Jesús multiplica unos pocos panes y unos pocos peces para alimentar una muchedumbre; un milagro, un signo de comunión y fraternidad, un anuncio de la Eucaristía. Seis veces lo refieren los 4 Evangelios.
Según el texto de San Juan, a Jesús es el primero a quien le preocupa el hambre de la gente que había acudido a escucharlo. Le preocupa, esa es su misión, construir una humanidad nueva y fraterna. Así es Jesús, así anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios. No cabe ninguna duda: es Jesús quien mejor responde a las necesidades más profundas del ser humano.
Todos, la muchedumbre toda, quedó satisfecha después de calmar el hambre. Los discípulos lo interpretan mal: piensan reconocer a Jesús como el profeta que debía venir, o hacerse súbditos suyos proclamándolo Rey. No entendieron el signo, el anuncio de la universalidad del amor generoso de Dios: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, El Señor. Jesús los deja y se retira de nuevo al monte, Él solo.
No comprendieron lo que Jesús hacía: que la gente tuviera con Él una vivencia anticipada de la fraternidad, propia del Reino de Dios: sentirse hermanos, vivir como hermanos, amarse como hermanos, servirse unos a otros, que ninguno sufra hambre.
San Juan insiste en ello. La multiplicación de los panes es, sin duda alguna, un signo, un anuncio anticipado de la Eucaristía, la Cena del Señor. “Jesús toma los panes, pronuncia la acción de gracias y los reparte a los que estaban sentados” v.11. Un signo y vivencia de comunión y de verdadera fraternidad entre todos.
Lo predicamos, lo enseñamos, lo escribimos, y no nos cansamos de hacerlo: La Eucaristía no es simplemente un rito religioso, ni simplemente un precepto de la Iglesia, tampoco algo así como un “refugio religioso”; no es una ceremonia religiosa en memoria de una persona que murió, tampoco para bendecir sus cenizas,
Nada de eso: es la Cena del Señor. Celebrarla significa comer el cuerpo del Señor y beber su sangre, no solo el día domingo, sino todos los días, y con ello aceptar el compromiso de trabajar sin descanso por un mundo más justo, más fraternal, más humano, donde la vida humana se respete y se proteja. Así lo sentían y lo hacían los primeros cristianos, se sentían hermanos: así debemos sentirlo y hacerlo nosotros.
Jesús es el pan bajado del cielo, por eso celebrar la Eucaristía, comer de ese pan, es estar en el cielo, estar con Dios, y aprender de Él a vivir como hijos suyos y hermanos unos de otros.
Padre Carlos Marín G.
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