San Martín de Porres, patrono de la justicia social y la paz
Llamado así por su testimonio de humildad y sencillez. Son precisamente estas virtudes las que dejaron en evidencia la auténtica grandeza de este fraile dominico del siglo XVI. “Yo te curo y Dios te sana”, solía decir San Martín de Porres, cada vez que atendía a algún enfermo. Martín fue un “mulato” -antigua denominación para los nacidos de padre blanco y madre negra o viceversa- admitido en calidad de “donado” en la Orden de Predicadores, a causa de su condición de hijo ilegítimo. Se santificó, entre otras cosas, realizando los servicios más humildes, y también cuidando a enfermos y menesterosos.
San Martín de Porres -o de Porras- fue nombrado pertinentemente por el Papa San Juan XXIII “Santo Patrono de la Justicia Social” y “Patrón Universal de la Paz” en pleno siglo XX, en tiempos marcados por las consecuencias de la guerra y la violencia.
“Muchos últimos serán primeros” (Mt 20, 16)
San Martín nació en Lima (Perú) en 1579. Su nombre completo fue Juan Martín de Porres Velázquez, hijo de un noble español de origen burgalés, don Juan de Porras, y una mujer de raza negra liberta, doña Ana Velázquez, natural de Panamá.
Desde niño, Martín dio muestras de su corazón solidario y sensible frente al sufrimiento de la gente. Solía manifestar su preocupación por quienes estaban enfermos o sufrían pobreza. Aprendió el oficio de barbero y algunos rudimentos de medicina, cercanos a lo que haría un herborista. A los quince años pidió ser admitido en la Orden de Santo Domingo de Guzmán, a la que ingresó como terciario: era hijo ilegítimo y no tenía mayor educación.
Ya en el convento, trabajó como enfermero. Empezó a hacerse conocido por su amabilidad en el trato, sin hacer diferencias entre pobres y ricos, ni entre blancos, negros o indios. Atendía a quien se presentase a la enfermería con el mismo cuidado y esmero. Martín se ganó así el cariño de todos, y aunque inicialmente hubo reservas contra él entre los frailes, dado su origen “ilegítimo”, en 1603, hizo su profesión religiosa.
“Porque nada hay imposible para Dios” (Lc 1, 37)
Con la ayuda de Dios, el santo hizo numerosos milagros, especialmente curaciones de males y enfermedades. Martín jamás se atribuyó portento alguno, por el contrario, recordaba constantemente que él solo era un siervo, y quien devolvía la salud era realmente Dios -de ahí su hermoso lema, “yo te curo y Dios te sana”-.
Enfermos desahuciados se reponían al solo contacto con sus manos o incluso con su sola presencia. Otros milagros también acontecieron por intercesión de Martín: hubo quienes lo vieron entrar y salir del convento o de otros recintos cuando se sabía que el fraile estaba en su celda, o cuando las puertas estaban trancadas; mientras que otros aseguraban haberlo visto en dos lugares distintos a la misma vez.
Martín había querido ser misionero, y todo indicaba que Dios le había dado el don de la bilocación. Existen abundantes testimonios de que hablaba de las misiones en China o Japón como si hubiese estado allí. Lo sorprendente fue que misioneros en aquellos lugares atestiguaron haberlo visto curar enfermos y acompañarlos en momentos difíciles, dándoles ánimo y rezando con ellos.
Lima: “Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20)
San Martín de Porres fue amigo muy cercano de otro santo dominico, nacido en España pero afincado en la capital del virreinato, San Juan Macías. También se sabe que conoció a Santa Rosa de Lima.
La situación de abandono moral en la que se encontraba mucha gente en la ciudad hizo que Martín se preocupara por ellos. Con la ayuda de algunos ricos, entre los que estaba el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Martín reunía un dinero con el que asistió a personas sin techo, enfermos y limosneros. Mientras tanto, en el convento dominico de la ciudad cumplía con sus horas de servicio en la portería y haciendo los turnos de limpieza. Se dice que le bastaban tres horas de sueño por las tardes, porque por la noche se mantenía en vela, en oración frente al Señor.
Los moribundos, de cualquier clase social (o “casta”), pedían que venga el santo hermano Martín a acompañarlos en bien morir, a lo que él nunca se rehusó. La ciudad entera entonces se encontró en determinado momento rendida a la humildad, el carisma y la caridad que irradiaba el San Martín. Incluso, el virrey Fernandez, al enterarse de que su buen amigo Fray Martín estaba muy enfermo y parecía morir, quiso visitarlo en su lecho de muerte y besar su mano, pidiéndole que lo cuide desde el cielo.
San Martín de Porres partió a la Casa del Padre el 3 de noviembre de 1639, en compañía orante de sus hermanos dominicos. El santo entregó el alma a Dios con un beso al crucifijo.
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