Es el capítulo 10 de San Juan: Jesús es el buen pastor. Durante su vida estuvo cerca de los enfermos, de los niños, de los pobres, de los indefensos y olvidados. Pero… algo más: dio la vida por sus ovejas. Dio su vida por salvar el rebaño. Su amor no tuvo, no tiene límites. Así lo canta bellamente el Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta…aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo.
Nosotros, sus discípulos, sus seguidores, sus hermanos, no caminamos por la vida solos y desamparados. Es Él quien ilumina, orienta nuestro paso por el mundo, día a día hasta la vida eterna.
Es la imagen de Jesús que nos llama a la fraternidad, a la comunión, al respeto recíproco, a la cercanía permanente. Solo de Jesús podemos aprender a vivir, a amarnos y a servirnos los unos a los otros. Por eso necesitamos volver a Jesús, al Buen Pastor, seguirlo para que nos dé la vida eterna, y que nadie nos arrebate de su mano ni de la mano de su Padre.
Si somos ovejas suyas escuchamos su voz y lo seguimos, eso es todo lo que Él quiere y nos pide. Así seremos la Iglesia de Jesús.
Nuestra relación con Jesús no puede ser simplemente doctrinal; lo suyo fue dar la vida, curar, perdonar; entregarse, hasta terminar crucificado. Fue su pasión por mis hermanos; así lo dijo. Y nosotros tenemos que seguir su ejemplo.
En esta bella imagen de Jesús veamos un llamado a la conversión. No huyamos ante los problemas; estemos todos los días cerca, muy cerca, de los que sufren, siempre llenos del Espíritu del Buen Pastor.
Hoy en nuestro país hay gran número de ovejas que se han descarriado, han perdido su fe en el Buen Pastor. Otras han sido o son secuestradas, están siendo desplazadas o explotadas; son mujeres y niños. Son ovejas que en medio de sus sufrimientos siempre esperan que pastores verdaderos y auténticos estén cerca de ellas, las defiendan, den la vida por ellas como lo hizo Jesús.
Padre Carlos Marín G.
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