Adviento y Navidad cristianos
Ha entrado la Iglesia católica en el tiempo litúrgico del adviento, como preparación a la celebración del nacimiento de Cristo y del tiempo litúrgico de Navidad. Como su nombre lo indica, el Adviento quiere ser una preparación espiritual para la celebración litúrgica del nacimiento de Cristo. En las semanas que siguen y orientados por la Palabra de Dios, la Iglesia quiere proponer a sus fieles una tarea que cada vez debería ser tomada con más seriedad y profundidad. A la vez que los cristianos, siguiendo al profeta Isaías, le pedimos a Dios que rasgue el cielo y baje, le ofrecemos estar suficientemente preparados y conscientes para un acontecimiento tan trascendental. La tarea es, entonces, realizar todo lo necesario para que la contemplación de la encarnación de Hijo de Dios, encuentre bien dispuestos a quienes se glorían de tenerlo como redentor y salvador de las almas. Y es la misma Palabra de Dios la que da las pautas para una buena vivencia del Adviento, de manera que sea una excelente preparación para la Navidad.
No está de más que la primera pauta de preparación para la Navidad tenga que ver con el carácter espiritual y religioso de la misma. La cultura disolvente actual ha logrado que estas festividades religiosas se deformen notoriamente y que no sean más que un pretexto para el descanso, el desorden, el despilfarro. En las comunidades cristianas se hace necesario insistir en que no se pierda el carácter ni del Adviento ni de la Navidad: momentos de preparación y de recibimiento del Hijo de Dios. Para ellos, la Palabra de Dios propone conversión, oración, gracia y alegría. Realmente algo tiene que suceder de bueno y de santo en la vida de los bautizados cuando se les propone un acontecimiento de dimensiones tan únicas y extraordinarias como lo es la encarnación de Hijo de Dios. No bastaría la vida entera de una persona para admirarse de lo que Dios ha hecho por todos en Cristo. Y, sin embargo, Él mismo nos concede alegrarnos por su misericordia para con todos nosotros.
Hace poco se escuchó en la liturgia de la Palabra, en la eucaristía, la afirmación de que el cielo y la tierra pasarán, pero que las palabras de Cristo no pasarán. Adviento y Navidad vienen siendo un único ejercicio para reconocer la realidad y la verdad de dicha afirmación. Dios siempre ha cumplido su palabra y ha dado pie a la realización de sus promesas. Adviento quiere ser tiempo para volver a escuchar las promesas de Dios a su pueblo y preparación para reconocer cómo Dios ha dado lo que ha prometido. El ejercicio de la fe capacita a las personas para saber reconocer la voz de su único Pastor y cómo se va manifestando a lo largo de la historia. Por eso mismo, la verdadera preparación a la Navidad pasa necesariamente por un acercamiento más estrecho y asiduo a la Palabra de la revelación. Es que esa Palabra es el mismo Redentor que está anunciado desde el profeta Isaías.
Por último, Adviento y Navidad son también un llamado a una oración más intensa. Las honduras de Dios y sus misterios no se revelan sino a los espíritus orantes. El mismo Jesús se retiraba con frecuencia a orar, a encontrarse con su Padre celestial en un ámbito íntimo que lo fue preparando para su hora en la misión. No es posible hacer el camino de conversión sugerido por el Adviento ni contemplar de lleno al Dios con nosotros, el Emmanuel, si no hay lugar para la intimidad con Dios. La Novena de Navidad y otros ejercicios espirituales han de ser sobre todo eso: oración profunda, viva, sentida, para que adquiera pleno sentido la propuesta de la Iglesia de conversión y celebración del nacimiento de Cristo. Urge, pues, no dejar perder el sentido nítidamente cristiano y eclesial del tiempo actual y el de la Navidad. Y esta es la forma concreta de mantener viva la fe en este momento del año. Por lo demás, un Adviento y una Navidad bien vividos, tienen mucho que aportar a este tiempo difícil de pandemia que ha adelgazado la esperanza en tantas y tantas personas. Celebrar a Cristo nacido entre nosotros es abrir la fuente de toda esperanza.
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