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“Dignitas infinita”, un texto que reivindica el valor inconmensurable de todo ser humano

14 de abril de 2024

La declaración recién publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe recoge los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, que arraiga en el valor inconmensurable del hombre. Su intención no es elaborar un catálogo de todas las formas en que este se ve herido, sino arrojar luz sobre algunos fenómenos que, por motivos culturales o sociales, pueden pasar desapercibidos, a pesar de contradecir la dignidad humana.

El texto responde a la invitación del Papa Francisco, que sugirió en Fratelli tutti prestar atención a las lesiones de la dignidad humana.

Pero ¿por qué esa expresión, “dignidad infinita”? A algún comentador le ha parecido exagerada y ha señalado que, desde un prisma teológico, esa es la que pertenece propiamente a Dios. Ahora bien, el empleo del adjetivo no es casual: proviene de san Juan Pablo II, y Francisco lo ha hecho suyo para resaltar la importancia intrínseca del ser humano “más allá de toda circunstancia”, posición o cualidad, y recordar que su dignidad no depende de “la arbitrariedad individual o el reconocimiento social”.

Reacciones

No es infrecuente, sin embargo, que lo que procede del Papa argentino esté rodeado de polémica. Si se repasan los comentarios que han vertido los medios, se ve que, cuando se trata del Vaticano, a menudo se está rizando el rizo.

La claridad con que este nuevo escrito defiende la verdad sobre el hombre, a muchos no les resulta suficiente. Apuntan que no recoge nada nuevo o que es poco valiente con lo trans; otros, en la órbita contraria, lo tachan de reaccionario, por denunciar sin pelos en la lengua las heridas que inflige la ideología de género.

Para mostrar hasta qué punto se discute lo que viene con la marca Francisco, repárese en el análisis que se ha hecho sobre la alusión del texto a la doctrina de la “guerra justa”. Contra lo que se ha señalado, la declaración no la deroga, sino que precisamente la aplica, recordando, con el Papa, que los riesgos de destrucción global y la peligrosidad del armamento contemporáneo superan los posibles beneficios de un conflicto.

“Dignitas infinita” es un paso más en el impulso de salida que ha imprimido el Papa en la Iglesia

El Papa se considera un pastor y cree que su misión es acoger, como ha confesado recientemente en un libro-entrevista con Fabio Marchese Ragona. En él, además de afirmar rotundamente que “la doctrina de la Iglesia no se cambia”, apuesta por un cristianismo compasivo, centrado en la defensa de los más vulnerables o necesitados, tanto material como espiritual o afectivamente.

Dignitas infinita es, en este sentido, un paso más en ese impulso de salida que ha imprimido el Papa en la Iglesia. El Dicasterio subraya que la dignidad humana es un valor cristiano clave y que no se puede separar la fe de su defensa, ni de la promoción de una vida a la altura del ser humano.

El fundamento de la dignidad

Hay un aspecto que se ha pasado por alto: se trata de la coincidencia de la publicación de este documento con el 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, cumplido en diciembre pasado. Y es aquí donde se atisba la importancia de su contenido, puesto que reafirma no solo que esos derechos se fundan en la dignidad de hombre y mujer, sino algo mucho más relevante: que esta no es un invento o un supuesto convencional, sino un rasgo que dimana de su naturaleza.

“La dignidad es intrínseca a la persona, no conferida ‘a posteriori’previa a todo reconocimiento y no puede perderse”

El asunto no es baladí y tiene que ver con uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la sociedad. ¿Hay una forma inexcusable de tratar a las personas? ¿Poseen éstas derechos con independencia de su reconocimiento positivo o todos ellos, incluso los más básicos, son prerrogativas políticas? Hay un valor natural en el ser humano –que no inventamos o conferimos; más aún, que no merecemos–, sino que se posee como don y nos hace “inviolables”.

“Para aclarar aún más el concepto de dignidad –precisa Dignitas infinita–, es importante señalar que la dignidad no es concedida a la persona por otros seres humanos, sobre la base de determinados dones o cualidades”. Si así fuera, “se daría de manera condicional y alienable y el significado mismo de la dignidad (…) quedaría expuesto al riesgo de ser abolido. La dignidad es intrínseca a la persona, no conferida a posteriori, previa a todo reconocimiento y no puede perderse”.

La dignidad de todos

De ahí que esta dignidad corresponda a todos los seres humanos, con independencia de cualquier criterio y con independencia de que sean capaces de expresarla adecuadamente. Esa universalidad es un dato que viene apoyado por la revelación, porque la fe descubre que el ser humano no solo es creado “a imagen y semejanza de Dios”, sino que procede de la voluntad –la decisión– amorosa del Creador. “Todo ser humano es amado y querido por Dios mismo y, por esta razón, es inviolable”, se señala.

