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LITURGIA Una experiencia universal de gracia y de amor

22 de noviembre de 2020
Jesus
Con la celebración de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, abrimos la última semana del Año litúrgico

esta celebración nos invita a tomar consciencia del proyecto de Dios realizándose en nuestra historia personal y comunitaria y a contemplar su culminación cuando la victoria pascual de Cristo alcance la liberación de toda la creación que fue sometida al pecado. 

Visto así el sentido de esta celebración, nos sentimos convocados a tomarnos en serio la historia como lugar en donde se está realizando la salvación; tomarnos en serio la historia implica trabajar decididamente por una mayor justicia en el mundo.

En el evangelio de la misa de este domingo (Mateo 25, 31-46) diferenciamos dos partes, en la primera tenemos una parábola que está en continuidad con el tema que venimos siguiendo los últimos domingos en nuestra lectura del evangelio según san Mateo, esto es, una serie de parábolas que nos invitan a prepararnos para el retorno del Hijo del hombre. La segunda parte del evangelio de hoy nos devela a qué viene el Hijo del hombre.

En la parábola de la primera parte, el Hijo del hombre es presentado al principio como rey que se sienta «en el trono de su gloria» y luego como pastor que «separa las ovejas de las cabras». La imagen de la salvación como elección de los justos la escuchamos en la primera lectura: «Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío» (Ezequiel 34, 17).

A su turno, la segunda parte del evangelio de este domingonos revela a qué viene el Hijo del hombre y está construida simétricamente por dos diálogos entre el Rey-juez y los redimidos/condenados y por la declaración de la sentencia al final en cada caso. Como si el texto tuviese la intención de que no nos olvidemos, la descripción del juicio menciona cuatro veces las precariedades de los necesitados con su correspondiente liberación. 

Para llegar al mensaje central del texto adentrémonos en él a través de la sorpresa tanto de los redimidos como de los condenados ante la elección o el rechazo: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, desplazado o desnudo, enfermo o en la cárcel?». Esta extrañeza nos lleva a considerar que se trata de personas que no pensaban en la recompensa o en el castigo. Cuando se obra por la recompensa se está asumiendo la caridad como mercancía, como un objeto de intercambio. El texto se propone llevarnos a algo más profundo: la bondad como parte constitutiva del hombre del Reino; más que hacer obras buenas, se espera del ciudadano del Reino un hombre transformado por la gracia.

Al mismo tiempo esta extrañeza aproxima el proyecto del Reino al ideal de otras religiones y de otros caminos de humanismo en donde hombres y mujeres que ignoran a Cristo y el Evangelio siguen en su actuar una ley inscrita en el corazón (véase Romanos 2, 12-16). Es desde esta perspectiva desde donde se comprende el alcance universal de la redención obrada por Jesucristo, desde aquí podemos comprender el sentido amplio de su reinado universal.

La universalidad del reinado de Cristo se entiende como la consumación de la encarnación; el resultado de la obra del Emmanuel es un reino universal. El concilio Vaticano II nos ha dicho que, por el misterio de la encarnación, Dios de alguna forma se ha unido a todo ser humano (véase Gaudiumet spes, 22). Realmente Dios quiere salvar a toda la humanidad y por su encarnación, Jesucristo se constituye en salvador de todos pues en él el amor universal de Dios llega a cada ser humano, aunque esta experiencia de gracia y de amor no alcance a ser sistematizada en forma explícitamente religiosa.

La encarnación, más que un concepto, es realidad histórica de hambre, sed, desnudez, desplazamiento forzado, enfermedad, prisión; Dios padece el dolor del mundo, el Rey-juez se identifica y se deja amar en esta realidad humana de carencia; pero también el Rey-juez por su misterio pascual renueva a la humanidad y concede su gracia a todos.

La salvación es el proyecto de Dios que se está cumpliendo ya en la vida de los hombres y mujeres, este proyecto consiste en la transformación del ser humano para llevarlo a ser en plenitud hijo de Dios como Jesucristo; de modo que la salvación es acontecimiento histórico en la vida de cada ser humano y es allí precisamente donde se manifiesta la gracia –el amor de Dios– que impulsa desde lo más íntimo al hombre a obrar en bondad. Todo ser humano es objeto del amor de Dios en Jesucristo y desde esta universalidad celebramos hoy a nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

 

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