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Liturgia abril 12Pascua: tiempo para avivar la fe

7 de abril de 2015
Liturgia abril 12Pascua: tiempo para avivar la fe

Suele suceder que el tiempo pascual no represente tanto esfuerzo y trabajo como el Adviento y la Cuaresma y por ello nos quede la sensación de un tiempo plano, o quizá…

Si bien el Calendario de la Iglesia nos pide que celebremos la cincuentena pascual «con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un ‘gran domingo’», podemos reconocer diferentes tonalidades en este tiempo litúrgico.

Recogemos de la oración colecta de la Misa de este domingo dos factores importantes para el mejor aprovechamiento del tiempo pascual. En primer lugar la oración colecta nos lleva a confesar la celebración anual de la Pascua como gracia de Dios por la que Él reanima la fe de su pueblo; con base en ello, la oración pasa a desear que esta gracia nos conduzca a «comprender mejor» (ut digna omnes intellegentia comprehendant,) los sacramentos de la iniciación cristiana, expresados éstos como «el bautismo que nos ha purificado, el Espíritu que nos ha hecho renacer y la sangre que nos ha redimido». La cincuentena pascual es el tiempo de la mistagogía, entendida como la gracia para participar activa, consciente y fructuosamente del misterio.

De hecho, en el evangelio de las misas feriales mañana lunes empezamos a leer el capítulo 3 del evangelio según san Juan, el diálogo de Jesús con Nicodemo nos sirve para comprender el don de Dios en el bautismo; el viernes siguiente empezamos la lectura del capítulo 6 del mismo relato, la discusión en torno al pan que baja del cielo nos conduce a profundizar en la vida que recibimos en la Eucaristía; a partir del jueves de la IV semana estaremos leyendo el extenso discurso de despedida, la promesa de Jesús de enviar ‘otro Paráclito’ nos ayuda a comprender la misión del Espíritu de la que participamos por la confirmación.

Los domingos de este tiempo estaremos siguiendo en la primera, tomada del libro de los Hechos, el desarrollo del trabajo evangelizador de los Apóstoles. Cuando confesamos en el Credo que creemos en la Iglesia «santa, católica y apostólica», con el adjetivo ‘apostólica’ expresamos que nuestra comunidad de hoy vive y realiza la experiencia de la comunidad de Jesús con sus apóstoles. Evidentemente que las circunstancias y los retos han cambiado, pero aquél celo con el que los Apóstoles anuncian y hacen presente el Reino es para nosotros una referencia ejemplar y estimulante. Del testimonio de la evangelización de Apóstoles recibimos los criterios para nuestra misión hoy.

En los versículos de los Hechos de los Apóstoles (4, 32-35) que escuchamos hoy en la primera lectura tenemos una especie de fotografía de la iglesia de Jerusalén, la primera comunidad cristiana. En primer lugar el texto destaca la unidad de mente y corazón y la comunión de bienes; luego afirma la valentía con la que los Apóstoles dan testimonio de la resurrección de Jesús.

Notemos dos miradas: hacia el interior y hacia el exterior, la primera mirada destaca la libertad de los discípulos frente a las cosas, libertad que lleva a desterrar la pobreza. La segunda mirada se fija en ‘la gran fuerza’ con la que los Apóstoles hacen el anuncio que se les ha confiado, podemos entender que esta manera de evangelizar llevó a ganarse la aceptación de todos ellos; es el ‘enseñar con autoridad’.

En la segunda lectura de la Misa dominical este año estaremos leyendo versículos de la 1ª. carta de San Juan, los textos propuestos para estos domingos de Pascua ofrecen como contenido la comunión con Dios por la fe y por el amor. Esta comunión con Dios es fruto de la Pascua de Jesús, así lo podemos entender de la manera como el Resucitado aborda a los discípulos: «¡Les traigo la paz!»

 Los versículos que escuchamos hoy de la 1ª. carta de San Juan (5, 1-6) afirman en primer lugar que por la fe el discípulo llega a participar (en el sentido de tener parte) en el amor de Dios y esta participación en el amor divino es lo que lo hace vivir como cristiano. De modo que para el cristiano el amor, más que una obligación, es el fruto de la presencia en él de Dios, fuente de amor. Luego el texto pasa a decir que esta comunión con Dios por la fe y el amor capacita al discípulo para vencer el pecado, esta victoria sobre el pecado se da en la vida misma del discípulo. Porque el cristiano está unido a Dios puede amar y vencer el mal, es decir, puede asumir el estilo de vida de Jesús.

El evangelio de la Misa de este domingo tiene tres partes, las dos primeras inician de forma muy parecida: el primer día de la semana, los discípulos reunidos, la presencia del Resucitado en medio de ellos. La forma detallada y similar como el evangelista presenta las escenas nos lleva al sentido de la celebración dominical de la Eucaristía: el primer día de la semana, la reunión de la comunidad para acoger al Viviente, al Vencedor de la muerte y recibir de él el fruto de su Pascua: «¡Les traigo la paz!»

La segunda parte se inicia con la resistencia de Tomás, el discípulo que ha aprendido la lección del Evangelio según San Juan: Es necesario ver para llegar a la fe. En más de una ocasión Jesús lo ha afirmado: «Si no ven signos, no podrán creer» (4, 48; 6, 26). Hace un mes, comentando la demanda de los no judíos que leímos el quinto domingo de Cuaresma: «Queremos ver a Jesús» (12, 21), dijimos aquí sobre el valor que ‘ver’ tiene en el Evangelio según San Juan.

Hoy Jesús confirma esta intuición: «Crees porque me pudiste ver», es decir que Tomás, viendo, ha llegado a creer. Y esto es el pórtico para la tercera parte, la que nos vincula a nosotros, los discípulos de después de la Pascua, los que «creen sin haber visto».

En la tercera parte del evangelio de la Misa de hoy el centro se desplaza hacia el texto mismo del evangelio: este escrito es para que leyendo crean que Jesús es el Mesías. Nuestro acceso a Jesús a través del texto escrito por el evangelista.

 

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