Esta fiesta, instituida por Pío XI en 1925, es como la coronación del año litúrgico, es como una síntesis de todo el misterio cristiano.
Las lecturas bíblicas de este domingo tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo es el centro de la creación, del pueblo y de la historia. Es el soberano de la creación y de nuestras almas, Rey, y Señor del Universo.
Para los romanos, “Rey” era sinónimo de emperador con todos los poderes. Para los judíos, el Mesías era el rey esperado que habría de instaurar el Reino de Dios. El reino de Pilato es de privilegios y de opresión, el de Jesús es de justicia, verdad y caridad; no es de poder, ni de dinero, y crece en el corazón de las personas.
Jesús acepta el calificativo de Rey pero en un sentido totalmente distinto del de los romanos y judíos. Su realeza responde al proyecto de Dios sobre el ser humano y la sociedad: El Rey/Mesías es el defensor del pueblo. El que implanta la justicia y defiende a los oprimidos, sirve y da testimonio de la verdad. Así ejerce Jesús su realeza, y quien quiera ser su discípulo y seguirlo, lo hace libremente.
La Iglesia nos invita a contemplar a Jesús, maltratado y humillado, pero lleno de dignidad y fiel a su mensaje de vida y a su misión en la tierra, y a que nos interroguemos sobre la conciencia que tenemos de nuestra dignidad como personas y la dignidad de todo ser humano, en particular de todos aquellos cuyos derechos fundamentales son violados impunemente.
Nos invita a trabajar sin complejos y sin descanso en hacer que Cristo esté presente no sólo en la santificación de cada uno de nosotros, sino también en el ordenamiento de lo que solemos llamar en dos palabras “la cosa pública”: la vida en sociedad, la economía y la política, la administración de la justicia, la salud, el respeto a la vida humana, las relaciones entre los pueblos.
Veamos a Jesús, Dios y hombre, con paz y serenidad. Con dignidad y señorío ante Pilato, y que Él nos infunda paz, rectitud de conciencia y de humanidad, que reine y que sea Él quien conduzca nuestros proyectos de vida y haga realidad todas nuestras aspiraciones y esperanzas como hijos de una nación que hoy vive una muy penosa crisis ética y moral.
Padre Carlos Marín G.
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