La escena de las tentaciones a las que es sometido Jesús revela su lucha interior y las pruebas que tuvo que superar a lo largo de su vida hasta su muerte en la cruz. Jesús es verdadero Dios y hombre. Ello significa que ni su filiación Divina ni el Espíritu separan a Jesús de la historia y de la lucha que se desarrolla en el mundo entre el bien y el mal.
En el desierto el diablo propone a Jesús varias maneras falsas de entender y vivir su misión en la tierra.
En la primera Jesús rechaza el utilizar el poder de Dios para convertir las piedras en panes, para saciar su hambre. Jesús se niega a hacer milagros por pura utilidad, por capricho o por placer. Se alimentará de la Palabra viva de Dios. Pero sí multiplicará los panes para alimentar el hambre de la gente.
Jesús rechaza la segunda tentación de conseguir poder y gloria humanos, porque el Reino de Dios se ofrece con amor, no se impone por la fuerza. El Dios que Jesús adora y sirve es el Dios de los pobres, de los débiles, de los indefensos. En la tercera tentación Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y a la ostentación Vino a servir y no a ser servido.
El relato de las tentaciones de Jesús son algo así como una voz de alerta para todos nosotros y también para la misma Iglesia. Es una invitación a ser conscientes y reconocer nuestra fragilidad como seres humanos y a obrar con lucidez. Ninguno de nosotros puede sentirse libre de la tentación de falsear la misión de Jesús, la misión de la Iglesia en el mundo y la misión nuestra como discípulos.
La Cuaresma es un camino, una peregrinación cuya meta es Dios; es reconocer nuestros pecados y volver a poner a Dios en el horizonte de nuestras vidas. Vivir la Cuaresma es hacer un sincero examen de conciencia sobre esa hermosa aventura que es nuestra vida cristiana. Es intensificar nuestros espacios de amor, de oración y de penitencia, para llegar purificados de nuestros pecados y llenos de gozo a la gran fiesta de la Pascua del Señor. La celebración de la muerte y de la resurrección de Jesús podremos hacerla limpios de todo pecado y llenos de gracia.
Vivamos, pues, el tiempo de Cuaresma como Dios lo quiere y la Iglesia lo predica. Es lo que San Pablo escribe a su discípulo Tito: “Se ha manifestado la gracia de Dios que salva a todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y los deseos mundanos, y a vivir en esta edad con templanza, justicia y piedad, esperando la promesa dichosa y la manifestación de la gloriosa de nuestro gran Dios y de nuestro Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros, para rescatarnos de toda iniquidad, para adquirir un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras”. Cap. 2,11-15
Padre Carlos Marin G.
Fuente Disminuir
Fuente