Con el propósito de deshacer los equívocos en torno a la noción de dignidad, el documento diferencia los diversos sentidos que posee. Esta es otra de las aportaciones más significativas, pues destierra las visiones individualistas y constructivistas. A veces, denuncia la declaración, “la dignidad se identifica con una libertad aislada e individualista, que pretende imponer como ‘derechos’ (…) ciertos deseos y preferencias que son subjetivas”.

En contra de esa mentalidad, tan difundida, la declaración parte de la dignidad ontológica, la intrínseca y propia de todo hombre, de la que pende el resto, y que se asienta en su condición de “creatura” y en la verdad de su naturaleza. Distingue, después, la dignidad moral, relacionada con los actos del sujeto, y la dignidad social, referida a las condiciones materiales en las que viven las personas.

Pero también introduce una nueva modalidad: la dignidad “existencial”, con la que se refiere al entorno espiritual y psicológico del ser humano. Y es que resulta evidente que, así como es menester satisfacer las necesidades materiales más básicas, de la misma manera la persona debe vivir “con paz, con alegría y con esperanza”.

Las violaciones de la dignidad

La Iglesia, en esa actitud misericordiosa hacia la condición humana que la caracteriza, no puede mirar a otro lado ante las graves conculcaciones de la dignidad. Como lo que está en juego es la suerte del hombre, se deben implicar la sociedad y el Estado en la protección de la dignidad y se ha de ser especialmente cuidadosos y sensibles. Más que detectar determinados fenómenos o advertir de su gravedad, el Dicasterio presidido por el cardenal Fernández quiere extremar las precauciones y promover la sensibilidad del cristiano ante las heridas contra la naturaleza e integridad personal.

He aquí algunas de esas realidades –“graves”– que violan el ser del hombre: la pena de muerte, la pobreza (se denuncia no solo la imposibilidad de vivir dignamente en determinados entornos, sino la laceración que supone la indiferencia con que los más necesitados son tratados a menudo), la guerra, las vejaciones que sufren los migrantes, tanto en sus países de origen como en los de destino, la trata de personas, los ultrajes sexuales o los más específicos dirigidos contra la mujer. En este último caso, la declaración, además de recordar el valor de la maternidad, señala que la discriminación sexual es una forma de violencia igual de ominosa que las coacciones físicas.

“Toda operación de cambio de sexo, por regla general, corre el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido”

Hay un apartado referido concretamente al aborto, en el que se afirma lo equívocos que son los eufemismos –como “interrupción del embarazo”– y que su empleo recurrente por la opinión pública no atenúa para nada la gravedad de ese crimen. Asimismo, la maternidad subrogada viola la dignidad doblemente: la del hijo, que es cosificado, convertido en mercancía, y la de la madre gestante. El ser humano “tiene derecho, en virtud de su dignidad inalienable, a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente, y a recibir el don de una vida que manifieste, al mismo tiempo, la dignidad de quien la da y de quien la recibe”.

Ha sorprendido la introducción de la “violencia digital” como una forma específica de vulneración. Con ello, el texto se refiere a la facilidad con que se difunden calumnias o mentiras en la red, el ciberacoso, la pornografía, la explotación o los juegos de azar. Según Dignitas infinita, se debe velar por una tecnología humana, al servicio de la verdad de la persona y de su bien.

El valor del cuerpo

Además de la condena de la maternidad subrogada, lo que ha ocupado más titulares es la denuncia sobre las consecuencias de la teoría de género y la precisión con la que sienta que ideas de ese tipo lesionan la integridad del ser humano. En efecto, la dignidad implica reconocer que este es también “cuerpo” y que el respeto a la dimensión física o biológica es indispensable para protegerlo unitariamente. Es grave la negación del “don” de la diferencia sexual, pues supone una mutación antropológica. Así, “toda operación de cambio de sexo, por regla general, corre el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido”.

Aunque se ha llamado la atención sobre estas últimas cuestiones –especialmente, lo que se indica acerca de la maternidad subrogada y el cambio de sexo–, en realidad lo más sobresaliente de todo el texto es la defensa de la vulnerabilidad. Al subrayar de qué modo, por ejemplo, la eutanasia o “el descarte de las personas con discapacidad” ponen en riesgo lo que el hombre es, la declaración da en el clavo y explica que la naturaleza humana no se puede defender parcialmente, sino en su conjunto y globalidad.

Ni el sufrimiento ni la discapacidad disminuyen el valor del ser humano, que es digno desde su concepción hasta su muerte natural. Y no lo hacen porque en el sufrimiento, la debilidad y la vulnerabilidad resplandece de un modo mucho más marcado el amor de Dios. Al fin y al cabo, en continuidad con la línea programática del pontificado de Francisco, la defensa de la dignidad es un modo de luchar contra la desdichada cultura del descarte que olvida la bondad y valor inconmensurable de lo creado, y especialmente, del hombre.

 

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