Palabras de Jesús con manifiesto sabor a despedida. Palabras que tocan y seducen el corazón de los Apóstoles: “No os dejaré huérfanos” les dice a ellos y en ellos a nosotros. Jesús les revela, anuncia, promete una nueva forma de presencia suya en la comunidad cristiana y en cada uno de nosotros. Seremos morada de Dios. Nuestra relación con Él será de Padre e hijo. “Sabréis que Yo estoy con Mi Padre y vosotros conmigo”. Esta revelación lo cambia todo.
Es la originalidad, es la novedad, es la belleza del Cristianismo. No sigamos hablando de un Dios lejano a sus creaturas, a sus hijos. Y mucho menos de cristianos desamparados, con cara de huérfanos; y menos de gente fracasada. No estamos solos en el mundo. Jesús nos ha revelado, ante todo y sobre todo, la grandeza de nuestra condición de hijos de Dios, apasionadamente amados por Él: Somos imagen viva, morada de Dios mismo, templo de la Trinidad beatísima. Jesús vino a proclamar que es Emanuel: “Dios con nosotros”.
El amor alimenta esta experiencia: “Al que me ama, yo también lo amaré y me revelaré a él”. Ahora bien, ama aquel que conoce y vive sus palabras, sus mandamientos; así, y solo así, podrá experimentar que Jesús vive y que le da vida.
Esa experiencia la describe y la llama San Juan el Espíritu de la verdad que vive con nosotros, y está siempre en nosotros. Esto es lo que Jesús revela y ofrece. La fuente del Espíritu es Jesús. El vino a darnos vida, su gloria está en que cada uno de nosotros viva si nos dejamos guiar por el Espíritu que “Está siempre con nosotros”, abre nuestro corazón al encuentro personal con Jesús, nos recuerda la verdad de Jesús, activa en nosotros la memoria de Jesús, su presencia viva, genera en nosotros una nueva manera de ser y de vivir, y hace a la Iglesia más viva y más fecunda .
Es el Paráclito que significa defensor, intercesor, protector, maestro, ayudante, abogado, animador e iluminador de la fe en Dios Padre y de Su Hijo. Nos defiende de todo lo que nos puede destruir. Él nos da la luz, la fortaleza, el aliento que necesitamos para buscar la verdad de Dios, y para liberarnos de la mentira social, del egoísmo, de la injusticia, de toda forma de violencia.
Leí hace años un escritor a quien no le gustaba que al cristiano se lo comparara con un soldado. Él prefería compararlo con un artista; alguien que por gracia del Espíritu de la verdad descubre la belleza infinita de Dios, aprende el hermoso arte de vivir en Dios, para Dios y para los hermanos; conoce a Jesús, “El más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia”- (Salmo 45). ¿A ustedes qué les parece? A mí me gusta y me llena de alegría.
Padre Carlos Marín G.
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