase de atropellos y violaciones a sus derechos humanos, individuales y colectivos.
No sería alentador pensar que las “razones estratégicas” tengan que ver con países que han sido descuadernados por sus actuales gobernantes, como Argentina, Venezuela, Nicaragua, Perú, entre otros. Colombia, en medio de sus dificultades es, en el concierto de las naciones, un Estado, una nación equilibrada, cumplidora de sus compromisos, ordenada económicamente y ajena a caudillismos que siempre pasan dejando malas huellas.
Una nación que despilfarra su buena posición internacional deberá hacer grandes esfuerzos para volver a ser creíble y contar con aliados fuertes e importantes.
Pero quizás lo que más ha contribuido al ambiente enrarecido en estas primeras semanas de nuevo gobierno es la inquietud acerca de cómo se van a concretar tantas promesas y ofrecimientos hechos a lo largo de la lucha por la presidencia. Porque, además, de no realizar algo en concreto, se suscitaría de nuevo una agitación social de proporciones no fáciles de dimensionar.
Hacer promesas es supremamente fácil, pero realizarlas es tarea de titanes, compleja y de gente que sepa hacer las cosas bien. Y es bien sabido que Colombia es una nación muy compleja de gobernar y solo con anuncios y fotografías no se soluciona absolutamente nada.
A medida que crezca la presión sobre el gobierno y que no haya respuestas, puede provocarse una tendencia a responder de cualquier manera y a gastar dinero a manos llenas sin ton ni son.
El ambiente enrarecido, también, por la cesación de decenas de generales de la policía y las fuerzas armadas, puede llevar paulatinamente al mismo gobierno y al país entero a una parálisis en todo sentido.
Ojalá el nuevo gobierno tuviera la sabiduría suficiente para convocar a todas las fuerzas de la nación y hacerlas trabajar en equipo para el progreso de todos. No conviene seguir poniendo etiquetas calificativas de “malos” y “buenos” como si esta fuera fórmula magistral.
Los colombianos y colombianas decentes y honestos, todos, pueden contribuir al progreso del país, sin hacerle mal a nadie, sin robar ni quitar, si invadir ni romper, sin despreciar a nadie. Pero no deben ser puestos en el mismo lugar de quienes en realidad hacen todo lo anterior.
El gobierno debe dar señales claras de que, en primer lugar, está de parte de la gente honesta y trabajadora y que respeta la Ley y la Constitución. Y de que a los que actúan por fuera de ellas les irá muy mal y no hay premios para ellos. Esto le quitará toxicidad al ambiente actual y quizás causará buenos efectos a nivel nacional.
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